Apaga el teléfono, vuelve a encenderlo, vuelve a apagarlo
No sé cuántas veces me he acordado de esta situación, a cuántas personas se lo he contado y, sobre todo, cómo fue aquélla época.
Veréis, cuando creas una empresa lo haces con una ilusión bárbara y un ímpetu descomunal. Encima, como veremos en otras entradas, oyes esos cantos de sirena de gurús empresariales, de charlas motivadoras, de encuentros de “jóvenes empresarios exitosos”, etc. que te hacen pensar que todo es posible. Pues claro, nunca te planteas a priori que algo pueda salir mal. No digo que las charlas no ayuden, pero lo que sí llevo defendiendo desde hace tiempo es que la gente que comienza un proyecto no necesita escuchar al que le fue bien (solamente). Le interesa muy mucho saber en qué se equivocaron otros para no cometer el mismo error, conocer cómo fracasó alguien de su mismo sector, saber quó hicieron otros para arreglar un problema, y así podría seguir.
Pero siempre es lo mismo: caso de éxito de... Charla-motivacional de... Y digo yo: dónde está “¿cómo me arruiné y conseguí salir?”. En fin, que me pierdo.
Vuelvo al hilo de este post. Cuando creé la empresa, empecé con una idea de negocio fantástica, orientada a un sector y con un cliente que hacía presagiar un éxito rotundo. A los 3 meses (una vez pasado el verano) ocurrió algo que ninguno nos esperábamos. La LOPD levantaba un muro entre nuestro cliente y nosotros que hacía que la idea de negocio no fuera posible de realizar. En definitiva, tal y como habíamos pensado el negocio (en un 90%), no era posible. De repente, se derrumbaron las opciones de viabilidad de la empresa.
Tuve que cambiar mi planificación de empresa y empezar de cero, pero de cero total. Nadie me conocía en Córdoba en el sector en el que empezaba ni yo tampoco conocía a nadie. Mi padre me regaló un maletín donde llevaba un portátil que me habían dejado (que pesaba 4 kilos), y empecé a recorrerme todos los bares de Córdoba, visitar empresas, reunirme con desconocidos. Llegué a tener todas las claves wifi de bares del centro de la ciudad y hoteles, ya que eran mi oficina.
Al cabo de un tiempo de afrontar esta nueva situación, en la que tuve que reconducir el modelo de negocio, las semanas se hacían muy complicadas. Sobre todo porque me di cuenta de que varios días a la semana repetía una acción. Algo que no me paré a analizar después, pero que sin duda definía la situación tan desesperante en la que estaba: apagaba y encendía el teléfono varias veces, porque pensaba que estaba roto o algo le pasaba a la cobertura. ¿Sabéis por qué? Porque no sonaba. No llegaban whatsapp ni mails. De hecho, pensadlo. Si un día normal no os sonara el teléfono con ese tono que ya es cotidiano, o no vibrara, al momento os llamaría la atención. Pues ésa era una situación habitual en ese momento de mi vida.
Esa situación hace que te replantees muchas cosas. Y ante eso, nadie te ha hablado nunca ni te han preparado.
Hace tiempo definía la vida del empresario como un “diente de sierra”. Un día estás en la punta de uno de ellos porque todo te ha salido bien, tienes nuevo cliente, todo va genial, y en una hora, de repente, caes hasta el diente más pequeño, y no sabes cómo es posible que haya ocurrido. Cuando aprendes a vivir en este estado, ganas mucho en calidad de vida profesional porque sabes cómo reaccionar en ambos estados, el positivo y el que menos.
Con todo esto no digo que la vida del empresario sea complicada. Tiene alegrías que te aseguro que no te va a dar el trabajo por cuenta ajena, aparte de otros muchos factores. Pero sí es cierto que has de saber navegar, afrontar retos diarios y comprender que tu día a día casi nunca será tranquilo. Pero recuerda, eso siempre es mejor que tener que apagar y encender el teléfono varias veces porque no suene.
Créeme.
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