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Juan Velasco / ÁLEX GALLEGOS

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La noche cordobesa se despereza y comienza a levantarse poco a poco. El sector ya estaba tocado antes de la pandemia de la Covid, pero el golpe que asestó el virus y los sucesivos toques de queda fueron letales para muchas iniciativas. Desde el 9 de mayo, el toque de queda es historia aunque la limitación horaria sigue vigente. Las dos de la madrugada es la hora tope para noctambular por una ciudad que, además, encara la temporada más calurosa, que deja la noche como única opción viable para salir a la calle.

Aunque la última directriz del Gobierno de España sobre el ocio nocturno no cambia nada sobre la situación en Córdoba, el Gobierno Andaluz igualmente ha afirmado que no piensa acatarla, a pesar del alza en el número de contagios que se viene produciendo en los últimos días, especialmente entre el colectivo más crápula: los jóvenes. En Córdoba, por tanto, se mantiene el horario de cierre a las 2:00 para los bares con música y salas de fiestas.

Pero, ¿cómo es la nueva nocturnidad en Córdoba? En Cordópolis hemos hablado con trabajadores y clientes de locales que han vuelto a abrir por la noche tras varios meses en los que esa franja horaria estaba vedada por motivos sanitarios. Todos ellos dan una descripción similar de lo que ocurre hoy: clientes “con muchas ganas”, que llegan “desatados” a los locales, donde les cuesta estar sentados, y que, en ciertas horas, sobre todo en las ultimas, se agolpan en la entrada para apurar la última caña, la última copa, el último chupito: la noche a sorbos.

El camarero como profe: “La gente se enfada mucho cuando le recuerdas las normas”

En algunos sitios, como en El Amapola, en la Ribera, que tienen la ventaja de contar con veladores, también afrontan la misma situación a última hora en el interior del local. Sobre todo a partir de medianoche, cuando los bares y restaurantes cierran y, con ello, se producen aglomeraciones no deseadas. Nos lo cuenta Verónica, encargada del Amapola desde hace años, que reconoce que las peores horas de la noche son siempre las dos últimas. 

“Cuando cierran el resto de bares, tiende a concentrarse todo el público en los cuatro o cinco que quedan abiertos, lo cual es contraproducente, porque llegan en bandadas y se satura la entrada. Y además, a muchos les cuesta entender que hay aforos que respetar”, explica Verónica, que relata que la gente ha cogido el fin del estado de alarma “con muchas ganas”.

Eso hace que el camarero tenga momentos en los que lo pasa un poco mal, puesto que “está haciendo de profe constantemente”. Por su parte, “la gente se enfada mucho cuando le recuerdas las normas, en parte porque lleva mucho tiempo cohibida”, recalca Vero que, además, sabe bien lo que describe: es maestra de profesión y, muy a menudo, tiene la sensación de que pasa de controlar a los niños por la mañana a controlar a los padres por la noche.

Eso sí, hay cuestiones que le han sorprendido positivamente: “La gente con la mascarilla está concienciada. Incluso se la ponen para acercarse a la barra. En este ámbito, hay muy poca gente a la que le tengas que llamar la atención”, afirma la encargada del Amapola, que añade, además, que hay una constante que no ha cambiado, que es la del gasto: “sigue siendo el mismo, la gente cuando sale no escatima en nada”.

Sacrificar los directos para abrir los ventanales y que corra el aire

La clientela del Café Málaga es diferente a la del Amapola. Es lo primero que aclara Fernando Ortiz, propietario de esta mítica sala, ubicada a unos metros de las Tendillas. “La media de edad es de cincuenta años y, por lo tanto, nuestra clientela es gente bastante responsable. Además, muchos de ellos son amigos y nos ayudan”, afirma Ortiz, que durante la pandemia se tuvo que desprender de la gestión de Golden Club.

A pesar de la vuelta de la vida nocturno, el propietario del Café Málaga ha tenido que prescindir de una de las señas de identidad del local, la música en directo. Porque, para ofrecer un espacio más acorde a los tiempos, ha tenido que optar por abrir los ventanales. “Los músicos están viviendo esto con desesperación, pero si hiciéramos conciertos tendríamos que cerrar las puertas y las ventanas, y ahora mismo estamos usando más que nunca la parte exterior del local”, explica Ortiz.

Fernando sí que percibe una alegría que le parecía perdida. “La gente tiene muchas ganas de compartir y socializar. Tras tanto tiempo encerrada, la gente está desatada. Y de cualquier edad”, afirma el promotor y empresario, que recalca que el principal trabajo en el bar está siendo el de “controlar aforos”.

Y, si los músicos están desesperados, otro colectivo que andaba en la UCI era el de los disc jockeys, que tímidamente vuelven a la actividad. Una de ellas es Isa Ruiz, una pincha discos orientada a la música techno y que, tras varios meses sin poder pinchar, ya lleva dos semanas poniendo música por la noche en dos clubs de Córdoba.

“Las 2:00 de la mañana es la hora a la que la gente se lo está empezando a pasar bien”

¿Escuchar techno sentado es posible? “Lo de estar sentados lo llevan regular”, reconoce Ruiz, que, desde la cabina, ya ha visto como hay personas a las que se les está riñendo constantemente por su incapacidad para sentarse. Ella misma ha adaptado su discurso a la nueva nocturnidad, optando por sonidos más espaciales y ambientales y no por ir a cuchillo, puesto que la norma es clara (aunque haya lugares que se lo estén saltando): de momento no hay pista de baile.

“La gente puede bailar en sus mesas. De todos modos, el problema es que en Córdoba siempre ha costado que la gente llegue temprano a los sitios. Ya ocurría antes y ahora sigue pasando. A las 2:00 de la mañana es la hora a la que la gente se lo está empezando a pasar bien”, aclara Ruiz, que añade que hay cosas que nunca van a cambiar en Córdoba, y lo de llegar a última hora es una de ellas.

La otra cosa que no ha cambiado y que se demuestra a prueba de pandemia es que, como narra la disc jockey, sigue habiendo clientes pesados que se le acercan a pedirle que cambie de música o que ponga la canción que les gusta a ellos. Por lo tanto, con mascarilla o sin mascarilla, la nueva nocturnidad, sigue contando con la vieja ansia de protagonismo.

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