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La leyenda de la ciudad sin nombre

Redacción Cordópolis

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Cada mes de mayo vuelve a aparecer, no Brigadoon, sino la Leyenda de la Ciudad sin nombre, aunque algunos la conozcan como Parque del Arenal. Ya están montando sus tiendas de campaña los “caseteros” y propietarios de atracciones de feria que quieren sacarnos el “euro”, como sucedáneo del oro de los buscadores del western. Para ello se monta una ciudad donde, a semejanza de lo que Joshua Logan nos contó, un puñado de hombres dictan sus propias leyes y donde el alcohol, en especial el whisky; la música y el baile; el sol, la lluvia y el barro son grandes protagonistas. Borrachos, caballos, carrozas, peleas, juego, ... tampoco faltan. Se junta parte del vecindario que camina a algún sitio con aquel que vuelve sin saber a donde va, cantando “Soy la estrella errante...”. Personajes como Ben (Lee Marvin) y Socio (Clint Eastwood), comparten risas, amistad, vicios y hasta mujer. Es una ciudad poblada de románticos y de amantes de la libertad.

Así es la feria de Córdoba por mucho que se hable de un modelo que nunca existió. Cuando se mira hacia los años setenta y ochenta, se recuerda la feria de la Victoria con el halo favorable que da el paso del tiempo. No es que la Feria de aquellos años tuviera arbolado, es que la montábamos en medio de unos jardines de alto valor y los destrozábamos de forma inmisericorde. No es que estuviera cerca, es que cortaba todo el centro, cuando no teníamos rondas, ni puentes, ni viales de Renfe, y para cruzar de norte a sur o de este a oeste había que pasar por la Victoria o República Argentina generando cotas irresponsables de inseguridad. No es que fuera una Feria abierta ni más participativa, contaba con menos casetas y más pequeñas que este año en El Arenal en plena crisis, y nadie entraba a la Caseta del Círculo, a a la del Casino Militar, o la de los funcionarios y se necesitaban pases para la de la Diputación o la de Renfe. Por no poder entrar, ni podía hacerse en la Municipal.

Cierto que cuando se trasladó en 1994 al Arenal sí se intentó definir un estilo. Para ello, se forzaba a que toda caseta estuviera abierta al vecindario, que todas tuvieran a la estética del colchón blanquiverde, o que la música y decoración fuera “andaluz”, entendiendo esto como de sevillanas, rumbas, vino de la tierra y trajes de faralaes y sombrero cordobés. Se intentó evitar las discotecas, o casetas pop-rockeras, que ya se habían introducido en la Victoria, para ello se creó la Caseta de la Juventud, pero Nuevas Generaciones, El Rincón Cubano, Los Bomberos o Salsaya se saltaron las normas, sin hablar de las casetas alternativas de la CNT o Juan XXIII. Se intentó que no hubiera recintos privados pero, en pleno Paseo de Caballos, se alardeaba de no dejar entrar ni a los concejales. Se pretendía que fueran colectivos ciudadanos quienes regentaran las barras, pero muchos de ellos pedían la instalación para comerciar con ella, provocando la despersonalización del ferial. Se pretendía que se contara con sombra, saneamiento, ... y los árboles acabaron suponiendo un problema, y las inundaciones de las calles y casetas han sido una constante en cuanto empieza a llover. Pensar en dejar sin caseta a alguien, o a cerrarla, se ha convertido en un imposible.

Tampoco se ha mostrado muy capaz el actual equipo de gobierno. Su apuesta por casetas de 200 metros ha sido un fracaso absoluto. Sus críticas al botellón se ha trasformado en un juego de palabras al convertirlo en “reunión juvenil”, que empieza en el balcón del Guadalquivir y que se instala a las puertas de las casetas en horario nocturno. La mejora en las sombras, no pasa de una nueva plantación de árboles que esperemos que esta vez arraiguen. La anunciada ampliación del número de casetas se ha transformado en más espacios libres y sin ocupar en el ferial. También ha sido efímera la rebaja del día de duración de la feria, volviéndose a dos fines de semana completos. En fin, así podíamos seguir y con una conclusión: La Feria de Córdoba es hoy en día un querer y no poder. Las casetas se siguen vendiendo a terceros sin ningún control municipal; las discocasetas mantienen su primacía; los restaurantes puros y duros se instalan en medio de la zona de casetas... las familias cada vez encuentran menos espacio para ir a la feria y los jóvenes de 15 a 35 años se han adueñado del ferial.

Una vez que se ha abandonado la idea de llevarse el ferial al otro lado de la autovía, al menos a medio plazo, estoy convencido de que hay que crear un ferial con estructura permanente durante todo el año, que pueda tener otras funciones complementarias cuando no sea Mayo. Renovar la fisonomía del ferial y dotarlo de toda una infraestructura nueva de carácter eléctrico, de saneamiento, de arboleda, etc. Fijar un número estable de 125 casetas como máximo que se darían mediante concurso con su alquiler oportuno y evitando que el dinero vaya a entidades particulares, sean o no ciudadanas. Fijar ayudas a las entidades sin ánimo de lucro para que puedan mantener su presencia en el ferial. En definitiva, dar por amortizado el recinto actual cuando ya se han cumplido veinte años en él y volver a levantar la ilusión con una nueva idea de feria adecuada a los nuevos tiempos. Hay que pasar de la ciudad sin nombre a una ciudad moderna, dejando que la leyenda del Arenal, y de la Victoria, pasen a la historia.

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