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La familia Robinson

Redacción Cordópolis

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Hoy se cumplen dos años que Mr. Chance Nieto inició la aventura de gobernar nuestra ciudad. Pasado este tiempo podemos afirmar que su equipo se encuentra como La familia Robinson (1940), náufragos en una isla casi desértica que intentan convertir en un lugar apacible pero que los animales gigantes que la habitan y la oposición pirata la llenan  de complicaciones. La película protagonizada por Thomas Mitchell no pasa de ser una amable historia familiar con magníficos efectos especiales, al igual que la gestión que protagoniza Mr. Chance Nieto, también repleta de de trucos mediáticos. La familia pepera, protegida por su mayoría absoluta, actúa desde la improvisación, lejos de vivir una vida cómoda como habían soñado, sorteando peligros, intentando creerse que están gobernando la ciudad. Esperan que alguien les salve, y poder seguir su camino político, pero eso no sucederá hasta el final de la historia.

La hoja de ruta que era su programa electoral ha quedado destrozada por el naufragio, que ellos achacan a la tormenta de la herencia recibida y, sin duda, se debe más a su propia impericia para navegar. Cuando salieron de su casa camino a crear una nueva vida en otras tierras, el Ayuntamiento, pensaban que todo sería de color de rosa, pero el mar embravecido que es la gestión municipal, tiene sus propias reglas. Ha insistido el alcalde en que la visión que tenían de la realidad era incorrecta y que ello ha provocado, en parte, que fracasara el viaje. Para sobrevivir han tenido que usar los restos del naufragio, explorar las posibilidades de la isla donde se han refugiado y esperar que el futuro sea más benigno.

Lo que iba a ser una reducción de la presión fiscal ha cristalizado en una subida generalizada de tasas e impuestos con apoyo del gobierno central. La instalación de empresas, que supuestamente esperaban el cambio de gobierno para instalarse en nuestra ciudad, ha dado paso a una continua destrucción de empresas y que se agarren a la experiencia del Mercado Victoria como buque insignia, sin que se limpien los jaramagos de nuestro suelo industrial. El proyecto cultural que debía darnos identidad ha sido transformado en un reduccionismo absoluto a una Córdoba para el turista, aferrados a la imagen de nuestros Patios y confiados en  acabar los equipamientos que se encontraron a medio terminar, como el Centro del Flamenco o el Museo Taurino. La generación de empleo prometida ha desembocado realmente en un incremento del paro que también ha afectado al propio sector público municipal, si bien los despidos llevados a cabo están siendo contrarrestados por las sentencias judiciales. La reestructuración del Ayuntamiento ha quedado en el aire, pendiente de la reforma de la administración local, y con una provisionalidad absoluta en la toma de decisiones, generando incertidumbre en las empresas y organismos municipales, que desconocen cuál será su futuro.

El alcalde ha prometido que, a partir de este momento, ya no seguirán achacando el naufragio a la herencia recibida y que se disponen a adaptarse a la vida que tienen por delante. Envueltos en su campaña de imagen en torno al CO-10, han anunciado ya un plan, Córdoba Emplea, que no crea empleo, sino que espera que no se destruya más, y que no incorpora ninguna novedad a lo que se ha venido haciendo tradicionalmente en el Ayuntamiento, esto es, intentar aprovechar las inversiones de otras administraciones. El pan piloto con apoyo estatal ha quedado reducido a un bonito cuento sin final feliz. No obstante, su papel de delegados del PP en Córdoba les ha obligado a no defender la inversión en el aeropuerto o a no exigir que se acabe la Variante Oeste. Mientras, se entretienen guerreando con la Junta de Andalucía respecto a la Ronda Norte o a la Ciudad de la Justicia. En lo que respecta a vivienda quiere convertir en éxito propio la inversión privada que pueda dedicarse a vivienda, en una prueba de desfachatez política de primer nivel. Sobre política social, de participación, deportiva, etc. todo consiste en gastar lo menos posible sin que exista ningún proyecto definido.

La piedra de toque que se han impuesto a sí mismos es el fantasmal Centro de Convenciones, que siguiendo la estela del Palacio del Sur, ya está empezando a generar gasto y confusión sin que esté segura su financiación, ni su diseño ni funcionalidad. Quieren hacer de él la prueba de que este gobierno es capaz de gobernar y de llevar a cabo un proyecto, aunque sea de dudosa utilidad para la ciudad. Si el Palacio del sur nos supuso 19 millones de euros para solo contar con el proyecto y las catas, en el centro de Convenciones se pueden enterrar en torno a treinta millones de euros de capital público para tener un equipamiento inútil. Creo que mejor harían en asegurar que llevan adelante las obras del Plan Urban, o las de 50 barrios, 50 proyectos, aunque si su eficacia gestora va a ser como la que demuestran en la Plaza del Doctor Emilio Luque, no les aseguro una buena imagen pública.

La familia Robinson acabó siendo rescatada, aunque parte de ella se quedó a vivir en la isla que habían construido. Celebraron haber resistido los ataques de la oposición pirata, pero  la isla quedó de nuevo olvidada en las hojas de ruta que le podían enlazar con el futuro. Es deseable que eso no le vuelva a suceder a nuestra ciudad y que recuperemos la ruta estratégica elaborada, basada en la cultura.

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