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¿Para qué sirve la literatura?

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Lo bueno que tiene el día de Sant Jordi es que, como libros y rosas, hay un Sant Jordi para cada uno. La experiencia de lo colectivo se traduce en un momento de goce personal para con los otros, pero también para con uno mismo. Es una jornada para disfrutar de lo que la palabra escrita nos aporta y compartirlo con mirada cómplice con los que nos rodean. Gracias a Laura y Meritxell, dos grandes amigas de Barcelona, comencé a celebrar Sant Jordi entre felicitaciones, regalos y lecturas conjuntas. Y por cosas del trabajo, no en Cataluña, sino a muchísimos kilómetros de distancia, en Mozambique. Me transmitieron la importancia y lo especial de este día que, desde entonces, he ido viviendo, como ellas me mostraron, con la misma intensidad allá donde me encuentre: veladas literarias itinerantes desde el sur de África hasta Rabat, donde me encuentro ahora mismo, pasando por Barcelona.

Porque no es que la literatura no tenga patria (tienes muchas, todas las que queramos) sino que, además, es una patria en sí misma. Una Ítaca que, en el fondo, nos enseña que más que el destino, lo que realmente importa es el camino, ese que como muchas veces hemos escuchado, pero nunca lo suficiente, se hace al andar.

Pero si la literatura es entonces una patria sin fronteras y, por otro lado, caminar en este mundo es siempre agotador y complicado… ¿Para qué sirve la literatura? En un momento en el que otros medios parecieran estar más adecuados a lo que necesita o pide la sociedad, es lícito preguntarse la función que cumple para nosotros. Y como el día de Sant Jordi, la vivencia y la reflexión solo puede ser puramente personal. Desde esa posición, en mi caso me acerco a la literatura en busca de consuelo, quizá una manera más de llamar a lo que otros han llamado refugio, resistencia íntima, cuidado paliativo o como un cuidado de mí mismo. Sea como fuere, cuando hablo de consuelo me refiero tanto a la esfera estética como ética.

Desde un punto de vista estético, la literatura no vendría a ser nada más que lo que significa el arte por el arte, sin más, la contemplación de un código creativo que busca la belleza, donde no hay otro sentido más allá del placer de que a una letra la siga a otra, de que una palabra encaje con la siguiente y de que el conjunto forme una narración a la cual aproximarse para disfrutar de la luz que emana de ella. Y así, no habría que pedirle nada más allá de la utilidad de lo inútil, nada por encima de su propia inoperancia.

De ese modo, la literatura aporta un consuelo que es un goce que se justifica a sí mismo, que acaba siendo un reposo, por muy efímero que sea, y un equilibrio interno cuya precariedad no le quita, más bien al contrario, ningún valor. Es lo que se siente por ejemplo con la poesía de Chantal Maillard, la prosa de Mia Couto o el ensayo de Achille Mbembe.

Por otro lado, la literatura, desde su propia construcción, viene a dar una perspectiva amplia de lo que nos constituye como seres humanos, abriendo puertas a estancias que de otro modo sería imposible de visitar, y en las que encontraremos tanto lo esperado como lo impredecible de nuestra idea de lo que somos y son los demás. La literatura, al edificarse línea a línea, cimenta un lugar común donde la visión del Otro, pero también la de Uno mismo, no se hace tan aterradora  y permite transitar el camino donde encontrar esos puentes que nos unen para estrechar, por poco que sea, aquellos que parecen insalvables.

La literatura se constituye así en un consuelo ético donde nuestra individualidad puede cobijarse con mayor tranquilidad en un espacio compartido con el resto de habitantes de este mundo que, de repente, aunque sea solo por un instante, se transforma en algo menos doloroso y más comprensible. Las letras de Kopano Matlwa, de Svetlana Aleksiévich o Mohammed Chukri son prueba de ello.

Rosauro Varo (Córdoba, 1982) es pediatra, investigador y cooperante. Además, es escritor. Colabora con diferentes medios de comunicación locales y nacionales y ha publicado un libro de cuentos titulado El embudo (Andrómina, 2014) y una novela: Plagio (Ediciones en Huida, 2018).

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