Educación
Muñoz Molina y Don Luis, el maestro que marcó su vocación
“Don Luis marcó con toda claridad el rumbo de mi vida”. Así se refiere el escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) -Premio Princesa de Asturias de las Letras, Premio Nacional de Literatura y de la Crítica, Premio Planeta y académico de número de la Real Academia Española-, al que fuera su maestro de Primaria en Úbeda, Luis Molina. Fue el maestro que apostó por las inquietudes de aquel niño y por que siguiera en la escuela desarrollando sus capacidades, cuando su padre quiso sacarlo a la edad en la que muchos alumnos de familias sin grandes recursos solían hacerlo entonces.
Este martes, en Córdoba, Muñoz Molina se ha reencontrado con Don Luis, el maestro que marcó su vocación. Y lo ha hecho ante el alumnado y el profesorado de un instituto público, el IES Averroes, donde ha ofrecido un alegato en defensa de la educación pública y de los docentes que marcan el rumbo de sus alumnos, que ayudan a que cada persona se forme y desarrolle todas sus capacidades, a que cada cual encuentre su vocación.
El propio maestro Luis Molina ha releído unas líneas de una carta de quien fuera su alumno, donde hablaba de sus recuerdos en la SAFA -las escuelas profesionales de la Sagrada Familia-, de la luminosidad de las ventanas de aquel centro que más tarde iluminarían esos recuerdos: sin ellos, sin aquella escuela, “no sería quién soy”, dice el escritor. Una escuela en la que su madre le preguntaba al maestro por su hijo: “Luis...y Antonio, ¿qué?”. Y el maestro respondía: “Este es aparte”, ha recordado ante su brillante alumno. Una brillantez que el maestro exhibe orgulloso cuando, por ejemplo, recuerda que Manuel Vázquez Montalbán le firmó una dedicatoria en uno de sus libros refiriéndose así a él: “A Luis Molina, cocreador del lujo literario que es Antonio Muñoz Molina”.
“Una escuela y un instituto te hacen ciudadano”
Y a esa 'cocreación', a esa influencia de los maestros, de la escuela pública y de las personas que se cruzan en el camino de cada cual, dedica sus elogios Muñoz Molina. “Sin esa enseñanza en la escuela, sin el instituto al que fui después, por mucho que uno piense que puede servir para algo...eso solo no vale de nada”. “Una escuela y un instituto te hacen ciudadano”, afirma.
Proveniente de una familia donde su padre y madre eran niños de la guerra y no pudieron estudiar -“sentían esa deficiencia como una herida personal”-, en casa quisieron Muñoz Molina “tuviera lo que ellos no tuvieron: una educación”. “Recuerdo a quienes me enseñaban a leer y escribir”, primero en la “escuela de perra gorda”, que era lo que pagaban en esas escuelas informales en su pueblo. Luego, “en mi educación en la SAFA tuve la suerte de tener a Don Luis y que fuera mi maestro”. Cuando en aquella época a los críos con diez u once años, las familias los sacaban de la escuela para ponerlos a aprender un oficio y trabajar, aquel maestro apostó por Muñoz Molina. “El sueño de mi padre era que me quedara con él en la huerta y le ayudara a vender los productos en el mercado. Ese era su plan. Mi padre fue a la escuela a sacarme, pero Don Luis le convenció”, para no hacerlo. “Esos gestos cambian la vida”, reconoce.
Porque aquel maestro hizo ver a su familia que el pequeño Muñoz Molina podía seguir estudiando, que había becas -“no muchas, pero había”-, para que los hijos de quienes no tenían muchos recursos pudieran proseguir sus estudios. “¿Cuántas capacidades de hombres y mujeres se frustran cuando no hay un sistema educativo público y universal?”, ha cuestionado ante los alumnos que le escuchaban. Y también ha alabado esa “revolución silenciosa” que se dio en España para que, de aquella situación que él vivió, se haya pasado a una en la que “la inmensa mayoría de la población puede tener una educación suficiente”.
“Todas las vocaciones dependen de fijarse en el mundo exterior”
Luego, siguiendo los recuerdos de su vida, llegó la época del instituto para aquel jovencísimo Muñoz Molina. Fue al instituto público San Juan de la Cruz, a la edad de los chavales que este martes le escuchaban en Córdoba, en una época en la que “uno se pregunta qué quiero hacer con mi vida, qué quiero ser”. Y en aquel instituto encontró “excelentes profesores de Literatura, de Latín, de Historia, de Francés, de Historia del Arte...”, recordaba el autor. Profesores que “me señalaron las cosas, para fijarme”, cuenta sobre su descubrimiento, por ejemplo, del patrimonio artístico que encerraba su Úbeda natal.
“Todas las vocaciones dependen de fijarse en el mundo exterior”, asegura el escritor, y de tener esas personas que guían, que marcan y señalan el mundo cuando uno es niño y joven.
“Para consolarme de que tenía que irme al campo durante el verano, mi padre me compró una máquina de escribir”. Muñoz Molina tenía entonces 15 años, rememora. “Él pensaba que aprender a escribir a máquina me serviría para tener un trabajo en una oficina, a cubierto y bajo techo sin las inclemencias del tiempo como en el campo”. Pero lo que la máquina de escribir sacó de él fueron sus ganas de escribir. “Y me imaginaba como escritor. Podía escribir cualquier cosa”. Así fue cómo aquel jovencísimo Antonio Muñoz Molina, empezó a escribir: “Lo que se me ocurría”.
El valor de los otros
El paso de los años, la Universidad y una oportunidad para colaborar como articulista en el periódico Ideal de Granada, asentaron las primeras bases del escritor, que reconoce que fueron años que le dieron la disciplina necesaria para convertirse en el autor que es hoy. “La disciplina luego dio paso a la creatividad. Y empecé a tener lectores”, recuerda de aquella época.
Y, con los lectores, vuelve a señalar el valor de los otros en el camino de cada cual. Los otros, como su maestro Don Luis, como sus profesores del instituto, como su padre al comprarle una máquina de escribir, como aquel redactor jefe que le dio una oportunidad en el periódico. Los otros, como los lectores: “Para hacer sonar una partitura, se necesita a un músico. Para hacer sonar un libro, se necesitan lectores”.
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