Lucky Peterson: Medio siglo en cada callo de la mano
Igual poca gente se acuerda, pero Lucky Peterson cortó el 13 de julio de 2001 el Paseo de la Ribera con su guitarra en la mano. Era un viernes por la noche y, al igual que ha ocurrido este jueves en el Teatro de La Axerquía, el bluesman norteamericano decidió bajarse del escenario a echarse un cante entre el público. Aquel día vio que el cable daba más de sí y se fue a aullarle a la luna a la Ribera.
Cuando lo ha hecho este jueves, de manera más modesta -el cable le ha dado lo justo para bajar al foso de La Axerquía-, no faltaba un móvil en la mano entre gran parte de los testigos arremolinados en torno a la figura oronda de Peterson, enfundada hoy en una camiseta de Prince, en la que, sin duda, habrá sido una de las imágenes más potentes de la presente edición de un Festival de la Guitarra necesitado de urgencia de ellas.
Un imagen mucho más potente que la del propio teatro con una entrada pobre para la que ha sido la única cita en España del bluemsman norteamericano, que está celebrando con el mundo que lleva ya medio siglo en esto de la música y que el blues sigue siendo una fiesta perfecta para calentar una noche de verano en cualquier sitio, incluido Córdoba, que vivía ayer el día más caluroso del año.
Nacido 1964, hijo de James Peterson, un reconocido guitarrista de blues y propietario de un club mítico, Lucky dio su primer concierto a los tres años y a los cinco Willie Dixon le produjo el primer álbum, Our Future, en el que colaboraba un entonces desconocido Patrick Adams -que después sería uno de los padres de la música disco y boogie de los 70 y 80-. No tardaría demasiado en sacar el segundo LP -lo hizo un año más tarde-, aunque sí esperaría para el tercero hasta 1984 -doce años- en los que se curtió musicalmente.
Su sonido, ese blues y R&B del delta ya no pintaba nada entonces en las listas de éxitos, lobotomizadas por bandas de jóvenes blancos que hacían lo mismo que sus antecesores negros, pero con mejor prensa, y bajo el nombre de rocknroll, así que Peterson anduvo durante años acompañando de gira a leyendas del soul como Little Milton o Bobby Blue Bland, y como músico de sesión de dinosaurios de la música negra como Etta James, Rufus Thomas, Wynton Marsalis o Mavis Staples, entre otros.
De hecho, el concierto que ha ofrecido esta noche -90 minutos casi exactos- no ha sido otra cosa que una concatenación de sonido clásico y versiones de los más grandes, desde Wilson Pickett a Ray Charles, pasando por Jimmy Hendrix o Howlin' Wolf. Un jukebox en vivo construido sobre un muro de sonido infranqueable por una banda sin fisuras, y desde el que se podía oler el tarro de las esencias del mejor blues.
Porque Peterson, convertido en leyenda por la decadencia a nivel mediático que sufre el propio género, sí que es coherente en su propuesta: lleva la iglesia dentro de su órgano y de su garganta; y lleva al diablo de los clubes de mala muerte -como el de su padre- en cada uno de los callos de sus manos.
Sí señor. Peterson es un obrero del blues y el soul. ¡Qué simple! Cuánta falta le hace a este festival mirar más a lo negro. Apúntenlo para ediciones futuras.
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