Historias del ascenso desde un rincón de Córdoba
CORDÓPOLIS envía a uno de sus periodistas a un frente de barrio para cubrir el partido
42 añazos, una generación -o dos- que creen que Santa Rosa es una ciudad de California (USA); pero no, es un barrio, con gente de barrio, con bares de barrio, con terrazas, con gente en las terrazas: niños, niñas, papás, mamás, abuelos, los titos, las titas.
Blancoyverde, blancoyverde, Córdoba, mi Córdoba. Así suena un barrio en los bares del barrio. Illa, Illa, nos vamos a las Tendillas! -esto me lo voy a perder-, me quedo en el barrio.
Imposible, imparable, impotente, impasible, importante, infinita pasión por mis colores, porque son mi señal de identidad, no me sé el himno muy bien, pero soy de Santa Rosa, de santarrosá, santarrosá. Como el himno agudiza eso de cordobá, mi cordobááááá.
Los niños y las niñas no entendían muy bien de qué iba la cosa, jugaban, los futbolistas de la tele no jugaban, las titas habían prolongado la sobremesa dominical y vigilaban a los chiquillos -ellos no vigilan nada-, los titos y los cuñaos se hacían los entendidos: hablaban de los centrales, del mediocentro, de los laterales... Las Palmas era una isla lejana. Todo el mundo lo sabía todo, se resignaba.
Y de pronto, un estallido. Y Santa Rosa explota. Y es bonito verlo.
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