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Terminaremos por inculparnos a nosotros mismos

Alfonso Alba

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Los medios de comunicación auto denominados progresistas dieron la noticia. Había que señalar el deterioro que producen las políticas gubernamentales de... Madrid. Otros medios de comunicación, que no necesitan esconder lo que son y parecen, señalaban a Sevilla. Siempre hay algo que espiar. Siempre hay algo que encubrir. En muy poco tiempo (un día) se ha construido la noticia. La tragedia se escribía con comida caducada, contenedores de basura, indigencia absoluta... Necesitamos identificar a la víctima con todas las características que tradicionalmente se le adjudican. La supervivencia tiene que ser y parecer miserable. No hace falta la verdad, basta con la sospecha que se alimenta de una vulgar dialéctica del ¡y tú más! No hay análisis. No hay aprendizaje. Sin embargo, a la natural incertidumbre de un médico para lograr una valoración acertada se le aplica una semiología clínica consistente en recopilar datos e informaciones de interés para lograr un correcto diagnóstico. La realidad profunda que se está construyendo no es la que se identifica con buscar y rebuscar comida en los contenedores. Desde hace mucho tiempo la periferia social está poblada de gentes que rebuscan... La realidad que se está conformando refleja una espectacular reducción de los elementos básicos de la integración y la inclusión. Los espacios de inclusión se reducen y endurecen, mientras los de exclusión crecen y se amplían. Una exclusión que está dejando de ser periférica y subsidiaria. Va avanzando hacia el núcleo de población que vivía una realidad de aparente integración y explota a través de sucesos esporádicos (o no tan esporádicos)... Se puede vivir uno y dos años con el salario social; se puede volver a solicitar ese recurso un tercer año. Se puede aparentar cierta estabilidad social y familiar mientras la educación y la asistencia sanitaria están básicamente aseguradas. Las estructuras familiares todavía permiten un cierto nivel de recursos básicos... Pero no da para más. Ahora bien, si entras en la marginación se requiere que además lo parezcas. Terminaremos convirtiendo a las víctimas en culpables. La culpabilidad es el sentimiento mejor compartido entre quienes sufren.

En el largo periodo de la Edad Media se estableció una triada de víctimas. Pobres, extranjeros y enfermos (sería más correcto decir determinados pobres, determinados enfermos y determinados extranjeros) conformaban el punto más alto y visible de la exclusión... Se construyó una asociación cuasi natural entre ellos. Se establecieron códigos visuales para su identificación en el imaginario social y, posteriormente, normas que tejían una perversa relación entre extranjería, enfermedad y pobreza. Se le fue sumando una concepción moral (el pecado), una construcción jurídica (el delito) y una identidad cultural (la diferencia). Los procesos e itinerarios de exclusión se desarrollaron a la perfección. La percepción social avalaba esta realidad. Leprosos, mendigos, hechiceras, mujeres independientes, judíos e infieles tenían su representación y su necesaria ubicación: hospicios, reformatorios, manicomios, cárceles, casas de misericordia... En la actualidad esta triada se mantiene intacta y se va ampliando cada vez más. Anómicos y desamparados. Grupos de riesgo se les denominan en las categorías psicosociales. Esto es lo que nuestra vulgata mediática oculta o convierte en espectáculo. Oculta que el único mecanismo que hemos desarrollado para impedir este deterioro se está desmantelado. Nuestras sociedades democráticas han ido establecido en las últimas décadas un sistema de garantías jurídicas y de recursos básicos que mantenían un cierto equilibrio social. Este es el horizonte que están construyendo (unos que lo quieren así y otros que lo quieren... gestionar)

Lentamente se va legitimando la idea de que hay que dejar al Mercado como eje vertebrador del desarrollo y hay que descargar al Estado del esfuerzo presupuestario que supone atender a determinados pobres, determinados enfermos y determinados extranjeros. De ahí que el esfuerzo inversor (y redistributivo) en determinadas necesidades de carácter social, educativo o sanitario se transforme en un asunto presupuestario y deje de ser un asunto de derechos. Poco a poco nos vamos acercando a una nueva y cierta Edad Media. Un retorno paulatino a las aparentes virtudes privadas y a la caridad como sustitutivos de la garantía y disfrute de los derechos. Esa es la tragedia. El sufrimiento inagotable e inconsolable de una familia debería alertar sobre lo que está ocurriendo y no alimentar una ridícula e infame batalla de titulares (que al día siguiente se cambian como si nunca se hubieran escrito).

Nota: Ayer noche volvía a mirar un cuadro que es modelo de intención. Fue pintado en 1926 por George Grosz. Se titula “Los pilares de la sociedad”. En el cuadro aparece un banquero borracho; un político corrupto de cuya cabeza emerge una mierda humeante; un clérigo con los brazos abiertos frente a un incendio y que da la espalda a lo que sucede; un periodista coronado por un orinal y unos militares ejerciendo de tales. Fue pintado ocho años antes de la explosión.

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