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El plano que orientaba a los turistas en Córdoba en los locos años veinte

El plano de los años veinte en Córdoba

Alfonso Alba

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En los locos años veinte, del siglo XX, los países del Atlántico Norte vivían una revolución. Había acabado la Primera Guerra Mundial, la economía crecía sin parar, la clase media se ensanchaba y se empezaban a poner las bases de algo que se vino muy pronto abajo. El turismo, entonces, seguía asociado a las clases altas, a las grandes aventuras, a safaris, a balnearios en la alta montaña, a las playas. Pero poco a poco los turistas de los locos años veinte comenzaban a interesarse también por el patrimonio.

En aquella década prodigiosa, Córdoba seguía siendo una ciudad adormecida... pero que se iba despertando. La ciudad se había convertido en un nudo de comunicaciones, especialmente por tren, y su urbanismo se enfoca precisamente a este revolucionario transporte, con la construcción del Paseo del Gran Capitán que acababa en la misma estación. Aunque había planes para continuar con el ensanche hasta la misma puerta de la Mezquita, no se llevaron a cabo. Y fue así como se salvó gran parte de la Judería, de sus calles estrechas y hasta de la iglesia de San Nicolás. Aunque esa es otra historia.

En aquellos años veinte, el turismo era incipiente en Córdoba. La ciudad disponía ya de oficina de turismo, en la misma avenida del Gran Capitán, y hasta de tres establecimientos hoteleros que, no obstante, eran insuficientes. En esa oficina se repartían ya planos, que orientaban a los turistas en su visita a Córdoba. Esta semana, el Archivo Histórico Provincial ha considerado que uno de ellos como el documento del mes de septiembre. Si hace 100 años, un turista venía a nuestra ciudad, ya podía contar con un plano guía a todo color con el que orientarse para visitar los principales atractivos patrimoniales. Es un plano realizado por José Fernández Márquez y editado por el Real Córdoba Automovilista Club, un tesoro.

El plano, aunque haya pasado un siglo, es bastante parecido al que podría encontrarse un turista cordobés del año 2023. Cambia el nombre de las calles (avenida Canalejas por Ronda de los Tejares, o Emilio Castelar por Lucano), pero hasta las propuestas destacadas y recomendadas se parecen bastante a las que se proponen ahora. Hay 51 entradas de esta temática por lo que el visitante tendría mucho que recorrer. En su itinerario además de la Mezquita Catedral, la Sinagoga o la Puerta del Puente, incluía conventos, palacios e iglesias fernandinas. También plazas como la Corredera o la del Cristo de los Faroles que en plano figura como Plaza de los Dolores.

No están, desde luego, el Alcázar de los Reyes Cristianos. En los años veinte funcionaba como la cárcel de la ciudad de Córdoba. Ni consejo alguno para una Medina Azahara que comenzaba a excavarse. “Resulta curioso y a la vez útil para el viajero que el plano proporcione cierta información de servicio público detallando las ubicaciones del Ayuntamiento, el Gobierno Civil, el Banco de España, Correos y Telégrafos y la Compañía Telefónica”, destaca el Archivo. El mapa señala la existencia de dos teatros, el Gran Teatro, que sigue donde estaba, y el Duque de Rivas, desaparecido. También se expone la plaza de toros, el Coso de los Tejares, en una zona en la que hoy se levanta El Corte Inglés. Pero la esencia es muy parecida a la actual, ya que se propone la visita a casas con patio, a iglesias, a conventos, a la propia Mezquita y se destaca el Puente Romano.

En los años veinte no estaba construida la avenida del Alcázar ni existía el Puente de San Rafael. El turista visitaba la ciudad desde el norte, desde la estación de tren. Cuando la ciudad siempre se había abierto al sur, al Puente Romano, a la Torre de la Calahorra. Es como si los grandes monumentos de la ciudad estuviesen al revés. Cuando era el visitante el que circulaba desorientado.

Enrique Romero de Torres

Antes de aquellos locos años veinte, Enrique, hermano de Julio Romero de Torres pero sobre todo hijo de Enrique Romero Barros, fue nombrado miembro de la Junta Municipal de Turismo. Enrique se convirtió en una de las personas que más luchó por fomentar el turismo patrimonial en Córdoba. El gran empeño de su padre fue el descubrimiento, tanto literal como posteriormente material, de la Sinagoga de Córdoba, que no fue fácil pues estaba bajo una iglesia, que hubo de desacralizar. La familia vivía junto al Museo de Bellas Artes de Córdoba. Y es allí donde Enrique tiene noticias de la visita de unos embajadores que “quedan maravillados” por sus riquezas. Pero que se tienen que marchar de Córdoba ya que no encuentran alojamiento para dormir. Ya entonces, Córdoba tenía un problema con las pernoctaciones, según le escribe Enrique al Marques de Lozoya.

Pero en el plano de los años veinte sí que figuran tres negocios con categoría de hoteles: Regina, Simón, y España y Francia, todos situados en la zona centro, pero “ninguno de los cuales respondía a las necesidades del turista de lujo. Habrá que esperar a la inauguración del parador cordobés de La Arruzafa en 1960, para contar con este tipo de equipamiento, sin duda fruto de las gestiones llevadas a cabo durante las décadas anteriores”, según señala el propio Archivo.

Desde 1906 funcionaba el Hotel Simón. Estaba clasificado en la categoría 1, clase A y era de los mejores establecimiento para alojarse por su emplazamiento en la Avenida de Gran Capitán. Según una guía de 1930 la pensión máxima costaba 22,50 pesetas y 16,50, la mínima. En la misma vía esquina con la calle Morería se encontraba el Hotel España y Francia. De mayor categoría era el Hotel Regina situado en la entonces avenida de Canalejas en el solar que hoy ocupa Cortefiel. De tres plantas y elegante construcción contaba con un jardín lateral y era el preferido de los viajeros extranjeros. Además contaba con un auto propio para recogida de huéspedes en las cercanas estaciones de tren.

Y ya está. Córdoba, por supuesto, disponía de fondas, pensiones y casas de huéspedes. Pero no era eso lo que buscaban los turistas de los locos años veinte. Tanto que muchos se alojaban en Villaharta. El Gran Hotel Santa Elisa funcionó desde finales del siglo XIX para disfrutar de las famosas aguas termales y ferroguminosas de Villaharta. Tenía parada de tren (el que unía la ciudad con Belmez) y llegó a alojar a la aristocracia española de la época.

¿Qué visitar fuera del casco urbano?

La Córdoba de los años veinte era una ciudad en la que sus más de 100.000 habitantes se hacinaban en el casco histórico. Pocos barrios se pergeñaban en las afueras, aunque alguno ya comenzaba a ver la luz. Y pocas visitas interesantes había, por tanto, extramuros. Pero el plano de los años veinte sí que proponía, a través de dibujos, la visita a otros enclaves situados fuera de la ciudad: el Santuario de la Virgen de Linares, Las Ermitas, el monasterio de Los Jerónimos (sin noticias de Medina Azahara), el castillo de la Albaida o la huerta de Los Arcos.

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