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El cordobés Carlos Molina, roto tras salir de Ucrania: “En lo último que pienso es en coger una pelota”

Europa Press

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Carlos Molina Cosano, el jugador cordobés de balonmano que jugaba en el Motor Zaporiyia de Ucrania ha reconocido que está muy afectado por lo que ha vivido en la última semana hasta lograr abandonar el país atacado por Rusia. En una rueda de prensa en Logroño, el jugador cordobés ha anunciado la paralización de su carrera como jugador de balonmano.

“Ya llevamos mucha temporada hecha y yo no estoy ahora para jugar a Balonmano. Tengo mi cabeza súper afectada y en lo último que pienso es en coger una pelota y en ponerme a entrenar”, ha afirmado el deportista, que ha reconocido haber vivido la última semana “como si fuera un mes”.

Por ello, por lo que ha vivido, por su salud mental y por los compañeros que ha dejado atrás, ha indicado que aparca su carrera en el balonmano. “Yo no me puedo permitir jugar esta temporada por respeto a mí y a mis compañeros sobre todo, porque lo están pasando realmente mal”, ha afirmado con la voz entrecortada de la emoción.

Molina logró salir de Ucrania el pasado lunes, poniendo fin a varios días de angustia hasta lograr salir del país atacado por Rusia. La invasión del pasado 24 de febrero le sorprendió en Kiev, con aviones caza sobrevolando el cielo, transportes militares con carros de combate en las calles y bombardeos en la capital ucraniana. Desde entonces, Molina ha tratado de alcanzar la frontera para salir del país, si bien denunciaba las dificultades que había para cruzar la frontera.

“Todos pensábamos que esta situación se iba a quedar en un pulso político”

El deportista, ya en casa con su mujer y su hijo, ha querido mostrar su agradecimiento por todos los que se han preocupado por él en estos días tan extremos. “Ahora estoy a salvo y no hay nada más importante pero pienso mucho en mis compañeros que se han quedado allá y en cómo ayudar a los ucranianos. Es todo un mar de dudas”. Como ha reconocido, las últimas semanas han sido muy “difíciles” pero “todos pensábamos que esta situación se iba a quedar en un pulso político, nos decían desde allí que la situación era preocupante pero no crítica y a eso nos aferrábamos”.

Aún así, como ha explicado, el jugador y su equipo tenían un partido de la liga de campeones para lo que tuvieron que coger un vuelo de Cracovia a Ucrania. “Cuando cogimos el avión no pasaba nada y al aterrizar en Kiev y salir del avión oímos por megafonía que teníamos que abandonar el aeropuerto. Pensábamos que había un atentado de bomba pero una vez allí, empiezas a darle vueltas a todo lo que se está oyendo y empiezas a preocuparte”.   

Tras salir del aeropuerto “escuchamos bombardeos, vimos aviones de combate, los kazas... estábamos muy asustados y es cuando sentimos que estaba el país en guerra y teníamos que salir como fuese”. Nuestro primer objetivo en ese momento -ha continuado- era llegar a Zaporozhye pero tuvimos que quedarnos en un hotel que estaba a diez minutos del aeropuerto para lo que tardamos en llegar más de tres horas. Estuvimos andando casi dos horas y media, con las maletas, las pelotas, el material médico... cogimos un autobús y un tren y estando en el hotel, recuerdo que era la hora de la siesta, veía desde mi ventana un hilo de coches tremendos y tanques... se oían bombardeos y el club se planteó un autobús para llevarnos hasta Zaporozhye“.

“Llegamos allí a las tres de la madrugada, y pensábamos que al estar tan lejos de Kiev (unas ocho horas de viaje) parecía que estábamos seguros. Ahí pudimos dormir unas horas pero me despertó el golpetazo de una vecina de habitación y el sonido de Whatasapp pidiéndome que bajara rápidamente al sótano del hotel porque había amenazas de bombas aéreas”.

Ante ello, reconoce, “yo no supe reaccionar, me quedé perplejo y no me dio tiempo a bajar porque, por suerte, había sido una falsa alarma pero yo era hielo. Sufrí un ataque de pánico y ahí fue cuando volví a pensar que tenía que salir de allí como fuera”. Así, junto a mis dos compañeros “emprendimos viaje y volvimos a hacer el recorrido de Zaporozhye a Kiev, unos 1.100 kilómetros aproximadamente para lo que tardamos casi seis días. Pasamos los dos primeros días conduciendo casi las 24 horas pero el punto crítico fue en el kilómetro 20-22 de la frontera con Polonia”.   

Desde allí “hablaba con mi familia, la embajada, diputados, periodistas... pero la sobreinformación me comía. Intentaba mantener conversaciones larguísimas pero que no servían para nada y me sentí solo, abandonado... pasamos un par de noches allí con temperaturas muy malas, de menos diez grados, las gasolineras solo daban 10-20 litros según cual y estábamos en un punto muerto. Debíamos mantener el motor del coche apagado y fue supervivencia realmente. Ahí fue cuando empecé a escribir los 'tuits' y tuve que pedir ayuda a los medios para que me sacasen de allí”.   

Les ofrecían coches

“Pasaban las horas pero no había una solución real así que, en ese momento, mi compañero lituano tuvo la suerte de hablar con su embajada y le comunicó que había otro compañero de su país a 5 kilómetros de la frontera. Lo que le propuso fue que nos pusiéramos en contacto con él e irnos juntos. Pero para ello había que hablar con los miembros de los controles de seguridad, que había cada dos kilómetros para que no se colasen los coches, las preferencias son niños, mujeres y ucranianos pero a los extranjeros prácticamente no nos hacían caso”.

Ante esta situación, reconoce, “la solución que se nos ocurrió fue comprar a los miembros de los controles de seguridad y les dijimos que si nos llevaban hasta allá les dábamos los coches. Así fue y en 10 minutos estábamos ya a 5 km de la frontera. Les dejamos los coches, nos montamos con el compañero lituano, que no conocíamos de nada sobre las doce de la noche y, finalmente, sobre las tres y cuarto ya estábamos en Polonia”.   

“Esa fue nuestra odisea. Hay mucha gente que me dice que soy un héroe por todo lo que he vivido pero en realidad lo que soy es un afortunado por poder haber hecho el viaje con mi compañero que es el que realmente me ha sacado de esto. Los héroes son todas aquellas personas, mujeres e hijos, que andaban 50 kilómetros para salir del país, los que se quedan para luchar...”.   Una vez en España, el deportista, exjugador del Logroño La Rioja, ha asegurado que ver a su familia es motivo de “felicidad” pero “fue un choque porque llevaba dos meses sin verlos, y no sabía como reaccionar tras las semanas tan duras”.   

Como ha destacado, la situación le ha “sobrepasado” y ahora “necesito una transición, por supuesto estoy llenísimo de felicidad pero tengo muchos sentimientos encontrados. Tengo mucho estrés en mi cabeza, estoy lleno de emoción y de tristeza por todos los que se han quedado allá y con mucho miedo terrible de lo que pueda pasar allá”.   

En estos momentos “me gustaría poder ayudar más. Es algo que me frustra mucho pero es muy difícil hacer nada”. Ahora entiendo muchas cosas, “no concebía que no me pudieran ayudar desde la embajada, pero una vez ésta estaba fuera del país ya tienes que luchar por ti mismo y hacerlo como puedas, porque es muy difícil tener ayuda. Había gente muy implicada en mi caso pero no había opción”.   

“Sé que el presidente del Gobierno de España dijo que se saliera del país hace un mes por la probable invasión pero desde allí nos pedían calma, que no iba a pasar nada. Ahora hay mucha gente que me pide ayuda a mí y no puedo hacer nada”, afirmaba el deportista cordobés, que ha reconocido haber vivido un momento agridulce.

“A mí no me gusta entrar en polémicas pero sí que es cierto que, en esta experiencia, hay gente durante este viaje que me ha decepcionado mucho, simplemente querían estar allí para ponerse una medalla y otros han estado de corazón conmigo de forma desinteresada”. “Esta experiencia me ha ayudado mucho para ver a las personas que tengo cerca y las personas que me quieren, por los que me dejaría la vida y las dos manos para no jugar más a balonmano. Me ha abierto los ojos y el corazón y una experiencia como ésta te marca de por vida”, ha dicho.

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