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De Pasarón a la Condomina y el “yo soy cordobés”

Rafael Ávalos

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La afición del Córdoba disfrutó con la clasificación del equipo para la final del play off y dio muestras de su orgullo y clase

Abrazos por doquier, saltos de locura y tantas risas como llantos. Era la viva imagen de la felicidad, su definición más absolutamente perfecta. Unas mil personas volaban por dentro y apenas podían mantener la verticalidad sin que las piernas les temblaran. Estaban en un lugar alto, muy alto. Quizá su situación era, de partida, la premonición de lo que había de llegar. Un presagio. En el momento en que lloraban y carcajeaban a partes iguales, casi como si la cordura se hallara ya perdida, todas las gargantas andaban quebradas. Pero no importaba, la voz única de ese millar de individuos, de diferente género, clase y edad, no callaba. Desde la distancia, se podía escuchar sin problemas. Y entre un punto y otro, los protagonistas máximos en un tapete verde; el del césped de la Nueva Condomina. No era otra cosa que fútbol. Las pasiones se hallaban desbocadas entre la afición del Córdoba y los jugadores blanquiverdes también disfrutaban desde donde minutos antes habían cerrado una magnífica página de plata de la historia de la entidad. Para que sea de oro falta muy poco. Sólo siete días y seis noches, o viceversa. El domingo habrá de suceder en Las Palmas.

Pero ayer, un domingo que no era como cualquier otro, no tocaba pensar en lo que ha de venir, sino en lo que acababa de suceder. Un equipo que cuenta con 42 años de ausencia en Primera se ganaba por derecho propio la posibilidad de luchar hasta el final por regresar a esa categoría. La que probablemente merecería también el Murcia, representante de una ciudad que tiene por patrona a la Virgen de la Fuensanta. Ese hecho quizá fuera una premonición más. Otro presagio. Lo cierto es que se da esa coincidencia, que no es nada más que eso. A buen seguro la mayor parte de la afición califal desconocía un dato que no venía al caso. Lo importante era lo que sucedía en el terreno de juego. Ahí se desarrollaban las cosas de forma que se plasmaba el sufrimiento en el rostro de todos cuantos no cesaron de apoyar a la escuadra que dirige un Albert Ferrer que al término del encuentro festejaba como el que más. A su lado estaría Sánchez Jara, que atendió a las evoluciones de los hombres de blanco y verde y al desarrollo del choque desde la zona más elevada del estadio. Metido en una cabina, entre dos grandes hileras de cabinas radiofónicas y pupitres de prensa, el segundo del barcelonés miraba, resoplaba y apuntaba. Todo quedaba escrito en una libreta.

El final del partido lo vivió fuera de allí. Seguramente cerca del césped, a la espera de poder saltar como hicieran todo el cuerpo técnico y la plantilla del Córdoba en otro campo ajeno, del que sin embargo se guarda un hermoso recuerdo. Siete años y algún día atrás, los califales se abrazaban, saltaban y reían tanto como lloraban en Pasarón. A su espíritu acudieron muchos la pasada semana en sus últimas jornadas, mientras se aguardaba la visita a la Nueva Condomina. En la memoria no había hueco para Pucela, sólo existía para el estadio pontevedrés. Entonces tocaba retornar a Segunda A, aunque las circunstancias eran idénticas. Hasta que los de Ferrer tomaron ventaja en el marcador. En junio de 2007 gallegos y andaluces empataron a cero en El Arcángel, por lo que había que anotar en Pontevedra sí o sí. El resto de la historia ya la conocen… Lo que posiblemente no sepan de aquel duelo es que una batucada se colocó junto a la afición rival, esa tarde la blanquiverde, para intentar evitar que sus cánticos no se escucharan. En Murcia también hubo ritmos de tambores y demás. Y también estuvieron en algún momento justo al lado de esas cerca de mil personas que se había metido entre pecho y espalda más de cuatro horas de viaje.

Para viaje el que tuvieron tras el encuentro. Sin subir ni siquiera al autobús. En las gradas ya andaban de camino por sus sueños. El recorrido es cada vez más corto. Apenas quedan dos estaciones más. Si no pierde el equipaje en algún bache, el Córdoba será equipo de Primera. Nadie quiera imaginar que ocurrirá en el instante en que eso se convierta en una realidad, si así sucediera. Los seguidores blanquiverdes estaban plenos. Eran felices y se olvidaban por unos minutos de todo lo demás. De lo bueno y de lo malo. Les bastaba con dirigir sus ojos al césped, atender a los jugadores que les regalaron una noche tan inolvidable y colocar el brazo por encima de los hombros del compañero. Del que estaba en el asiento de al lado. Era un buen momento, la situación propicia, para que surgiera el orgullo de ser de una ciudad que aspira a volver al lugar en que no está desde hace más de cuatro décadas. “Yo soy cordobés, cordobés, cordobés”, se escuchaba en el estadio del Murcia. El ritmo era el de ese cántico tan español cuando la selección sólo ganaba y ganaba -nadie tiene la seguridad de que no lo vuelva a hacer a partir de unos días-. Suponía el mejor colofón posible a la experiencia, que aún deparó un gesto de los que pocas aficiones pueden regalar en este país. El cordobesismo supo ganar y reconoció el esfuerzo del rival: “Murcia, Murcia”. Los granas están fuera y los califales siguen adelante. Que Las Palmas sea Huesca.

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