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¡Venganza!

Elena Medel

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En Córdoba ya no nos queda moral.

En Córdoba hemos apostado por la modernidad más lacerante, por el arte de vanguardia, por el cosmopolitismo, y nos hemos instalado en el siglo XXI perdiendo por completo los valores. La ética, ¿dónde quedó? ¿En qué rincón de qué peña se dejó de ceder el abrigo a las mujeres frioleras que nos acompañen en las noches de invierno y así, como una plaga, los resfriados se extendieron por los cuerpos de las más débiles? ¿Puede alguien rondar a su prometida con una batucada? ¿Existen todavía inscritos en las tunas? ¿Quién permite que nuestros mayores se le cuelen en el supermercado?

A mí me parece que las buenas costumbres deben regresar.

Y yo empezaría legalizando los duelos.

Ese guante que se arroja y choca contra la mejilla del enemigo o aterriza a sus pies y significa: hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir. La capa y la espada con la que te apunta un embozado a la vuelta de una esquina, se trate de la Judería al despuntar el alba o de la calle Cruz Conde en una mañana de rebajas. El lance de honor: ah, el lance, los vocablos perdidos, las expresiones que ahora se dejan el brillo en las crónicas deportivas. El padrino sublimando la condición de la amistad.

Una sociedad avanzada no puede olvidar estas sagradas formas de justicia.

En la última semana he reconocido en Córdoba el olor de la venganza, la sed de retar a duelo a quien te agravie. Responde a una necesidad que late en nosotros desde que el hombre es mono; responde al gustito legítimo, por qué no definirlo así, de putear a quien te putea.

Porque si el Partido Enemigo ocupa la alcaldía que tú soñaras para ti y te pide que desbloquees una iniciativa o que abras la Ribera una vez finalizada la obra que amenaza con retirar su significado a La del Murallón, ¡venganza! No importa que sospeches que desean subastar al mejor postor —ay, lo público— un equipamiento, y tampoco importa que la parsimonia perjudique a los comercios de la zona, si a cambio puedes meter el dedo en el ojo de tu Sauron.

Si el Partido Enemigo impulsó en el pasado un centro de educación infantil que tú crees ligado en cierto modo —por algún director, por su nombre, etcétera, qué sé yo, como si un caballero del romanticismo justificase sus duelos a pistola, como si la sombra de la sospecha no fuese motivo suficiente— a otro de los Partidos Enemigos, qué importa cuál, y ese centro se mantiene en funcionamiento e incluso TE CUESTA LOS DINEROS —cuando todo el mundo sabe que puede transformarse en un centro concertado, dónde va a parar—, ¡venganza! Amenaza con el cierre e ignora a los padres —ignora en general, que es el camino— y exige la encarcelación de sus alumnos, pequeños comunistas que algún día, cuando crezcan, derribarán la puerta de tu casa y nacionalizarán tu salón y se comerán las salchichas frankfurt de tu nevera.

Si en las legislaturas anteriores ha gobernado el Partido Enemigo y los gestores del Partido Enemigo o, peor aún, los técnicos que trabajaban aquí en la época del Partido Enemigo —y que continúan trabajando contigo porque se ganaron una plaza fija— externalizaron en algún momento algún servicio y contrataron a alguien, empresa o animal o cosa, ¡venganza! Inscribe su nombre en tu Lista del Boicot con tinta roja, el color de la sangre derramada en los duelos y el color, también, del odio, y retrasa sus facturas, que anda que no molesta, y bórrales del mapa, por si las moscas.

Si los artistas reclaman que una fundación se emplee en conseguir los objetivos que recogen su nombre y sus estatutos y no reinvente unos sacados de la chistera del pasaba por allí o del así a-sí me gusta a mí, al menos, o si esos artistas reclaman que no se destruya lo que ha costado levantar tantos años, es decir, que en ambos casos expresan su malestar ante el rumbo de una institución, ¡venganza! Revisa las ayudas concedidas a algunos de esos artistas y que entreguen las armas y las llaves de los chalés adquiridos en la Carrera del Caballo, los apartamentos en primera línea de playa en Los Boliches y demás estipendios habituales en todo creador que se precie.

Si eres obispo y escribes una carta en la que arremetes contra el feminismo, la transexualidad y Simone de Beauvoir, que no estaba muerta, que no, que estaba de parranda, y hay quien se escandaliza —¡feminista!— y quien se queja —¡transexual!— e incluso quien exige tu dimisión —¡existencialista!—, ¡venganza! Refresca tu pluma y sírvete de ella para dar su merecido no solo a quienes te critican, sino también a quienes se fían de ti, borregos descarriados.

Duelos entre concejales. Entre consejeros. Entre pintores. Entre obispos. Entre jugadores de fútbol y presidentes de equipos de fútbol. Duelos en el Parque de los Teletubbies y en la Avenida de Arroyo de Moro, a ambos lados. Duelos en la parte inferior del Rafalete.

Y así.

Duelos para descongestionar los juzgados.

No me digan que no iría mejor la cosa.

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