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Nancho Novo, Eva Isanta, Norma Ruiz y Fernando Ramallo traen a Córdoba la comedia ‘Trigo sucio’

Protagonistas de la comedia 'Trigo sucio'.

Redacción Cordópolis

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Trigo sucio, la última comedia de David Mamet, estrenada recientemente en Londres con John Malkovich como protagonista y dirigida por el propio autor, que pone el foco en el escándalo de Harvey Weinstein bajo el prisma del humor, llega al Gran Teatro de Córdoba.

Protagonizada por Nancho Novo, Eva Isanta, Norma Ruiz y Fernando Ramallo, dirigida por Juan Carlos Rubio en versión de Bernabé Rico, Trigo sucio se representará el 31 de enero y 1 de febrero a las 20:30 en el Gran Teatro.

Más allá del movimiento #MeToo de rechazo a los abusos sexuales a mujeres, el propio Mamet recalca que Trigo sucio es “una comedia”, género del que afirma que “no es más que una tragedia rotada 90 grados”.

Sinopsis y nota del autor

En la meca del cine, el jefe de un estudio cinematográfico dedica su tiempo a seducir a artistas guapas, comprar a la prensa y hacer películas de nulo interés cultural. Para él tan sólo importa el sexo, el poder y el dinero. Hasta que una joven aspirante a actriz se resiste a ponerle precio a su carrera, precipitando la caída del magnate hasta lo más hondo del escalafón social.

El autor de la obra recuerda que Tolstoy escribió una vez que leemos el periódico por la misma razón que fumamos: por la agradable sensación de aturdimiento que nos provoca. El negocio de la prensa sensacionalista consiste en vender crímenes y sexo. Por desgracia su análoga más elevada opera de forma similar, enalteciendo la gravedad de la noticia en lugar de simplemente comunicarla.

Los escándalos en las altas esferas siempre han sido la principal fuente de ingresos de la prensa. Los seres humanos nos deleitamos en el hundimiento del poderoso. La alegría o tristeza que sentimos por la revelación de sus pecados excusan y por lo tanto validan nuestros propios sueños de grandeza.

Pero ya lo dice el proverbio británico: “Un hombre puede robar un caballo mientras que a otro no se le deja mirar por encima de la cerca”. Acusados de los mismos delitos, algunos ​​serán absueltos o levemente castigados y otros serán masacrados solo porque “no caen bien”.

La falta de conciencia, de vergüenza o de cuidado puede llevar a muchos a complacerse en conductas abusivas y delictivas. Los poderosos o favorecidos, que además no suelen preocuparse por ser descubiertos, se exponen sin tapujos ante aquellos que están bajo su poder (o deseando tenerlo). En ningún sector es esto más cierto que en el cine.

La inmediata y profunda transformación del poderoso es, naturalmente, la esencia de la Tragedia. Aristóteles en La poética nos enseñó que el protagonista, al final de la Tragedia, debe pasar por la aceptación y el restablecimiento de la situación.

Esto, dicen, despierta en nosotros los espectadores lástima y temor. Lástima por el pobre necio, único ser en todo el teatro que no supo discernir el destino que se le venía encima; y temor, al reconocer en lo más profundo de nuestros corazones el mismo grado de ofuscación e ingenuidad.

Una Comedia no es más que una Tragedia rotada noventa grados. Otelo podría reescribirse como farsa en una mañana; estructuralmente es una farsa de alcoba. Una Tragedia nos permite experimentar sin riesgo el concepto de que todos somos pecadores; la Comedia, de que todos somos necios.

La Tragedia termina con el orden restaurado al reconocer el protagonista su propia culpa. La Comedia tradicionalmente termina en matrimonio, es decir, con un “fueron felices y comieron perdices” donde el Deus Ex Machina nos asegura, mientras rescata al ingenuo héroe, que ya somos libres de volver a intentarlo (y de nuevo fracasar).

En la Tragedia el público se siente aliviado por su moraleja; en la Comedia ocurre a través de la liberación fisiológica de la risa.

Siempre he sospechado que el teatro está más cercano a las observancias religiosas de las que procede que lo que nos gustaría admitir. Es por eso que todos llegamos igualmente tarde al teatro que a la Iglesia o la Sinagoga; tarde y preocupados por si aún nos dejarán entrar.

De modo que el hecho teatral conlleva ansiedad. Quizás esta sea fruto del temor primario causado por la revelación de nuestra propia naturaleza humana. En cualquier caso, la aceptación de esa premisa me ha proveído sustento durante un gran número de años.

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