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Las mujeres que mantuvieron la carrera de Antonio del Castillo

Oltra, en un encuentro. | MADERO CUBERO

Carmen Reina

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El Archivo Histórico Provincial expone uno de los documentos de la dote que en sus matrimonios proporcionaron recursos al pintor para sostener su actividad

Antonio del Castillo se casó tres veces y las tres fueron matrimonios ventajosos que le proporcionaron recursos y bienes para afianzar su carrera, bien porque gracias a la dote de sus tres mujeres contó con medios financieros para desarrollarla o bien porque ellas le aportaron contactos sociales útiles para sus siguientes encargos pictóricos.

De esa realidad en la vida de Antonio del Castillo da muestra el documento destacado este mes en el Archivo Histórico Provincial, que expone en su sede hasta el próximo 14 de octubre la carta de dote del segundo de los matrimonios del pintor, fechada el 30 de julio de 1649, con motivo de su casamiento con María Magdalena Valdés, que aportaba al matrimonio 5.468 reales.

Antes, en primeras nupcias, se había casado con Catalina de la Nava, viuda quince años mayor que él que aportó una dote de 5.099 reales y que se encargaba ella misma de vender las obras del pintor en los locales cada vez mayores que fuero alquilando. Pero Catalina enfermó y finalmente murió en 1644, obligando a Del Castillo a pagar su herencia a los hijos de ésta, tiempo en el que los bienes del pintor incluso fueron embargados. El tercer casamiento de Del Castillo tuvo lugar en 1654 con Francisca de Paula Lara y Almoguera, hija huérfana de un próspero mercader de seda de quien recibía en su contrato matrimonial una dote de 3.194 reales.

La dote como sustento del arte. Los tres matrimonios de Antonio del Castillo es el nombre que da título a este documento notarial que expone el Archivo Histórico y que indaga en la vida del pintor cordobés del Barroco, en este año en el que se celebra el cuarto centenario de su nacimiento, como ha recordado el delegado de Cultura, Francisco Alcalde.

La época que le tocó vivir a Antonio del Castillo, el siglo XVII, estuvo marcado por la crisis económica que afectó también al arte, motivo por el cual para los pintores, la dote que obtenían tras el matrimonio, a menudo constituía una vía para mejorar su posición económica y les permitía ejercer su profesión, e incluso conocer a personas de cierto nivel y, por tanto, encontrar una clientela para su profesión.

En particular, los continuos problemas familiares del pintor, que muy joven perdió a su padre, le obligaron a contraer matrimonio para asegurar la subsistencia de su familia, en primer término, y conseguir gran prestigio social ya en los últimos años de su carrera.

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