Luis Velasco: azote de la gente republicana en Córdoba en 1936
Con la ayuda de Ana Solana, de RTVE, y de la nieta de Luis Velasco, Ana Velasco, hemos podido llegar al fondo de la actuación de la Falange en la Córdoba del golpe militar. A raíz de mi participación en el documental de TVE Miradas desobedientes (27-11-2025), he tenido acceso a algunos documentos para saber bastante más del falangista Luis Velasco Moreno, ordenanza del capitán Marín Alcázar y del coronel Cascajo en los días del golpe militar. Este programa de “los desobedientes” se enmarca en una corriente de familiares de antiguos verdugos que, con sentido crítico, se han decidido a mostrar su desacuerdo con la actuación de algún ancestro, en defensa de los derechos humanos. Y así ha actuado en Córdoba Ana Velasco, nieta del falangista Velasco, la cual ha viajado a la ciudad califal para la grabación del documental.
Nos aportó también una carta de Luis Velasco dirigida al Jefe Nacional de Falange en 1975, Raimundo Fernández Cuesta, del 29 de noviembre de ese año, recién enterrado Franco, fechada en Badalona, “… rogándote, si es posible, me autorices a encuadrarme a tus órdenes, así como a mi señora”, recordándole de que “En aquellos tiempos de 1935 y 1936 fueron tres veces las que hablé con José Antonio y contigo”. Seguramente vislumbraba con temor el cambio de régimen y buscaba agarraderos seguros.
Velasco, aunque persona iletrada, redactó unas páginas de memorias interrumpidas. Él presentaba su vida cotidiana entre “las visitas que a diario tenía que hacer al coronel Cascajo como enlace entre el Comandante Militar, la Jefatura de O.P. y el Gobierno civil”.
Escribe Velasco que el 18 de julio se encontraba en prisión desde la muerte de Calvo Sotelo con otros falangistas y fue excarcelado a las dos de la madrugada, y se presentó ante el nuevo gobernador civil capitán Marín Alcázar. Dice que “Se marcharon los señores (Gabriel) Delgado (Gallego) y Muñoz Córdoba… y nos quedamos solos el gobernador civil y yo.” Aquella noche nos revela algo curioso: que fue nombrado “Delegado de la Jefatura de Orden Público y jefe de la Brigadilla Especial de Falange, siendo el nuevo primer Jefe de Orden Público el teniente coronel Alfonso Martínez Zabalete. Y rezumando su complejo de culpa, declara que ”las órdenes las daba el Jefe de O.P., y yo cargué con el mochuelo“. El ”mochuelo“ fue que denunció a centenares de personas en Córdoba, a las que llevó al paredón, incluida su propia cuñada Pilar Barrena. Él, en su primera juventud, había simpatizado con las izquierdas, a las que conocía perfectamente, por lo que la purga fue terrorífica.
Volviendo a la noche del Gobierno Civil, detalla Velasco: “un ordenanza nos trajo un café y dos copas de coñac”. Fue la noche de los cafés y de los coñacs. Y de las risas y carcajadas. Como Nerón antes de prender las teas.
Luis Velasco gozaba ya de un pequeño currículum en el seno de la Falange, cuando explicaba en la carta a Fernández Cuesta que “Soy el camarada Velasco que, junto con José Antonio, Mateo, Vignote y tú, tomé parte como orador en los actos de Córdoba y Fuente Palmera, podríamos decir que el brazo derecho de Rogelio Vignote en aquellos tiempos. Posteriormente me mandó Mateo a Extremadura, con el fin de ver la forma de organizar algún sindicato por aquellas provincias…”.
La madrugada del 18-19 de julio fue de una gran algarabía fascista en Córdoba, una noche epifánica. Escribe Velasco: “Había un gran bullicio en el Paseo del Gran Capitán, entre la iglesia de San Hipólito y San Nicolás, en las terrazas de los Círculos Mercantil y de Labradores”, mientras sonaban los himnos de Falange y Requetés, además de las marchas militares con que aquella madrugada amenizaba la banda de música. El divertido preludio de una tragedia.
Habla también Velasco de una llamada del general Miaja al Gobierno Civil aquella misma terrible madrugada del golpe militar. Pero pudo ser unos días más tarde. En cualquier caso, cuando sonó el teléfono, lo cogió Velasco, con el siguiente mensaje: “Dígale a Cascajo que, si mañana la aviación gubernamental no ve banderas blancas en señal de rendición, bombardearé la ciudad sin compasión”. Y cuenta que todos se rieron de la ocurrencia. Otra vez las carcajadas de Nerón.
Una de aquellas noches, el coronel Cascajo llamó a Velasco. Cuando subía las escaleras, “un ordenanza subía una bandeja de cafés” y coñac. Exaltación etílica cuartelera para acallar los escrúpulos. Allí estaba Cascajo con todos sus fieles. “Me preguntó qué me había dicho Miaja. Todos se echaron a reír y yo también”. Allí comentaron que la telefonista de Espiel les había revelado que en la Estación se había detenido un tren de mineros de Peñarroya y de Puertollano con varios vagones de dinamita, dispuestos a tomar Córdoba.
Entonces le encargaron a Velasco llevar a cabo un sabotaje en la vía férrea a la altura del arroyo Pedroches. Le entregaron un tubo de dinamita, una ametralladora y un cuchillo de monte. Una patrulla, al mando del sargento Arroyo, lo llevaron allá de madrugada. Se pararon en la zona de la Carrera del Caballo. Velasco partió solo en busca de la vía férrea. Excavó y colocó el explosivo debajo de una traviesa, dejó a punto la mecha y salió corriendo entre las sombras de la noche y las encinas. La explosión destrozó la vía. Cuando volvió a la patrulla, le ofrecieron una bandeja de cafés y coñac. Se había conjurado el peligro de los mineros de Peñarroya.
Cuando Velasco regresó ufano al Gobierno Militar, estaba Cascajo rodeado de sus fieles: “Marín Alcázar, el rejoneador Cañero, el secretario particular Gabriel Delgado Gallego, el señor Muñoz Córdoba, el teniente coronel Martínez Zabalete, jefe de Orden Público. Me felicitaron todos.”
El falangista Velasco actuaba con perfecto peón de los recados. Al tercer día del golpe, comenta en sus memorias que lo volvió a llamar Cascajo de madrugada, para entregarle un sobre que contenía la orden de libertad de la actriz Rosita Díez Gimeno. Debía llevarla a su alojamiento, el Hotel Simón. Y al día siguiente, acompañarla a Sevilla, destino que había solicitado la actriz. Ya no cuenta más detalles el despiadado Velasco, porque ahí se cierra sus páginas de mini-memorias.
Tras los titubeos de los primeros días, Velasco se especializó en las noches cordobesas, al mando de los camiones de la muerte, lo mismo que hacía Cañero con sus caballistas, recorriendo los barrios y la sierra en busca de rojos. Velasco ya hemos citado que hizo fusilar a su cuñada Pilar Barrena (porque “delante de él no se paseaba ningún socialista por Córdoba”). También se presentó en casa de Dolores Muñoz, costurera del barrio del Alcázar, y motivó su muerte. Aquella mujer mostró un valor insólito, se puso su mejor vestido, increpó a sus verdugos y cayó dando “Vivas” a la República.
Con la Brigadilla de Velasco actuaba el banderillero “Virutas” (Manuel Martínez de Dios), que tenía su centro de actuación en el barrio de Santa Marina. Otro denunciante era el pintoresco “Orteguilla”, al igual que “El Mascota” (Francisco González Bueno), falangista, conductor del camión de la muerte y mano derecha de Velasco. Tenían como enlace a un tal “Ricardito”, que les llevaba las listas de supuestos rojos. Al anochecer salían a dar la ronda y a detener gente. Otro falangista y conductor del “camión fantasma” era “El Quico” (Nicolás González Torres), también chófer particular de Cascajo y de “Don Bruno”. Se reunían en el Bar de la Puerta Gallegos para organizar sus razzias y se sumaban en algazara a las comitivas de las ejecuciones.
Otra de las intervenciones más nauseabundas de Velasco fue la que llevó al asesinato del poeta Josemaría Alvariño Navarro, de 25 años, con un hijo y otro en camino, joven promesa de la poesía cordobesa, autor del libro Canciones Morenas (1935). Al ilustrador del libro, Juan Aguayo García lo mataron primero (29-8-1936). Alvariño continuaba con su trabajo de linotipista en La voz de Córdoba (que pasó a llamarse Azul) y se encargaba de la página literaria. Al anterior director del periódico, Pablo Troyano Moraga, ex presidente de la Diputación, lo mataron el 27 de septiembre. La tragedia se cernía sobre Alvariño, hasta que un día, al entrar en un bar –me contó su hermana María en 1983-, se topó con Velasco, el cual alzó la voz y soltó su sentencia habitual: “Delante de mí no se pasea ningún izquierdista por Córdoba”.
Enseguida, el 26 de octubre, un grupo de falangistas se presentó en casa de sus padres, indagando sobre el domicilio del poeta, a donde llevaron a la madre encañonada, pero Alvariño estaba ausente. Al día siguiente, intuyendo que el ritual de la muerte había comenzado, se vistió su mejor traje y se marchó a la redacción del periódico. En efecto, aquella mañana fue detenido y llevado al Gobierno Civil. Su esposa Amparo y su hermana María corrieron a verlo y pasarle algo de comida. Intentaron rápidas gestiones en su favor. Acudieron a su padrino de boda, Francisco Valverde, y al derechista influyente Leoncio Torrellas. Todo fue inútil.
En la madrugada del 28 de octubre fue sacado del Alcázar Viejo en un grupo de 18 víctimas. Alvariño iba maniatado con Raimundo Rubio, escribiente de los Cruz Conde. Lo acribillaron en el cementerio de San Rafael.
Cuando su esposa Amparo acudió aquella mañana al Alcázar a llevarle el desayuno, se lo rechazaron diciendo: “Este sí está, pero en el otro mundo”. Toda la familia quedó consternada y abrumada por el dolor. Su hermana María fue aquella mañana al cementerio, pero ya había sido enterrado en la fosa común. El sepulturero le confesó que había tenido que cubrir el cadáver con su propia chaqueta, porque le resultaba insufrible contemplar a aquel joven poeta en lo mejor de su vida, inmolado de manera tan inhumana. Por la tarde, el capellán del cementerio convocaba a los familiares, y éstos retiraban los objetos personales de las víctimas.
De esta manera el infierno había caído sobre Córdoba, la tierra de Séneca, de Góngora, del Duque de Rivas… “Josemaría Alvariño murió en su Córdoba, como García Lorca en su Granada.”
El falangista Luis Velasco, después de tanto protagonismo, entró en desgracia en el último año de la guerra. Decidió marcharse al frente de batalla en los últimos meses, pero por alguna indisciplina imprecisa fue sometido a Expediente de Información y fue ingresado en prisiones militares, durante casi un año, hasta que pasó por un consejo de guerra y salió absuelto.
La Córdoba de la victoria ya no lo quería, por lo que Velasco tomó la decisión de emigrar, según sus propias palabras: “Salí de Córdoba por la persecución intencionada de Masones, Derechas y de ‘señores falangistas’ incorporados después del 18 de julio, y más tarde, por el Decreto de Unificación, los mismos que estoy enterado criticaron después a nuestro Régimen, y hoy están encuadrados en diferentes asociaciones políticas, pero no en la auténtica Falange” (Carta 29-11-1975). Velasco se dirigió a Madrid, donde tuvo relación con Fernández Cuesta, y después marchó a Barcelona, donde se colocó de viajante, y terminó como vigilante de un aparcamiento de coches. Los victimarios también tienen su página en la historia, igual que los griegos recogieron el nombre de Efialtes, por el desastre de Las Termópilas.
(Gratitud histórica a Ana Velasco, la nieta, por su “desobediencia” crítica y por su generosidad, al facilitarnos documentos que hacen justicia a las víctimas. Y gracias a Ana Solana, directora del documental “Miradas desobedientes”, por poner la mirada de TVE en Córdoba).
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