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Homosexualidad en Al Andalus: tolerancia pero no tanta

Investigadores sitúan en Córdoba el barrio gay más célebre de Al Andalus

Aristóteles Moreno

6 de septiembre de 2025 20:13 h

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La literatura andalusí asigna a Córdoba un lugar destacado del colectivo gay en el periodo islámico peninsular. Concretamente, el conocido como Adarve de Ibn Zaydun, un barrio distinguido de huertas situado en los márgenes del río Guadalquivir, en las inmediaciones de la Noria de la Albolafia. Hay incluso quien ha bautizado el céntrico arrabal como la Chueca andalusí por la liberalidad que se respiraba más allá de las convenciones mayoritarias.

Fue el literato andalusí Said Al Magribí quien cita expresamente la celebridad alcanzada por el Adarve de Ibn Zaydun en la alta edad media. «En todo al-Andalus no hay lugar tan renombrado por la abundancia de sodomitas (al-quṭamāʼ) como Córdoba y, en especial, el adarve de Ibn Zaydūn, hasta el punto de que cuando se dice de alguien que es “del adarve de Ibn Zaydūn”, se está insinuando que es de los que tienen “el brazo tierno”».

La cita la rescata la arabista Maribel Fierro, una de las más prolíficas investigadoras del periodo andalusí, en un artículo publicado en la revista Al Andalus y la Historia el pasado mes de junio. La especialista del CSIC sostiene, sin embargo, que no hay evidencias que certifiquen la existencia en la Córdoba islámica de la Chueca andalusí mencionada por Said al Magribí.

Lo que sí parece cierto es que el famoso poeta Ibn Zaydun, célebre por su relación amorosa con la poeta Wallada, acabó en la cárcel por sus devaneos con la hija de un gobernante. Y Wallada, una vez rotos sus vínculos con el poeta, le dedicó unos afilados versos en los que lo acusaba de sodomía. “Que en Córdoba, como en otras ciudades de la península Ibérica y de más allá, se practicase la sodomía está, en cualquier caso, fuera de toda duda, como también lo está que había personas cuya orientación era homosexual, practicasen o no la sodomía”, argumenta Fierro en su artículo.

Quien realizaba la penetración anal no recibía ningún estigma social. A los pasivos se les atribuía una patología médica

La arabista examina también uno de los grandes tratados del amor escritos en Al Andalus: El collar de la paloma, del cordobés Ibn Hazm. Y, aunque el libro aborda sobre todo relaciones entre hombres y mujeres, también recoge encuentros amorosos y sexuales de carácter homosexual. Cita, por ejemplo, al poeta, músico y pensador Muqaddam Ibn Al Asfar, que se pasaba las horas muertas en la mezquita observando a un paje del visir Abu Umar. Hasta que el mancebo, cansado del acoso continuo del intelectual, se abalanzó sobre él para propinarle una lluvia de golpes en las mejillas y los ojos. Lejos de enojarse, el pensador andalusí exclamó: “Esto es, por Dios, el colmo de mis deseos. Ahora soy feliz”.

Más allá de esta relación con tintes masoquistas, Ibn Hazm abunda en otras historias de naturaleza homosexual. Como una de un literato cordobés, miembro de una familia distinguida y acomodada, que “perdió su reputación” por haber mostrado públicamente la atracción que sentía por un joven, hijo de un conocido cantor. “Lo que llama la atención en las historias recogidas por Ibn Hazm”, subraya Maribel Fierro, es que el tipo de sentimientos y emociones que se describen “tienen paralelismos en casos de amor heterosexual”. Y que la atracción entre hombres ocurre de “forma natural” al tiempo que se considera algo “socialmente aceptable”.

Otra cosa bien distinta, objeta la investigadora, es la práctica sexual. Entonces, este tipo de conducta se convierte en “reprobable”. Si se mantiene en secreto, no obstante, la reputación de los amantes masculinos no sufre ninguna erosión. “Es la manifestación pública la que trae descrédito y aprobación”, sostiene Fierro, “especialmente cuando hay una diferencia social” entre los amantes.

En su reseña académica, la investigadora destaca “varios casos de ulemas” que fueron conocidos por su orientación sexual y haberla puesto en práctica. “Ello no parece haberles supuesto una penalización social”, observa. Muhammad Al Bargí al Garnatí era “aficionado a los efebos” y no se recataba en mostrarlo abiertamente. Sin embargo, su poema religioso sobre el Profeta Muhammad fue recitado en la celebración oficial del mawlid en la corte nazarí.

La poesía es el territorio del amor homosexual. Son numerosas las referencias al deseo por los jóvenes en la literatura andalusí, que habitualmente son identificados como los “coperos” que servían vino en las reuniones de recitación de poemas. Infinidad de versos aluden a la atracción por los efebos y no solo por parte de poetas cortesanos sino también en la lírica popular, como es el caso de Ibn Quzmán.

En el derecho coránico, los actos homoeróticos eran considerados ilícitos

No olvidemos que Abu Nuwas, el poeta abbasí, se declaró abiertamente pederasta, según recuerda Fierro, y es considerado como uno de los mayores representantes del género mugun, composiciones líricas en las que predomina el libertinaje y la transgresión. Esta relajación amorosa no es propia únicamente de los poetas musulmanes, sino también de cristianos y judíos del mundo islámico.

Con todo, según recalca Maribel Fierro, el derecho islámico toma como punto de partida una sociedad basada en la hetero-normatividad. Es decir, las relaciones convencionales entre hombres y mujeres destinadas a la procreación. Los actos sexuales ejecutados en este contexto son lícitos o halal, mientras que la relación homoerótica, ya sea entre hombres o entre mujeres, son consideradas ilícitas o haram.

“Para los juristas, lo que importaba era la licitud o ilicitud de un acto sexual, no la orientación de quién lo realizaba”, razona la autora del artículo. Uno de los debates que gravitaron sobre la cuestión era si la sodomía era asimilable a la fornicación. Y en este punto los expertos discrepaban. La sanción coránica estipula la lapidación para musulmanes adultos, libres y casados que practiquen la fornicación, mientras que contempla azotes para quienes no estuvieran sometidos al matrimonio. Muchos juristas rechazaban la analogía entre ambos comportamientos ilícitos.

En El collar de la paloma, la sodomía era recibida con un duro reproche. “Tocante al pecado de los sodomitas, es hediondo y repugnante. Dios lanzó contra los que cometieron este pecado piedras de arcilla marcadas”, se puede leer en la obra de Ibn Hazm. Y añade más adelante: “Abu Bakr quemó a un sodomita”.

La lapidación y la quema, según Maribel Fierro, no eran castigos exclusivos de la sociedad islámica medieval. “Están también atestiguados en la legislación de los reinos cristianos peninsulares”, afirma la investigadora del CSIC. En la práctica, probar el delito de sodomía era sumamente difícil, ya que se requería el testimonio de cuatro testigos varones que hubieran presenciado el acto sexual “con sus propios ojos”.

Los investigadores que se han ocupado del tema, indica Maribel Fierro, han discutido hasta qué punto en el mundo premoderno hubo tal sentido de identidad y de pertenencia entre quienes practicaban relaciones sexuales dentro del mismo sexo. Lo que se calibraba entonces era “el rol de cada persona en el acto sexual”. El criterio que se usaba era la penetración anal. Quien la realizaba “no sufría ningún estigma social” en relación a su hombría. Pero si un adulto deseaba ser penetrado se consideraba que sufría una patología médica denominada ubna.

También se ha identificado en las sociedades islámicas premodernas a un grupo conocido como los muhannatun, que eran hombres que se vestían y actuaban como si fueran mujeres. Se dedicaban a la música, la danza y el entretenimiento. “Están bien atestiguados en Córdoba”, subraya Fierro. También había mujeres que se vestían como hombres y eran conocidas como las gulamiyyat.

El historiador Claudio Sánchez Albornoz se ufanaba de que en la España cristiana no hubiese triunfado la homosexualidad “tan practicada en la España mora”. La realidad fue bien distinta, según matiza la arabista. “La España cristiana no careció de ellos, como se refleja en textos legales, religiosos y de otro tipo. Lo que no hubo fue la presencia literaria y la permisividad social que se detectan en el mundo islámico”, concluye en su artículo.

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