Toñi, de 57 años, se contagió de Covid en octubre de 2020. Ese mismo mes, Ainhoa, de 19 años, también dio positivo en coronavirus. Y María, con 51 años, tuvo la enfermedad pocos días después, en noviembre de 2020. Estas tres cordobesas sufren a día de hoy, un año y cuatro meses después, el denominado Covid persistente, una nueva enfermedad en sí misma, con múltiples síntomas que les impide trabajar, estudiar y llevar una vida normal, sufriendo crisis constantes que las mantienen en tratamiento desde entonces.
La falta de memoria y concentración -llevan anotado en un papel o en el móvil lo que no quieren que se les olvide-, cansancio permanente, fuertes dolores de cabeza, musculares y de articulaciones son algunos de esos síntomas comunes a estas tres cordobesas que prestan su testimonio a Cordópolis para visibilizar la situación con Covid persistente de, se calcula, el 10% de las personas que han sufrido la infección de coronavirus en esta pandemia. Toñi y María acuden a la cita con este periódico para contar en primera persona su vivencia; Ainhoa también iba a acudir, pero una fuerte crisis de la enfermedad le impide hacerlo y cuenta su caso a través del teléfono. Porque así es el Covid persistente, una carrera de obstáculos constante en su vida diaria: “No sabes cada día cómo te vas a levantar, cada día es una sorpresa. No puedes hacer ningún plan, ni tu vida cotidiana”, expone Toñi.
Ella, auxiliar de enfermería en una residencia de ancianos, recuerda que se contagió en un brote en su centro de trabajo y, desde entonces, pese a dar negativo en coronavirus, ha sufrido mareos, agotamiento, dolores, problemas digestivos, ahogo, trombos, crisis de tensión alta y baja, descontrol de pulsaciones y un sinfin de síntomas más. “Continuamente he tenido que ir a Urgencias”, relata para apuntar que los médicos tratan esos síntomas “por separado, pero no abordan en su conjunto esta enfermedad, por qué ocurre todo esto”, cansada de pruebas médicas y en tratamiento desde hace 16 meses. “Tu cuerpo es un caos”, sintetiza.
Desde octubre de 2020, Toñi está de baja laboral ante la imposibilidad de ejercer su trabajo y, siquiera, llevar una vida normal. “Estoy siempre asustada, por si me mareo, apenas salgo. No puedes ir a la compra, no puedes coger ningún peso. Tengo miedo a ducharme por si me mareo y me caigo”, cuenta sobre los obstáculos de su día a día.
De baja laboral desde que se contagió de Covid en 2020 está también María. Esta profesora sufre dolores musculares, falta de olfato y gusto que va y viene, sensación de quemazón en los ojos, la nariz y al respirar, cansancio permanente -“a veces era incapaz de levantarme a por un vaso de agua”-... La enfermedad también le ha provocado tartamudez, cambia unas palabras por otras a veces al hablar, falta de concentración y memoria muy a corto plazo. “Hubo un tiempo en que parecía que iba mejorando e Intenté volver a dar clases, en marzo de 2021, pero fue imposible”, recuerda con su experiencia ante los alumnos en esta situación.
“El tribunal médico te dice: o mejoras o te dan la invalidez temporal”, dice apesadumbrada por la falta de un horizonte y recordando que, en enero de 2021, se ha vuelto a contagiar, esta vez con la variante Ómicron. Porque la enfermedad del Covid persistente, con toda su afección física, también tiene importantes síntomas psicológicos. “Comenzó la afección neurológica, con pérdida de memoria pero, además, sufres depresión y ansiedad como síntomas, no como consecuencia de tu situación”, advierte.
Esa situación que viven es tan anómala que ambas han sufrido la falta de empatía en su entorno. “Hay médicos y gente que sí te entiende y otros que no. Te diagnostican ansiedad cuando me estaba ahogando”, cuenta Toñi. “Amigas mías me decían que soy una hipocondríaca”, dice María. Por eso piden esta visibilización del Covid persistente como enfermedad, para que se atienda tanto desde el punto de vista de la investigación y el tratamiento integral médico -“deben crearse unidades de Covid persistente y estudiar a fondo las claves de lo que nos ocurre, investigar la enfermedad y no la sintomatología”-, como para que la sociedad sepa de su existencia y cómo lo sufren las personas que lo padecen.
Y conocer que el Covid persistente afecta a personas de cualquier edad, también a los jóvenes como Ainhoa, una alumna de Bachillerato que está viendo truncados sus estudios por esta enfermedad. Se contagió en octubre de 2020 y desde entonces la sufre, además de haber sumado otro contagio en enero de este mismo año, con la irrupción de Ómicron. Una crisis de fuertes dolores en las articulaciones le hizo suspender su cita con este periódico y cambiarla por una en Urgencias.
A eso se suman síntomas como quemazón en los pies, alteración del sistema inmune y “niebla mental” que le impide memorizar y estudiar, explica por teléfono a Cordópolis. “El curso pasado pude pasar 1º de Bachillerato, pero este lo veo muy difícil. Se me olvidan muchísimas cosas”, cuenta sobre su día a día, en el que va a clase cuando la enfermedad no se lo impide pero “no puedo llevar un ritmo de estudio normal”. “Hay gente que te entiende y otra que te dice 'Bueno, será una racha'”, lamenta.
Con tratamientos diversos para los síntomas que sufre -“una pastilla para la niebla mental e intentar memorizar mejor, tomo hierro, medicación para el asma...” cita entre otros medicamentos-, mientras explica que su médico internista le viene hacienco pruebas constantes de todo tipo. “No te dan un horizonte a corto plazo para curarte. Porque el problema es todo lo que va despertando en tu cuerpo el virus. Es una montaña rusa”. Un caos físico y psíquico del que los afectados por Covid persistente quieren salir.
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