¿Dónde estabas entonces? “Con mi escudo”
Una ráfaga de aire entra por la ventana. Está recién abierta. La mañana es fría, de las que resultan desagradables. Pero a pesar de la climatología, el día comienza de otro modo. No es un domingo cualquiera. En esa casa, una más de Córdoba, el ambiente es distinto. Un muchacho apura el café con la bufanda ya anudada en su cuello. Su padre protesta. Se les hace tarde. Y eso que queda más de una hora y media para el inicio del partido. El chaval mira su móvil. “Al final queda en nada, como siempre”, lee en un grupo de WhatsApp. “No, no y no”, piensa él. A toda prisa, los dos salen rumbo al estadio. Una intensa niebla lo cubre en esta ocasión. Quizá es augurio de que una vez más los vientos del pueblo se desvanecen antes de surgir. Pero no.
Es la hora de la verdad. Llega después de una semana en que cientos de aficionados insistieran en redes sociales en llamar a la movilización. El hashtag, tras un artículo de un tipo que anda con el menisco roto, es #AbrazaElArcangel. Padre e hijo recorren El Arenal con la sensación de que de nuevo la manifestación va a ser anecdótica. Y sin embargo, al mismo tiempo, confían en que va a ser muy diferente. Llegan y unen sus manos con las de otros. Primero son unos diez, después son decenas. Una cadena humana rodea, como estuviera previsto, el coliseo ribereño. En ese momento, a falta de cuarenta y cinco minutos para que ruede el balón, un aroma de fiesta impregna los rincones del escenario.
Seguidores del Rayo Vallecano, el rival de este gélido domingo, apoyan la iniciativa de la afición del Córdoba. También estrechan sus manos como si lazos de comprensión y solidaridad fueran en una concentración que es un éxito callado. A cada paso, existe una cara conocida. “Recuerdo cuando eras niño, ya estás hecho un hombre”, le afirma un tipo al muchacho, que sonríe. Probablemente el gesto le nace de la inocencia aún latente de aquel chiquillo que aprendiera a amar unos colores, los del Córdoba, junto a su padre. Como otros lo hicieran en compañía de sus abuelos. Porque en el fondo en su caso como en cualquier otro ésta es la historia de un sentimiento intergeneracional, sin tiempo ni nombre propio.
Ya en el estadio, las gradas muestran una baja afluencia. Como es habitual desde que el martirio de la presente temporada comenzara. No son muchos, pero sí suficientes. Por primera vez en meses, tal y como ocurriera en febrero ante el Huesca, el himno no es cantado a capella. La megafonía trata de acallar la más mínima crítica, pero suena más enérgicamente la pitada que dedica la afición. Es su particular “basta ya”. Vuela sobre el césped el avión de combate. Las voces hasta hace no demasiado en silencio ya deciden hablar. Y la hinchada del Rayo también participa de la protesta al cantar “Carlos, vete ya”. González recibe la petición incluso por agentes externos.
Es el día de la inesperada despedida de Fran Carmona. Quien diera vida a Koki, deja de hacerlo en este partido. Con el duelo comenzado, el muchacho observa la esquina del Fondo Sur con Tribuna. “Mira, no están los Brigadas”, le comenta al padre. En lo que probablemente es otra forma de manifestación, el colectivo no accede al estadio hasta casi llegado el descanso. En la grada de animación, que ocupa el grupo, ya no hay pancarta. Ningún distintivo recuerda la iniciativa del club para este curso. Al inicio, la hostilidad es total, aunque calmada. “González, vete ya” se repite una y otra vez. De un foco y de otro parte el cántico en distintas ocasiones. Mientras, Incondicionales enseña un tifo que reza: “Nuestro escudo humillado por culpa de tu gestión”.
La fiesta es de verdad cuando aparece Caro. El sevillano surge cual salvador por dos veces para levantar los ánimos de la hinchada. El Córdoba gana por 2-0. Pero el Rayo no dice nunca su última palabra, y logra finiquitar una felicidad tan intensa como breve. Los sueños se escapan. Aun así, la afición mantiene abierto su corazón para con los suyos, que son los de corto. Entre cánticos contra la propiedad, el equipo recibe el aliento de los seguidores blanquiverdes hasta los instantes finales del encuentro. Todo sigue igual sobre el verde, pero cambia fuera de él.
Todavía resuena la voz de Manolo García, cuya Insurrección es un guiño involuntario al descanso del choque. “Me quiero defender. Dame mi alma y déjame en paz. Quiero intentar no volver a caer”, es lo que dice el catalán en su canción. “Al menos hemos dicho aquí estamos”, señala el muchacho a su padre mientras este refunfuña por otra oportunidad perdida. ¿Dónde estabas entonces?, cabe preguntarse. “Con mi escudo”, responde cualquiera de los que ya ponen punto final a su mudez.
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