El bar
Tengo a una amiga en Euskadi que tiene una teoría que siempre le compro: “Lo único que de verdad une a España es la cultura de bar”. De Cabo de Gata hasta Finisterre si hay algo en lo que nos parecemos todos los españoles es que nos encantan los bares. Raro es aquel que no tenga uno de referencia, al que bajar a tomarse un café, quedar con amigos para unas cañas o unas tapas. De hecho, dejamos sin problema recados en los bares, las llaves porque las va a recoger el fontanero o tu prima, y ahora, además, muchos acumulan los paquetes que nos dejan los repartidores cuando no estamos en casa.
Raro es el pueblo español, por muy pequeño que sea, que no tenga un bar. Y creo que el primer negocio que se abre en un barrio nuevo es, precisamente, un bar. Con sus veladores, sus máquinas tragaperras, su barra. De hecho, durante el confinamiento, veíamos con envidia a las islas canarias que iban un paso por delante cuando mostraban a gente tomando café en un bar. No todos, claro, pero sí la gran mayoría.
¿Y qué es lo primero que piensa en hacer un español cuando es despedido y cobra una gran indemnización? Sí, montar un bar. Afortunadamente esas ideas solo cuajan en unos pocos. Pensamos que en los bares está poco menos que El Dorado. Los camareros profesionales saben que eso no es así. Pero eso da para otra columna.
En esta nueva normalidad se han intentado salvar los bares. Claro. Lógico. No hay nada más español que un bar. Solo hay que darse una vuelta por el resto de Europa para comprobar que ni en Italia o Grecia, tan parecidos como creemos ser, tienen la cultura de bar de España. Y mucho menos la cultura de barra. O en Portugal. ¿Cuántos han ido de vacaciones al país vecino y se las han visto y deseado para tomarse una cerveza?
Los bares son una singularidad, una diferencia de los españoles. Y en esta nueva normalidad, también.
Este viernes leí en Twitter a un médico de atención primaria en Madrid que aseguraba que cuando le llegaba un positivo lo primero que le preguntaba al paciente era: “¿Recuerdas dónde te quitaste la mascarilla?”. Su respuesta, “al 99%”, era: “Sí, en el bar. Pero es que allí se puede”. Y es así.
¿Tienen la culpa los bares de esta segunda oleada? Entiendo que no. Quizás tiene la culpa quien ha permitido que se abran interiores, que se dispongan establecimientos con una ventilación deficiente, los que han preferido la barra a las terrazas, y, desde luego, todos los que nos hemos tomado algo más que una cerveza y, alcohol mediante, hemos rebajado mucho las medidas de distancia social y de seguridad sanitaria.
Ahora, Madrid ha tomado una decisión muy extraña: cierra los parques pero permite que el aforo en el interior de los bares sea del 50%. La posibilidad de contagiarte dentro de un bar es 20 veces mayor que en un parque. Y no lo digo yo. Lo dicen los expertos.
Europa ha dispuesto una cantidad ingente de dinero para paliar las consecuencias de las medidas a tomar. No podemos cerrar los bares y condenar al hambre a sus dueños y trabajadores. Para eso están esos fondos, por ejemplo. Pero está claro que tampoco podemos hacer como si nada, y que dentro de dos meses tengamos los hospitales rebosando... y quizás los cementerios. Como diría aquella niña en su primer día de cole: “Es mejor eso que morirse”.
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