Barrueco, paisajista sonoro
Barrueco conquista una vez más al público del Festival
La asistencia no llegó ni a la mitad del aforo del Teatro Góngora ayer para disfrutar de Barrueco. En cualquier caso, con total seguridad, no se debió a la fama del instrumentista, uno de los mejores intérpretes de guitarra clásica del planeta. Habrá que achacarlo al retraso en el anuncio de los conciertos por parte del ayuntamiento, a tratarse de un domingo o al calor que siempre acompaña al festival.
El maestro cubano realizó en la primera parte del concierto un monográfico con obras de Granados, eligiendo para ello seis de sus danzas españolas. En ciertos momentos más frío y cerebral, en otros algo más intenso, destacó para el público su interpretación de la Andaluza, una de las más conocidas y con la que consiguió transmitir con más belleza la gracia del autor catalán. En Arabesca se apreció el especial estilo de lírica contenida del que es abanderado Barrueco.
La segunda parte comenzó con una de las obras favoritas del instrumentista, que ya nos ha regalado en algún que otro festival anterior y de la que es un especialista: las Variaciones sobre un tema de Mozart, op. 9 de Fernando Sor. Escalas, arpegios y acordes llenos de virtuosismo: un clasicismo sincero y lleno de colores, matices y armonías exquisitas. El Andante Largo del mismo autor contrastó con la anterior obra por su carácter más reflexivo y tranquilo. Sin embargo, en este tipo de piezas, donde los guitarristas intrascendentes aburren, los verdaderos maestros asombran y seducen: Barrueco mostró su abanico policromado de timbres para la delicia del auditorio que aplaudió muchísimo esta bellísima pieza. Se trató del auténtico clímax del concierto. La obra con la que terminó esta trilogía de Sor fue algo más sosegada, menos dramática y más clásica, de estilo elegante: Variaciones sobre las Folias de España y un Minuet. Es muy difícil encontrar a alguien que entienda tan bien a Sor como lo hace el maestro Barrueco.
Para cerrar el concierto, el genial guitarrista nos trajo cuatro piezas de Falla. “La Noche” fue bellamente ejecutada. Especialmente interesante por lograr ese carácter íntimo fue el “Romance del pescador”, contrastando bastante con el lirismo cantable de la “Canción del Fuego Fatuo”, interpretada con más cariño que solemnidad. La “Danza del Molinero” es una obra que siempre levanta al auditorio por tener ese carácter enérgico y feral con el que estuvo batallando el maestro durante su desarrollo, contrastando timbres de bellísimos y distintos colores. Los espectadores lo agradecieron con un largo aplauso que mantuvieron hasta que el instrumentista comenzó los bises.
Las propinas fueron algunas pequeñas piezas de Turina, “Ráfaga”, muy sentida, “Soleares”, elogiada y por último el “Testamento de Amelia” (arr. Llobet), pequeña pieza romántica y bella. Despedido con el público en pie, el tiempo había transcurrido como un suspiro. El calor esperaba.
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