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Dame el nombre exacto de las cosas

El candidato de EH Bildu a Lehendakari Pello Otxandiano participa en un acto electoral el pasado domingo en Vitoria. EFE / L. Rico

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Se nos puso juanramoniana la semana política con esa insistencia en “llamar a las cosas por su nombre”, a cuenta de ETA y los rodeos nominales del candidato de Bildu. Lo dijo Zapatero en Barakaldo, lo dijo Pedro Sánchez en Bruselas, y lo han repetido otros políticos y tertulianos: “hay que llamar a las cosas por su nombre, ETA era una banda terrorista”. A algunos nos resonaba aquello de Juan Ramón Jiménez: “¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!” Pero mientras el poeta solo expresaba un anhelo, nuestra clase política tiene claro que sí, las cosas tienen nombre exacto y no hay más vueltas que darle: el terrorismo es terrorismo, fin de la discusión.

Ah, espera un momento: vaya por delante que estoy entre quienes opinan que ETA era una banda terrorista, ninguna duda ni matiz por mi parte, puedes relajar el ceño. Pero lo más importante de la frase anterior no es “terrorista”, sino “entre quienes opinan”: es un asunto opinable más que un “nombre exacto”, sin que por eso sea menos terrorista. Cierto que la mayoría coincidimos en esa opinión, sí, pero tan cierto como que hay una minoría nada desdeñable que opina de otra manera. O que la opinión al respecto ha variado a lo largo de los años.

Pocas palabras tan discutidas y discutibles, tan flexibles y tan poco exactas como terrorismo. Ahí tienes Gaza, sin ir más lejos. ¿Es Hamás una organización terrorista? Así fue declarada por la Unión Europea, Estados Unidos y un buen número de países más; mientras no pocos países la consideran radical o yihadista, no terrorista. Pero es que la principal organización palestina, la OLP, fue durante años tenida por grupo terrorista hasta ser aceptada como representante del pueblo palestino, y su máximo dirigente, Arafat, premio Nobel de la Paz. Y lo mismo pasó con Mandela, canonizado políticamente a su muerte.

Durante años ETA era llamada “grupo armado” o “grupo separatista” por la prensa internacional, cosa que aquí molestaba mucho. Y contaba con simpatías en parte de la izquierda, la de aquí y la de otros países, que la equiparaban a organizaciones guerrilleras antiimperialistas y anticoloniales -guerrillas que en sus países eran llamadas terroristas, y con las que tal vez simpatizábamos nosotros desde aquí-. Es que lo de “llamar a las cosas por su nombre” no ha estado siempre tan claro, y menos con el terrorismo, usado y abusado por parte de tantos regímenes.

Si hoy está más claro en España no es por precisión lingüística: es porque ETA fue derrotada. Perdió. Y el que pierde, lo mismo en la política que en la guerra, pierde también la batalla del lenguaje, el “nombre exacto de las cosas”. ETA es una banda terrorista no porque lo diga el diccionario, ni la lista de la UE, ni el código penal: es una banda terrorista porque perdió. Porque perdió absolutamente, sin ganar nada, sin conseguir ninguno de sus objetivos ni obtener medidas de gracia para sus miembros. Derrota sin paliativos. A algunos les cuesta admitir esa derrota, que todo el dolor causado no sirvió para nada, y por eso se resisten a perder también la batalla del relato y la batalla del nombrar.

Si la historia hubiese sido otra, si ETA hubiese ganado, o no perdido tanto, su denominación también sería otra, o al menos más discutible, con menos consenso. Mira el franquismo: fuera de España no hay discusión política ni académica seria sobre su carácter dictatorial y criminal o su responsabilidad en la guerra; mientras en España hay leyes de concordia y políticos y medios de comunicación y libros nada marginales que discuten su “nombre exacto”. ¿Por qué? Porque el franquismo perdió en el exterior, pero no en España. No fue derrotado, tampoco por la democracia, mientras que ETA fue totalmente vencida. Y como le decía Humpty Dumpty a Alicia, la cuestión no es lo que significan las cosas, “la cuestión es saber quién es el que manda, eso es todo”. Y aquí ETA no manda nada, diga lo que diga la derecha.

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