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La ciudad desnuda

Redacción Cordópolis

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Se cuenta por los funcionarios municipales que, cada vez que toma posesión una nueva corporación en el ayuntamiento de Córdoba, es peor que la anterior. Creo exagerada esa sentencia puesto que, en cada momento de la vida municipal, ha habido quienes han estado al nivel exigido y quienes se han dedicado a sobrevivir. En cualquier caso, sí es cierto que el cuerpo político es una suerte de contratados temporales, con ansias de hacerse eternos, aunque actúan, cada vez más, como nuevos ricos. El objetivo de su labor es, esencialmente, servir a quien lo puede volver a poner de concejal y no al vecindario que los votó. Por esa razón, la impresión es que son meros delegados, cuando no títeres, de quienes mandan realmente en la ciudad.

Aún recuerdo como, hace veinte o treinta años, se debatía sobre el modelo de ciudad, y ser político iba más allá de ser ocurrente. Antes los plenos servían para contrastar distintas visiones sobre el municipio mientras que, ahora, todo consiste en intentar dejar en ridículo al contrario. Los representantes de los partidos políticos actúan a base de argumentarios y de apriorismos que impiden el debate inteligente y el consenso útil. Unos, por tener asegurada su mayoría, aunque se equivoquen; otros, por no haber asumido que el vecino les ha retirado la confianza; y, los de más allá, por no saber todavía para qué sirve un ayuntamiento, han convertido Capitulares en una verbena sin fin.

Esta situación sería más tolerable, aunque siempre criticable, si no fuera por lo que está ocurriendo en la calle. La ciudad empieza estar harta de las “peleítas”, que diría Chamizo, y echa de menos un proyecto y un liderazgo para la ciudad. Durante veinte años, la alianza de la izquierda política y social se esforzó en hacer una ciudad que superara sus problemas urbanísticos, equilibrándola territorialmente y centrándola en el vecindario, siendo su referente el PGOU de 1986. Luego, a la par que la especulación urbanística e inmobiliaria ejercía su dictadura, consentida en aras del “desarrollo económico”, encontramos, colectivamente, la cultura y el patrimonio como elementos troncales del nuevo proyecto para inicios del siglo XXI. Pero la no consecución de su motor central, la capitalidad para 2016, nos ha dejado otra vez huérfanos.

La ciudad ha caído en la melancolía y en el escepticismo justo cuando más se necesitaba tener un rumbo seguro. La crisis económica oculta el debate local pero no lo elimina, es más, como nuestra situación nunca fue boyante quizá notamos menos su influencia. Se necesitan, pues, espacios para el análisis no partidista de lo que sucede, para el contraste sincero de ideas y para la apuesta valiente por el futuro. Si el emperador del cuento iba desnudo, también lo está nuestra ciudad.

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