¡Todos y todas contra el fuego!
El bosque es un lugar con una gran diversidad y diferentes formas de vida. Existe un equilibrio y un diálogo naturales entre todos los que lo habitan, cada cual con sus comportamientos y relaciones. Este equilibrio, sin embargo, no está exento de tensiones y de conflictos. Conviven seres recolectores y depredadores, con distintas necesidades a veces antagónicas, pero existe un orden natural y unas reglas básicas que se cumplen al final de todo. Los más grandes y los más pequeños; los poderosos y los menos, con exigencias y realidades diversas.
Para conocer mejor el bosque no basta con quedarse y mirar desde fuera. Hay que adentrarse, estudiar su interior, para descubrir cómo algunas especies pueden llegar a romper el equilibrio porque no participan de las reglas comunes. Estas especies discordantes no son necesariamente aquellas que acaban de llegar de fuera. En su mayoría, las especies foráneas se acaban adaptando y ayudan a mantener el equilibrio. En cambio, a menudo son las especies que ya estaban ahí desde hace generaciones o que se han creado a base de la evolución o de la escisión de otras que formaban parte del bosque las que ponen en peligro el equilibrio
Un ejemplo de una especie discordante es el eucalipto, que forma parte de nuestros bosques desde hace siglos. En su día llegaron al bosque de la mano de terceros. Su cultivo ya comenzó por el siglo XIX pero se fomentó principalmente durante el Franquismo, de la mano de fuertes intereses económicos que aún viven de su explotación. Son árboles robustos que a veces han convivido de forma conflictiva con el resto de los habitantes del bosque. Son grandes consumidores de recursos, hídricos principalmente, lo que acaba por socavar las reservas y pone en dificultad la supervivencia a su alrededor. Además, son fácilmente inflamables por lo que suponen un peligro para el resto del bosque cuando hay un incendio forestal. Son los primeros en arder e incitan a los demás a arder. En las zonas del norte de España, como por ejemplo en Galicia, son abundantes, pero también abundan en otras zonas de la geografía como Madrid, Levante o Andalucía, por citar algunas zonas.
El eucalipto es la muestra de que el color verde no es necesariamente sinónimo de sostenibilidad ni es bueno para el ecosistema. En este caso, el verde es un color inflamable que no solo no huye del incendio, sino que lo facilita. Aunque en ocasiones el origen del fuego pueda ser otro, donde hay eucalipto, puede llegar a recrudecerse.
La democracia, como el bosque, es equilibrio y diálogo, pero está llena de eucaliptos disruptivos. El debate no es tanto si se deben eliminar o no, sino evaluar su poca capacidad de convencía con el resto de los habitantes del bosque y las consecuencias de su presencia. El debate está en cómo proteger al resto de su naturaleza incendiaria y crear un cortafuegos que evite que termine acabando con la biodiversidad.
Democracia significa dar la voz a la diversidad. En ocasiones, sin embargo, se ha de dar la paradoja de tener que callar a quienes acallan y excluyen. A quienes atentan contra la dignidad, a los que ahogan la vida a su alrededor y lo pueden reducir todo a cenizas, a esos, sí que hay que impedir que incendien. En el bosque puede caber el conflicto porque el conflicto es la base del equilibrio la vida, pero no caben los incendios. Como cantaba Serrat en aquel anuncio, en el bosque, “todos (y todas) contra el fuego”.
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