Identidad
Estoy desnudo caminando por una playa nudista, valga la redundancia, y estoy muy bien.
Recojo conchas de la orilla y piedrecitas de formas sugerentes y colores raros. Los rayos del sol rebotan en el agua y juegan a cegarme. Me gusta.
Voy al agua fría, me sumerjo, juego a los piratas y a los náufragos, a los capitanes y a los grumetes. Suena música en silencio en mi cabeza, chapoteo… estoy feliz. Fresco.
Salgo del mar, dejo que mi cuerpo se seque un poco. Me tiendo bocabajo en la toalla sobre la arena, enciendo un cigarro (tranquilos, tengo un cenicero de plástico).
Retomo la lectura de Señas de identidad, de Juan Goytisolo, y me voy a París y a Barcelona. “Je suis patriote”, leo.
Muerdo un melocotón, bebo agua.
Me pongo bocarriba, miro el mar.
Me baño otra vez. Otra vez la música bajo el agua.
Estoy desnudo en una playa nudista –valga la redundancia- en la que no hay nadie más que yo.
Ser la única persona en la playa nudista que, además, va desnuda debe ser una cuestión de criterio y de disciplina.
Podría estar vestido, pero no sería igual. La playa ya no sería nudista.
Yo hago a la playa, pues.
Esto debe significar algo.
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