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El espejo del alma

Aficionados en la grada blanquiverde se besan en el escudo en el Córdoba-Huesca | ÁLEX GALLEGOS

Rafael Ávalos

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Salmorejo y tortilla. Un refrigerio. Camisetas de blanco y verde. Y sobre todo no pocas sonrisas. Es la una del mediodía y en El Arenal ya hay quien se deja ver. Cada vez son más los que se aproximan. Quieren disfrutar del aperitivo que ofrece el club. Esta hora es quizá en la que el sol más intensamente calienta. Dos personas con otro color además del propio blanco forman parte de la serena fiesta. Azul es esa tonalidad de quienes, como buenos hermanos, llegan desde Huelva. El Córdoba se la juega, otra vez. La permanencia aún es posible. Probablemente mucho antes de que arranque el partido, que es una nueva final, nadie baraje otra opción que no sea la victoria. Existe confianza en el equipo, aun después de dar un paso atrás en León. Los allí presentes tienen la seguridad de que El Arcángel va a rugir y ser un fortín. Sus rostros, entonces de ilusión, son el espejo del alma.

El nuevo propietario de la entidad califal aparece. Sonríe y posa para fotografías con los seguidores que se lo piden. En Jesús León se dibuja la esperanza. La misma que la compra del club por su parte generara. Gracias al trabajo de Oliver y López Ramos, al de Sandoval y al de sus jugadores, gracias a los resultados, es posible. Al menos hasta ahora, si bien quizá nadie crea que acaba ahí. En los ojos el brillo es especial, diferente. Los días de mirada difusa tiempo hace que quedaran atrás. El triunfo es la única posibilidad que manejan. Tanto el presidente como los aficionados. El técnico y los jugadores, quizá, también lo ven igual. Así es por deber, pero por convicción lo piensan tras ser recibidos por su gente. “Sí se puede, sí se puede”, claman quienes respaldan desde bastante antes del encuentro a los suyos. Sus rostros, y ahora sus voces también, son el espejo del alma.

Lentamente avanzan las manecillas del reloj. El calor es llevadero. Lejos está de ser ese asfixiante que tan propio es de la ciudad cuando la primavera se viste poco a poco de verano Para esto queda mucho todavía. Escaso es el movimiento en torno a El Arcángel aun cuando la hora está próxima. Al final, el estadio registra una entrada un tanto alejada de lo que cualquiera pudiera esperar. O desear, sobre todo por lo que hay en juego. Tras el himno, que suena a capela de manera notable, el balón rueda. Y las sonrisas del comienzo, síntoma de fe casi ciega en el equipo, se tornan en muecas tristes. El gesto sereno es ahora señal de inquietud, de nerviosismo. De repente, el silencio gana terreno. Al descanso, y son las cinco de la tarde ya, sus rostros, y esta vez las manos en la cabeza o ante los ojos, son el espejo del alma.

Después de una primera parte amarga, la segunda depara un choque vivo. El Córdoba quiere. Lo intenta y se acerca. Pero el Huesca golpea. Otra vez los blanquiverdes dan un paso adelante. Y una más los azulgrana hieren. El murmullo pasa a ser mudez. La excepción la ponen los dos grupos de animación, Brigadas e Incondicionales, que aun con menor ímpetu por las circunstancias mantienen rectitud. Su aliento no cesa, no tanto así como en el resto de El Arcángel. Los minutos transcurren con apenas un par de instantes de apasionado apoyo. En la generalidad del tiempo, el coliseo ribereño poco ambiente de final refleja.

El equipo de Sandoval pierde. Aparece, con más fuerza que nunca desde que arrancaran las semanas de jolgorio merecido, el temor por el descenso. Cabizbajos caminan unos, son los que siguen a quienes desde un cuarto de hora antes del último pitido ya abandonaran el estadio. Con los ojos acuosos van otros y los menos son los que aún dan vueltas a la clasificación. Desazón, frustración y pánico, pena y dolor en dosis anticipadas. Sus rostros son, de forma cristalina, el espejo del alma. El de todo un Córdoba, desde su propiedad al más joven aficionado, que quiere despertar de una vez por todas en el siguiente día.

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