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De la Creu de Sant Jordi a la creu de Jordi

Alfonso Alba

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El domingo estuvieron reunidos junto al Castillo de Perelada. Ayer lunes desayunaron en la excelente cafetería Foyer del Palau de la Música (sus coches aparcados en Via Laietana). Anoche, la mayoría de ellos, se reunieron para cenar en uno de los mejores restaurantes de Barcelona, el Moments, en pleno Paseo de Gracia. Realmente son exquisitos. Todas las conversaciones giraron en torno a la de uno de los nuestros. El más grande, el más inteligente. Allí estaban los Millet, los Muntull, los Godó, los Montaner, los Calvet, los Carulle, los Costafreda, los Maragall, los Cadafalch, los Rusiñol, los Ferrer...

Demasiados años escribiendo sobre el ascenso de uno de los nuestros y se les olvido prepararse para la caída. Ellos no están atónitos (como la clase política) ni desolados (como el portavoz de la Generalitat, Francesc Homs). Ellos están cabreados. Muy cabreados. Expertos en construir una apariencia de cultos liberales, hábiles burgueses, sinceros demócratas y verdaderos patriotas del catalanismo, ven cómo el más grande, el que llegó a representar como nadie la máxima de que lo más importante es aparentar (Maquiavelo), está siendo engullido en una alcantarilla. Y la mierda que se eleva por el efecto de la caída, ¡les salpica! Habían conseguido que la crisis social apareciese amortiguada frente al sincero y patriótico fervor de una gran parte de la población que solo aspira a que alguien los embarque en un proyecto. Proyecto que ellos auspiciaban (y financiaban). Estaban convencidos que sus cachorros más radicales nunca romperían la línea de horizonte que ellos han dibujado en los últimos dos siglos. Estaban seguros que las antiguas y modernas izquierdas no romperían el sueño que ellos alimentan (y si lo hicieran, recuperarían a otro de los suyos, el gran Eusebi Güel i Bacigalupi, el gran catalanista y oligarca, que no dudó en pedir auxilio al odiado ejército español para sofocar las revueltas obreras de Barcelona y que, como agradecimiento a tamaña acción, regaló el conocido Palacio de Pedralbes a Alfonso XIII, a la sazón rey de España. Ellos tienen recursos para todo. Nunca se hubiesen imaginado la torpeza de uno de los nuestros. El más grande. Nunca se podían imaginar la explosión de consenso espontáneo y voluntario, de revocación total de una forma de gobernar sostenida en el engaño y la apariencia. Ese extraño conformismo social y político que el más grande había logrado a lo largo de décadas se ha desplomado. Y deben impedir a toda costa que se desplome sobre ellos. La maquinaria se ha puesto en marcha. Sin compasión. Sin perdón. Sin escrúpulos. “Es un asunto estrictamente personal” (Artur Mas, sin padre que lo humille ni hijo que le traicione, dixit). “Estamos atónitos” (dirigentes de CIU). “Imperdonable... pero no debe frenar el imparable proceso soberanista” (los cachorros). Actuaran con la paciencia infinita del verdugo frente a su víctima. Lo dejarán solo con su cruz. La creu de Jordi. Y, con suerte, volverán las banderas a ondear y se instalará de nuevo el más pulcro silencio sobre una de las castas más poderosas de este extenso territorio. Y volverá la Creu de Sant Jordi. ¿O no?

Nota: Uno de los nuestros es una magnífica película de Martin Scorsese. Muestra un universo de ambiciones, traiciones y lealtades que se sostienen, a veces, en un fino alambre. El ascenso y caída de sus múltiples protagonistas está frente a frente nuestro. Es carnal. Aunque justo es reconocer que su lenguaje es infinitamente más soez y celestinesco que el de nuestros protagonistas. Por lo demás las alcantarillas son las mismas. Nada que envidiar...

Sebastián de la Obra

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