De los García de toda la vida
Pablo García Casado presenta en Córdoba García, su poemario “más comprometido” en palabras de Rafaela Valenzuela
García,
Una g minúscula bajo una huella dactilar. La portada de José María García Parody guarda poemas sobre la familia -en donde el poeta es padre, hijo, vecino- que saltan hacia una mirada sobre la política, el poder y España que convierte al poeta en ciudadano. Un viaje de lo privado a lo público en 28 poemas.
El ciclo Letras Capitales acogió ayer en Córdoba la presentación del último poemario de Pablo García Casado, García (Visor, 2015), “un hallazgo de título”, en palabras de la presentadora, la expolítica Rafaela Valenzuela, para un libro “duro, sobrecogedor, una cartografía del desaliento”. A ambos le unen 23 años de “amistad y poesía”. Ella le agradeció, entre otras muchas cosas, los poemas de la segunda parte del libro, Turn, “porque el político no tiene quien le escriba”, para terminar citando a Walt Whitman y advertir que quien toca este libro “toca a un hombre”.
García Casado agradeció, contó y leyó acto seguido. Dijo tener palabras para “casi cada uno de los asistentes”. Contó como en 2012 se quedó sin editor por culpa de la crisis, que arrastró a DVD, su anterior editorial. Como le escribió entonces un mail a Chus Visor y fue acogido en el catálogo con más solera de las letras españolas. “Me sentí como un juvenil que entra al vestuario del Madrid”. Y Pablo leyó. Con esa cadencia tan personal como el ritmo que encierran sus versos.
“Tengo una pesadilla que se repite”. Es la primera frase del poemario y lo primero que leyó el poeta anoche. Pesadilla. Las últimas palabras fueron “que no lo echen de España”, el final de un poema gigante llamado Pensando en Cernuda. En medio, Todo sobre mi padre o Media España. También Saturno. “La muerte de los hijos de José Bretón ha sido el acontecimiento social que más me ha conmovido junto al 11M”, confesó García Casado, a quien inspiró el trance y el itinerario de Ruth y José. Todo el relato.
Menos es más. Hasta en la lectura de presentación de un poemario, por mucho que el poeta se quejara de haber “leído demasiado”. Así que Pablo guardó sus tijeras de podar versos, el exprimidor de emociones, el catalógo de oscuridades cotididanas hasta su próxima página en blanco. Y se puso a firmar libros. Alguno, con el trago de hacerlo con un boli del Barça.
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