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Los conquistadores

Redacción Cordópolis

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Tras el crac del 29, a la incipiente Hollywood se le encargan una serie de películas para levantar el ánimo y demostrar que se puede salir del abismo donde se había caído. Una de ellas es Los conquistadores Los conquistadores(The conquerors, 1932) de William A. Wellmann, que narra la creación y ascenso del mundo financiero en el Oeste y, por extensión, del boom capitalista, simbolizado en varias secuencias donde se construyen castillos de monedas que luego se vienen abajo de forma irremediable, pero que dan paso, siempre, a otro momento de crecimiento. Richard Dix protagoniza al yerno de un banquero que marcha desde Nueva York al Oeste tras la crisis financiera de 1870, que luego supera la de 1890 y que vive la de 1929 ofreciendo un mensaje de ánimo y confianza en que el país podrá volver a salir de esa crisis. En ese periplo, es capaz de superar ataques de bandidos, la muerte de un hijo, y otras penalidades hasta convertirse en un banquero que se salva de todas las ruinas a base de su habilidad personal. Paralelamente, hay otros personajes que se suicidan (en elipsis cinematográficas, para no asustar) o pierden todo lo que tienen, pero todo endulzado con un simpatico matrimonio formado por Edna May Oliver y Guy Kibee que pretenden dar un toque humano a la historia.

Con esas películas, Hollywood defendía el “self-made man” (hombre hecho a sí mismo) y el individualismo más feroz como motor del sistema estadounidense. Unos años antes, otra película, Cimarrón, también trataba de establecer la importancia del pionero, del aventurero en la construcción del bienestar norteamericano. De forma similar, durante años hemos tenido que soportar en nuestra ciudad que se nos vendiera que Gómez, Marín, Tirado, Romero, Moreno, Sánchez Ramade, ... eran prototipos de las personas a las que les debíamos nuestro bienestar y a los que había que casi venerar. Personas que, poco más o menos, habían construido su patrimonio con su esfuerzo y que debían ser ejemplos de comportamiento social, a pesar de no ser siempre claros los negocios que desarrollaban. Claro, que detrás de todos ellos siempre se encontraba la caja del cabildo, con Castillejo al frente, y otras entidades financieras.

Con orígenes diversos, estos “conquistadores” del oeste cordobés, acabaron haciendo sus fortunas en la época del boom inmobiliario a base de las recalificaciones de terrenos y la especulación financiera. Todos, de una u otra forma, generaron riqueza y empleo, pero sus inversiones se basaron, casi completamente, no en la puesta en valor de su patrimonio, sino en los préstamos que de forma desmesurada recibían del sector financiero con la complacencia del sector político. Unos se mostraron más discretos e, incluso, fueron reconocidos por la Junta de Andalucía socialista como empresas-modelo, caso de Sánchez Ramade o Romero. Otros, asumieron el máximo protagonismo mediático, se creyeron los salvadores de la ciudad, del club de fútbol y de los cines de verano, como Gómez. Todos desarrollaron sus proyectos y buscaron diversificar su actividad, pero la crisis financiera e inmobiliaria les dejo sin el sostén que les mantenía.

En ese momento, podían haber arriesgado su patrimonio, pero decidieron poner a salvo la mayor parte del mismo y dejar para los acreedores una ínfima parte, casi todo empresas o inversiones que veían como cada día perdían valor. Se llevaron por delante incluso la entidad financiera de “los cordobeses” (de unos pocos, en realidad) ante el asombro de una ciudad que no daba crédito a como las entidades públicas habían permitido tal asalto al dinero de todos. Córdoba, que había sufrido en su anterior crisis la caída de sus empresas emblemáticas como Electromecánicas, Westinghouse, Carbonell, Colecor, González Spaliu, ... veía que ahora caían, una tras otra, Arenal 2000, Atsa, Prasa, Noriega, ... se mantenía a duras penas el Parque Joyero, dedicado sobre todo a la venta y compra de oro, y que, hasta Cajasur, se convertía en una franquicia andaluza para BBK.

Con el cierre de Urende, una de esas empresas de “toda la vida”, parece que se simboliza el final definitivo de una etapa que esperemos que no vuelva a producirse. Y elijo Urende, porque sus instalaciones de la Carretera del Aeropuerto fueron de las primeras que se abrieron usando para ello triquiñuelas urbanísticas. Sobre un almacén con licencia para almacenar bombonas de butano, permitido en suelo no urbanizable, se le concedió licencia para la instalación comercial que hemos conocido estos años, con la artimaña de considerarlo una mera ampliación de la actividad y es que su ubicación junto a la Ronda de Poniente era muy apetitosa. Esa instalación, que solo tenía cabida en suelo urbano industrial o comercial, acabó siendo legalizada por el PGOU de 20o1-2003, justo unos meses antes de que Gómez ideara multiplicar por diez la osadía con las naves de Colecor. Claro, que también ha tenido que ver como a los Sánchez Ramade se le permitía construir Ciudad Mercedes en terrenos no urbanizables, ubicados en el entorno de la futura Autovía del Sur, teniendo la mejor oferta de suelo industrial de la historia a su disposición. Y es que los personajes eran diferente,s pero el modelo de crecimiento el mismo: el pelotazo con complacencia de los poderes públicos. Así, hasta yo podría ser un conquistador.

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