Una pregunta incómoda
"¿Qué es más importante: aprender trigonometría o saber relacionarse con los demás?"
(José Carlos Aranda. Autor de 'Inteligencia natural')
A veces, una pregunta sencilla es capaz de dinamitar toda la arquitectura sobre la que está edificada el mundo conocido. Toda la vida viviendo con la convicción de que la trigonometría es la columna vertebral del sistema educativo y, zas, llega este señor dándole la vuelta como a un calcetín. La pregunta es demoledora. Porque la respuesta es realmente inquietante. El caso es que usted puede tener un chiquillo que sea el Pitágoras del triángulo equilátero y un lerdo en inteligencia social.
A partir de ahí es donde el señor Aranda construye su teoría. Es más importante, sostiene el profesor, educar en la felicidad que en el conocimiento. Ahí es nada. Muchos de ustedes querrán correr a gorrazos al autor de “Inteligencia natural” en la creencia de que la suya es la teoría del hedonismo y el mínimo esfuerzo. Nada más lejos de la realidad, que diría un jipi en un viaje lisérgico. Para el señor Aranda, la felicidad no es que el niño haga lo que le salga de las narices. Es un estado mental de confianza y de autoestima, a partir de la certeza de que la vida es una sucesión de problemas que es preciso superar.
La del señor Aranda, por lo tanto, es una pregunta incómoda. Pero las preguntas incómodas son las que mueven el mundo. Las que cuestionan, por ejemplo, que los sistemas de evaluación educativa se centren solamente en la capacidad cognitiva del alumno y olviden que la inteligencia es mucho más que saber hacer una raíz cuadrada. Porque usted, argumenta el señor Aranda, puede vivir sin saber despejar una ecuación. Pero, ¿y sin saber cómo relacionarse con el mundo?
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