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Otro fútbol es posible: también en Córdoba

Alfonso Alba

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El mismo año en que el Córdoba subió, fugazmente, a Primera División lo hizo el Eibar. El Córdoba salía de un concurso de acreedores con una nueva propiedad privada representada en la familia González. El Eibar se las veía para cumplir una leonina ampliación de capital que, como sociedad deportiva, le exigía la Liga Profesional. El Córdoba bajó a Segunda estrepitosamente y el Eibar ahí sigue, plantando cara. Y protagonizando portadas de The Guardian y del New York Times sobre cómo otro fútbol, o mejor dicho, otro modelo de gestión en el fútbol es posible.

Cuando Prasa dijo basta y el Córdoba CF entró en concurso de acreedores recuerdo a un alto dirigente diciendo que “Córdoba es una ciudad de tiesos”. El precio del club era una ganga, pero nadie en la ciudad dio el paso al frente. Ni ningún empresario ni, por supuesto, la masa social. No hubo ideas.

Ahora, el proyecto de la familia González naufraga. El fútbol son resultados y estos no acompañan. Arrecian las protestas y hasta se producen manifestaciones. Piden, de manera desconcertante, la dimisión de González. Y yo me pregunto: ¿cómo puede dimitir alguien de su propia empresa? Queridos compañeros blanquiverdes, eso no va a ocurrir.

El Córdoba es una sociedad anónima deportiva. Es decir, es una empresa que hace negocio con un sentimiento y un juego, muy divertido y pasional. Hace décadas que el club dejó de ser de sus socios (como lo siguen siendo el Real Madrid, el Barça, el Athletic Club o el Osasuna). No, el club es de sus dueños. Y tiene abonados. Y ya está.

Está claro que todo buen empresario quiere lo mejor para su compañía. Y que en el fútbol lo mejor no es otra cosa que ganar y llenar el estadio (para así ganar dinero). Eso ya no está ocurriendo en Córdoba. Y un descenso a Segunda B es una ruina económica también para la familia González.

El Córdoba pudo ser otra cosa, pero o no surgieron las ideas, o se trata de una de las ciudades más conservadoras de España, o simplemente aquí siempre esperamos que nuestros problemas los arregle otro. Que llegue un jeque, un gran empresario, que el Ayuntamiento haga algo, o la Junta, o el Gobierno. Que alguien nos salve, que nosotros nos limitaremos a desgañitarnos en las gradas.

En Eibar entendieron lo contrario. Cambiaron los estatutos y nadie puede tener más de un 5% de las acciones. Ampliaron capital y buscaron socios en el mundo entero. Encontraron 11.000 (sobre los 1.500 accionistas locales) en 60 países. El club está saneado y no corre peligro de descenso. Están remodelando el estadio y haciéndolo más grande (la ciudad tan solo tiene 27.000 habitantes, por los 330.000 de Córdoba).

Córdoba pudo tener una solución entonces: que la masa social se hubiese organizado. Si los 10.000 abonados del club (ahora) hubiesen aportado una cantidad razonable (lo que cada año cuesta un abono) se habrían podido haber hecho con el control del club. Hoy, el Córdoba habría vuelto a ser de los cordobesistas y nos estaríamos evitando capítulos vergonzantes como los de retirarles el abono a los que critican las decisiones de la entidad por redes sociales, como acaba de pasar.

El fútbol de hoy es un negocio capitalista. Contra el capitalismo también surgen este tipo de iniciativas (la mayor empresa privada de Córdoba es una cooperativa, se llama Covap y está en Pozoblanco) para huir de aquellos que solo tienen apego al dinero y que lo huelen en el mundo del fútbol, sin tener en cuenta que esto es otra cosa, y que aquí hay sentimientos inalterables. Ya saben: se puede cambiar de partido político, de pareja, de familia, de sexo o de país. Pero nunca nunca nunca se puede cambiar de equipo de fútbol.

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