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“Taraularera, taraulará”

Alfonso Alba

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(a Homero y Borges, ciegos)

¡Cuánta falta nos hacen juglares, trovadores o copleros ciegos! (siempre a medio camino entre la supervivencia, la ironía y la denuncia). Homero y Borges aunque eran ciegos, lamentablemente, no sabían cantar. Durante varios siglos fueron los transmisores más fieles de la cultura oral. Cantaban en plazas, ferias y mercados populares. Una vez ejecutada la copla, señalaban unos pliegos con el texto impreso y rogaban que se los comprasen (estos pliegos estaban colgados de un cordel y cogidos con una pinza de caña, así se denominó este arte “literatura o pliegos de cordel”). El grueso de estas coplas criticaban y se burlaban de los rostros y acciones del poder. En dos direcciones: aquellos que detentaban el poder político y económico (construido y mantenido siempre sobre el linaje de casta y aquellos otros que gobernaban la vida, es decir la cama y el pensamiento, la Iglesia. La Inquisición siempre estuvo atenta. En México encarcelaba a quienes cantaban y bailaban las “coplas de Chuchumbé” (normalmente cantadas y bailadas por negros esclavos que percutían su cuerpo al ritmo de la copla). En Lima se prohibió una copla que aseguraba que Adán no tenía ombligo (algo absolutamente lógico no habiendo nacido de mujer y, además, ¿con quién se iba a comparar?). En Madrid se prohibió una copla cantada por ciegos denominada, “Taraularera, taraulará”, en ella se narraba los amores de un joven con Joaquinita. En Córdoba el Tribunal de la Inquisición, en 1807, prohibió un conjunto de cancioncillas (de nueve versos cada una), conocidas como “El Paxaro Extranjero”. “El Sr. Inquisidor que hace de fiscal solicita que se recojan y prohíban unas coplas impresas con el título de (...). Las adjuntas coplas se están cantando en esta ciudad públicamente por un ciego y probablemente se extenderán a que las canten otros; en ellas se contienen proposiciones lascivas, contrarias a las buenas costumbres, injuriosas (...). Que las expresadas coplas se recoxan y prohivan, aun para los que tienen licencia de prohibidos (...)”. Una de las coplillas decía “Uno me regaló un fraile que con ecos fanfarrones, él me cantaba los Salmos y yo lo que quería eran salmones”.

Es cierto que la mayoría de las veces las coplas eran vulgares y ofensivas. Tan vulgares y ofensivas como las condiciones de vida de la época. Hoy también la miseria moral y la miseria material caminan de la mano. También hay libelistas, incendiarios y difamadores que compiten entre sí e invierten en su nombre propio, pero no cantan ni son ciegos. Los ciegos cantores cuando dolía el corazón le llamaban tristeza, cuando dolía el pecho lo llamaban angustia, cuando dolía la vida la llamaban injusticia. Hoy en día tenemos suficiente materia prima para imprimir cientos de pliegos de cordel. Nos faltan cantores ciegos. Más allá de los límites que marcan el tiempo y el espacio, debe sobrevivir (a duras penas) la memoria. Aunque esté poblada de olvidos.

Nota: Muchas de las coplas de ciego comenzaban así: Hombres, mujeres y niños,/ mendigos y caballeros,/ carcamales y mancebos./ El que ya no peina canas/ porque se quedo sin pelo,/ y el que el tupé se compone/ con bandolín y ungüento (...) y finalizaban: Y aquí se acaba el romance/ que en el pliego escrito está,/ sólo dos céntimos cuesta/ a quien lo quiere llevar.

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