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Bach según Fisk

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Redacción Cordópolis

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El Teatro Góngora prácticamente completó el aforo del patio de butacas para el concierto del guitarrista Eliot Fisk

Tras unas palabras tomadas de Paco Peña alabando a un amigo recientemente fallecido, al que dedicó su actuación, el guitarrista Eliot Fisk dio comienzo al concierto con la Partite sopra l'Aira detta La Frescobalda de G. Frescobaldi. Se trata de una obra de un barroco primitivo, con aires renacentistas. Breve, sin menoscabo de interés. Intensa. Un mano a mano del instrumentista luchando contra su particular polifemo. No parecía estar cómodo. Su peculiar estilo absorbió toda la pieza.

Posteriormente tocó las Suites N.º 1 y 3, originales para Violonchelo. Ambas interpretadas a gran velocidad, con color y ritmos flexibles, más sugestivo en los tiempos lentos que en los rápidos. Las dinámicas, caprichosas. Desigual. Ovillos melódicos en zarpas de gatos. Rictus contrariado. Pese a todo, el público, gustoso de su particular manera de entender a Bach, devolvió un largo y cálido aplauso al final de esta primera parte. Incluso hubo alguna ovación.

Descanso. Reflexión.

En la segunda parte, escudado tras una banqueta disfrazada de atril, la interpretación necesitaba despegar. Más calmado y preciso, lograba emocionar mucho más en los movimientos lentos que en los volubles movimientos rápidos. El virtuosismo de Fisk navega entre las nieblas de su estilo: Bach de su propio futuro. De esta manera, al finalizar la Suite n.º 4 despertó algún exaltado “¡bravo!” del público, que así agradecía el arrojo del guitarrista al enfrentarse a estas complejas partituras. Mar de notas. Difíciles, desagradecidas, burocráticas y de viajes armónicos divagantes. Fisk agitó un puño cerrado. El hombre de las seis cuerdas contra el genio palpitante que había escrito para cuatro.

Con solvencia y paso firme abundó en la Suite n.º 6, donde consiguió encajar con pericia dinámicas y especial colorido en los movimientos más trabajados. Conmovedores, casi sentimentales, los espacios sonoros más reflexivos. Los alardes tímbricos pintados en los momentos justos. Sin duda, mereció el sonoro y prolongado aplauso final y los vítores de sus más fieles seguidores. De este modo, el auditorio arrancó del instrumentista una sobrecogedora y romántica pieza de propina.

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