Café con leche Party
Mi hijo confunde sus manos derecha e izquierda. No es un mal extraño ni una enfermedad rara. Todo lo contrario. En el ámbito de la política, se ha convertido en una pandemia. Soy el primero en aliarme con Bobbio en la necesidad urgente de repensar ambos conceptos. Pero me niego a caer en la trampa de quienes los niegan degradando la política a mera gestión para tecnócratas. Yo soy de izquierda. Creo saber y sentir lo que significa ser y sentirse de izquierda en los tiempos que corren. Y por eso temo la derechización en que está cayendo nuestra sociedad. Sin saberlo ni sentirlo.
Derecha e izquierda son posiciones relativas. Obama, Premio Nobel de la Paz que ordena asesinar con drones a inocentes o atentar contra la intimidad de cualquiera que considere sospechoso, está la izquierda de los republicanos que se oponen a su reforma sanitaria, y estos a su vez a la izquierda del Tea Party que estuvo a punto de mandar a la quiebra en el Senado a los Estados Unidos. Siempre hay izquierda más allá de la izquierda y derecha más allá de la derecha. Todo depende del anclaje.
Los partidos con poder saben que en época de crisis deben tensar la goma elástica que separa derecha e izquierda. Cuando los ricos aumentan en la misma proporción que los pobres, el centro deja de ser el caladero electoral donde pescar votantes porque ha desaparecido la clase media que lo ocupaba. Y por la misma razón, tampoco es el referente ideológico para ubicar la izquierda y la derecha sino el vacío abismal que queda cuando se parte la goma elástica y nos golpea a todos en la cara. Las cosas no fueron siempre así. Aznar consiguió ganar sus primeras elecciones fagocitando el centro bajo una misma marca que además incluía a liberales, cristiano demócratas, nacional católicos y la ultraderecha. Su éxito fue la unificación de toda la diversidad ideológica más allá de la presunta izquierda en la que quedó reducida el socialismo tardofelipista. Algo parecido le ocurrió a Zapatero. Tras su segunda victoria, Aznar desnudó lo peor de su esencia consiguiendo que incluso muchos de sus militantes centristas abandonaran la marca popular. El detonante de la guerra ilegal de Iraq sirvió a Zapatero para aglutinar a todos los enemigos de Aznar alrededor de la suya propia y de su propia imagen, estratégicamente alejada de la gastada socialista. Y ganó. Rajoy también consiguió el poder de forma parecida. Sin hacer absolutamente nada, el actual Presidente del Gobierno se aprovechó de la estructura heredada de Aznar para arrebatar el poder a Zapatero con su misma medicina: no votar lo que quieres, sino lo contrario de lo que no quieres.
La crisis del centro arrastra consigo la del bipartidismo y pone en riesgo la lógica electoral del denominado retrovoto. Irrumpen con fuerza las marcas de la izquierda de la izquierda y la derecha de la derecha. Además, la política impuesta por Europa también fomenta la tensión entre los nacionalismos de Estado y las naciones sin él. Ambas posturas saben que la indefinición europea está condenada a cambiar hacia una mayor solidez o a una progresiva disolución. Y en ambos casos, unos y otros quieren estar presentes en la mesa de negociaciones. La austeridad y la severa competencia entre los Estados miembros está alimentando lo más execrable de la ultraderecha para defenderse del prójimo. Aumenta el racismo y la xenofobia. Los gobiernos estatales acentúan el centralismo con la coartada del déficit público que sólo ellos engordan. Y lo mismo ocurre con la legislación religiosa, cultural y educativa. La regresión es evidente. Y ante el riesgo de una fractura social o política desde la ultraderecha y el nacionalcatolicismo, abanderada por UPyD o marcas similares, la derecha españolista ya ha fabricado su marca de resistencia dentro del PP: el “café con leche Party”.
Esperanza Aguirre, Ignacio González o Ana Botella se manifestarán en las calles de Madrid para exigir al Gobierno que desobedezca la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Ellos saben que no pueden hacerlo. Ellos saben que las normas penales son irretroactivas y que cada delincuente debe ser juzgado y cumplir la condena con arreglo a la legislación vigente al tiempo de la comisión del delito. Sin embargo, se expondrán en público para alinearse con la corriente más reaccionaria de la derecha españolista y con lo peor de este populismo “apolítico”. No para fraccionar al Partido Popular. Todo lo contrario. Ejercerán su papel dentro de sus filas para que nadie se escape de la marca y evitar una fuga hacia otras marcas blancas de la ultraderecha española, con el respaldo de los lobbies económicos y periodísticos que mandan en la sombra. Con esta calculada estrategia, Rajoy se ancla en el centro electoral del subconsciente colectivo. Aparecerá como moderado frente a la derecha más ultramontana. Y unos y otros tendrán al mismo partido que votar. A su izquierda, no hay nadie. A los socialistas se los está tragando el sumidero del centro electoral como un inmenso agujero negro. Y a la izquierda de la izquierda, se sitúa una amalgama de opciones que se unirán para agarrar los extremos de la red y pescar los votos de cuantos huyan en su dirección. Un acierto estratégico que, de seguir así, puede convertir al PSOE en tercero.
Mi hijo tiene un lunar en una mano para no confundirse. Sólo que a veces, olvida si está en su izquierda o su derecha. Ahora mismo el lunar político está en la mano derecha y se llama “Café con leche Party”. Advierto con estupor que cada vez son más los ciudadanos silentes que están de su parte. Y cada vez más jóvenes. Algo hemos hecho mal. Y algo debemos hacer para destapar la estafa.
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