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En la puta calle

Redacción Cordópolis

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En 1997, un director poco conocido, Enrique Gabriel, realizaba una película social, en tono tragicómico, titulada “En la puta calle”. “En la puta calle”.En ella, Juan (Ramón Barea), un trabajador que se ha quedado parado y ello ha provocado la ruptura familiar, se marcha a otra ciudad en busca de alguna oportunidad, lo que le va a resultar absolutamente complicado. Conocerá y compartirá peripecias con Andy (Luis Alberto García), un caribeño, que necesita ayuda de sus compatriotas para sobrevivir. Era la época de “España va bien”, pero ya había gente que pasaba graves problemas ante la indiferencia general. Gobernaban los populares en España y en Córdoba, pero el crecimiento económico basado en el ladrillo tenía sus perdedores, sus efectos colaterales con nombres y apellidos.

La película nos muestra  un amplio retrato de personajes que poblaban las calles y aceras de cualquier ciudad, gente invisible para los demás, gente considerada como borrachos, vagos o gentuza. Hoy esa gente se ha multiplicado debido a la crisis galopante, de seis millones de parados, desahucios, corrupción, recortes sociales, ... pero ahora ya no la vemos como si fuera gente excluida ajena a nosotros, simplemente, porque podemos ser nosotros los que acabemos mendigando comida, somos nosotros los que podemos encontrarnos en la puta calle. No me refiero solo a perder la vivienda, sino a perder las ganas de levantarse cada día ante las dificultades para organizar una vida digna.

Nuestra ciudad no es ajena a esta situación y los datos apuntan a que la pobreza se ha multiplicado por 15 en solo cuatro años, por lo que la responsabilidad es compartida. Hoy en día, Caritas, Cruz Roja, los comedores sociales, ... se ven sobrepasados ante una situación inconcebible hace tan sólo un lustro. Siguiendo aquel popular dicho que termina “ahora vienen a por mí, pero ya es tarde”, todos conocemos familiares, amigos, vecinos que, en pocos años, han encadenado rebaja salarial, deudas, recortes sociales, agotamiento de ayudas y acogimiento familiar y que tienen que salvar su vergüenza para comer, para tener un techo o para sobrevivir, sin más.

Si los focos de pobreza en nuestra ciudad se concentraban hasta hace poco en barrios de exclusión (Palmeras, Moreras, Barrio del Guadalquivir, ...), ahora se extienden por todos los barrios populares, en mayor o menor medida. Paradójicamente, es en este momento cuando más empleo se destruye en el sector privado y público, cuando más difícil es acceder al paro y a las ayudas sociales, y cuando menos apoyo llega a las entidades de voluntariado en proporción al vecindario al que deben atender. Cuanto mayor es la necesidad, menor es la respuesta de nuestros gobernantes, amparados en la falta de recursos y en la necesidad de recortar el gasto público. Porque, una vez que han ahorrado en unos coches oficiales, en algunos viajes y otros detalles de mal gusto, solo les ha quedado la opción de tocar el grueso de la política social.

Los distintos gobiernos se han dedicado hasta ahora a un peloteo de responsabilidades. El gobierno central ha recortado las partidas sociales enmascarándolas con el término “reformas” y solicitando la actuación de las comunidades autónomas; la Junta de Andalucía, ha recortado a su vez sus programas sociales, digan lo que digan, argumentando la falta de apoyo del gobierno de Manostijeras Rajoy; y los ayuntamientos se encuentran con sus servicios sociales colapsados en plena crisis de ingresos municipales, esperando el momento en que se le exonere de la política social exigiendo mayor ayuda autonómica.

Mientras, la situación en los barrios de exclusión se agudiza y en los barrios populares empiezan a hacerse visibles los problemas. A los partidos políticos no les interesa hablar de lo que sucede porque no saben qué proponer. Esta dinámica del avestruz parece que empieza a romperse con la propuesta de la Junta de Andalucía de elaborar un programa contra la exclusión social que complemente el decreto sobre función social de la vivienda. La primera medida conocida, la de asegurar las tres comidas a todos los niños y niñas, es una urgencia, porque ya hay que solventar muchos problemas puntuales en los colegios con comedores. Subir el mínimo inembargable del salario o conseguir que los empresarios cierren sus deudas cuando vendan sus propiedades, son otras medidas de mínimos que ya empiezan a retrasarse más de la cuenta.

No obstante, no es suficiente con esperar que las instituciones se sensiibilicen con la realidad, sino que siguiendo el ejemplo de Stop Desahucios, es necesario que se vertebre una red vecinal que atiendan las necesidades de nuestros convecinos a la vez que se exige cambios en la política antisocial y de recortes. No es suficiente con la caridad, ni siquiera con la solidaridad, es necesario seguir planteando elementos de cambio político, econónico y social que asegure la recuperación de los derechos sociales. No se puede esperar a que la crisis amaine, porque estamos ante una situación que devengará en estructural, si no lo evitamos.

“En la puta calle”“En la puta calle”, cada uno piensa que su situación es la peor. Algunos viven la situación como un drama, otros como un reto para el que hay que tener ánimo. Pero el drama ronda sus vidas ante la indiferencia del entorno. Que a nosotros no nos pase igual, y que levantemos los ojos del móvil para observar lo que pasa a nuestro lado. Lo más seguro es que los otros hagan igual con nosotros y juntos podamos buscar soluciones.

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