Friedenreich, el rey que venció al racismo
En Brasil, que ahora disfruta –o sufre, según se mire- de su Mundial de fútbol, todo el mundo conoce el nombre de Arthur Friedenreich. Para muchos fue el primer rey de este deporte. Para todos, un hombre que fue capaz de superar la rémora del racismo para conseguir su sueño.
Nació en el verano de 1892 en Sao Paulo. Su padre era un comerciante alemán, de ahí su apellido; su madre una lavandera negra, de ahí lo oscuro de su piel. A principios del siglo XX el fútbol en Brasil era cosa de blancos. Cuentan que cuando a Arthur su progenitor le permitió ingresar en el Germania, su primer club que era el de la comunidad de alemanes en el país, se decoloraba el rostro con polvo de arroz. No sólo el juego de pelota era racista formalmente, también la mentalidad era británica. Purista. Nada de filigranas con la pelota. Nada del “jogo bonito” que se llevaba a cabo en los arrabales con pelotas hechas con jirones de prendas. Arthur Friedenreich cambió radicalmente la forma de entender el juego en su país. O, lo que es lo mismo en Brasil, la forma de entender la vida.
Sufrió más golpes que ningún jugador por su habilidad y en muchos campos recónditos la gente le miraba con recelo por su origen, así que decidió usar una redecilla para ocultar los rizos de su pelo. Eso fue al comienzo, claro, porque sus goles y su forma de golpear a la pelota le granjearon una fama que trascendió a su país. En 1925 protagonizó la primera gira de la selección brasileña por Europa, venciendo a un combinado galo 2-7 y demostrando unas habilidades hasta ese momento inéditas en el viejo continente. De ese partido son las únicas imágenes que se tiene de él jugando.
Precisamente la falta de datos e imágenes impide que se certifique un registro que da brillo a la figura de Friedenreich. Dicen que anotó más goles que Pelé, pero nadie puede corroborarlo porque muchos archivos son ambiguos o, directamente, inexistentes. Hay quien sostiene que anotó la escalofriante cifra de 1.329 goles en…1.329 partidos oficiales. No hace falta hacer la media.
Su figura imponente -1.80- y su forma de atacar la pelota le valieron el sobrenombre de “El Tigre”. Han evocado su romántico recuerdo los grandes escritores aficionados a la pelota, desde Galeano, (“… Friedenreich llevó al solemne estadio de los blancos la irreverencia de los chavales color café”) hasta José Moraes (“…era bravo, guapo, capaz de seguir jugando hasta con dos dientes partidos”). Sergio Rodrigues también habla de él en su último libro, “El Regate”.
Hubo un antes y un después de este futbolista que en Brasil supo abrir el camino a la igualdad a través del deporte. Otra cosa que lo diferencia de Pele, lo único que recibió a cambio de una carrera exitosa y fiel al Sao Paulo fue una modesta vivienda en la que se despidió del mundo en 1969 de manera tranquila. Eran, definitivamente, otros tiempos.
El locutor brasileño Nicolau Tuma, que pudo verlo en directo, dijo de él: “en aquella época el fútbol estaba restringido a unos grupos limitados. Gracias a él la gente se convenció de que cualquier persona normal podía lograr la fama”.
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