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Juan Velasco

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Brad Kalhammer (1956, Tucson, Arizona) mantiene todavía un cierto aura de estrella del rock, probablemente de su época de músico punk en el Nueva York de los 80. Aunque lo cierto es que Kalhammer es artista. Pinta, moldea y crea obras de arte muy personales como las que se exponen en Remedios, la nueva muestra de la Thyssen-Bornemisza Academy (TBA21) en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A).

Pero en las distancias cortas, su aura se impone. Nacido de padres nativos americanos y adoptado por una familia germano-estadounidense, Kalhammer se crió en Arizona y Wisconsin y pasó los primeros años de su vida adulta como músico itinerante antes de establecerse en Nueva York. En el último año, sin embargo, ha pasado bastantes veces por Córdoba, una ciudad que le tiene encantado.

“Estuve aquí el año pasado. Me gustó mucho. Es una ciudad antigua y tiene un encanto único. Me recuerda un poco a Italia. Y las cervezas son muy buenas, al menos comparadas con las americanas”, explica el artista, que añade su fascinación por la obra de Julio Romero de Torres y por el flamenco.

Vuelta a lo ancestral

Claro que la historia, el clima y la música son parte inherente de la obra que ha desarrollado este artista, que también ha centrado parte de su corpus creativo en la búsqueda de sus propios orígenes: a día de hoy, Kalhammer aún no sabe quiénes son sus padres biológicos. Esa sensación de sentirse un indioamericano sin tribu a la que adherirse vertebra su trabajo, también el que se expone en Córdoba estos días. Y ello entronca con el propio espíritu de Remedios, una exposición que juega a plantear futuros posibles (y habitables) para un planeta en horas bajas.

Remedios trata de la curación. El subtítulo (Donde pueda crecer una nueva tierra) es un verso de un poema de Natalie Diaz (otra artista nativa americana). Pero, tal como yo lo veo, no es que podamos hacer crecer una nueva tierra. No, amigo, se trata de redescubrir y, en mi caso, recuperar la identidad a través de la construcción de mi obra”, reflexiona con voz grave Kalhammer, que cree que es buena idea mirar al pasado y proyectar esa mirada hacia el futuro“.

Y qué mejor que acudir a su fuente: las prácticas de los nativos americanos. “Anoche estuvimos hablando de la quema controlada, una antigua forma nativa de quemar las tierras para evitar incendios fuera de control como está ocurriendo en California. Estamos en un momento de redescubrimiento de conocimientos ancestrales”, apunta.

Y todo eso ocurre mientras el arte y las relaciones parecen dominadas por la tecnología. Kalhammer se para a pensar sobre ello. “Creo que las culturas digitales nos están separando. Estamos cada uno centrados en nuestros dispositivos, sin prestar demasiada atención. Pero, al mismo tiempo, creo que ahora hay un hambre real de reunirnos en persona”, apostilla.

El flamenco

En un paseo por la exposición, el artista explica que la mayoría de las piezas que hay en Córdoba son antiguas. Hay algunas de 1985, y otras del periodo 2010-2012. En este sentido, la parece curioso que estas obras sean tan antiguas y sigan encajando en la conversación contemporánea que existe en torno al arte. “Ahora hablamos de conocimiento indígena, identidad, historias personales... Y es interesante ver si el mundo se puede sostener sobre estas nuevas conversaciones”, señala el creador, que ha expuesto en docenas de instituciones de todo el mundo, y que hoy vive entre Nueva York y Arizona, aunque no descarta volver a Córdoba.

“Es interesante, porque Córdoba me recuerda a México. Pensé en ello cuando estaba viendo una procesión. Es algo tan teatral. Además, en Arizona el clima es muy parecido al de aquí. Por eso me siento tan a gusto”, indica. También por las oportunidades de volver a sentirse músico.

Y es que la tarde en la que se hizo la entrevista, Kalhammer protagonizó una performance poético-musical junto al compositor Fernando Vacas y el guitarrista David Caro, uno de los tocaores más finos surgidos del Conservatorio Superior Rafael Orozco, al que el propio artista abordó tras un concierto en Granada.

“Le vi tocar y me quedé como ¡guau! No tenemos ese tipo de música en Arizona, estamos cerca del sonido mexicano, por la frontera, pero el flamenco es una música muy singular. Y estar en medio de ella y tocar con alguien como David es muy gratificante. Sólo verlo es increíble. Es un auténtico erudito. Yo crecí en bandas de rock americanas y no estábamos tan metidos en la cultura; era más: lo hacemos y punto. Pero el flamenco es muy profundo”, concluye, señalando, de nuevo, que lo ancestral y lo contemporáneo están llamados a entenderse.

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