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Eduardo Mendoza: “La chapuza tiene arreglo, el perfeccionismo no”

Perfil de Eduardo Mendoza | MADERO CUBERO

Juan Velasco

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El vértigo a la chapuza es lo que mueve al novelista. Escribir mal para después escribir mejor. Parece simple. Puede que hasta lo sea. Desde luego suena simple en los labios de Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), un escritor que ha narrado en sus novelas decenas de chapuzas locales, regionales, nacionales y universales.

“La chapuza tiene arreglo, el perfeccionismo no”, afirma Mendoza ante los periodistas antes de “actuar” en Cosmopoética. Una breve rueda de prensa que le sirve también a él para reflexionar sobre lo que está ocurriendo. La Barcelona que tantas veces ha retratado se ha levantado este lunes 1 de octubre de grito en grito y con el recuerdo de una o varias chapuzas en la memoria. Por lo que ha dicho, tendrá que pasar tiempo para que esta Barcelona sea un lienzo en el que él pinte una novela, si es que alguna vez lo hace.

“No me resulta atractivo. Sí que da para reflexión, para el periodismo, para una crónica... pero no para una recreación literaria, porque tiene que pasar tiempo y hay que poner una distancia física y temporal para ver los acontecimientos con un poco de orden”, afirma el escritor que, sorprendentemente, tampoco ve cabida ni para el humor. “No es que falte humor, es que no tiene donde meterse ahora”, lamenta.

Mendoza, que el año pasado publicó precisamente el ensayo Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral), sostiene que allí “las cosas son serias, aunque todavía no ha pasado nada irreparable”. Lo que sí ha habido, según el escritor, es “una ruptura dentro de las sociedad, de las familias y entre las personas”, y “eso es un precio muy alto a pagar porque tiene muy mal remiendo”.

El humor no puede explicar el mundo

En cualquier caso, ha añadido que no cree que el humor “pueda explicar el mundo, ni explicármelo a mí mismo”, si bien a él sí le sirve para explicar su “desconcierto”. También la literatura, una de sus pasiones confesas, hasta tal punto de que, si se la quitaran, no sabe si se volvería loco. Así, en una Cosmopoética dedicada a La pasión, el Premio Cervantes ha confesado: “No soy un hombre arrebatado, pero sí tengo pasiones calladitas”.

Pasiones al margen, el novelista ha mostrado su sorpresa por verse dentro de un festival poético, aunque ha reconocido que dijo que sí de inmediato, pues “la poesía ha marcado” su vida, a pesar de vanagloriarse “no con orgullo, pero sí con satisfacción” de que él “nunca ha escrito un verso”. “Esto refleja el respeto y casi el temor que yo le tengo a la poesía”, señala acto seguido.

A su juicio, los novelistas y los poetas son “parientes próximos” que trabajan lo mismo “por caminos paralelos”, y eso que trabajan es lo más importante: “Tengo la sensación de que lo importante es la palabra, y es más importante que lo que uno quiere contar”, ha cavilado Mendoza, que ha señalado que le molesta cuando ve “la palabra puesta al servicio de causas retorcidas”.

No obstante, ha distanciado literatura de la imagen que se tiene de ella, pues considera que escribir novelas “es una profesión de vagos” en la que, si hay musas, él no las ha conocido. Su método no es otro que “llegar cada día a lo que uno está escribiendo como si fuera la oficina”. “La literatura es un mundo paralelo, a veces más potente que el mundo real”, dice Mendoza, y añade que, para su suerte, distingue esos dos mundos “bastante bien”, puesto que rechaza de plano el “perfeccionismo” a la hora de escribir novelas.

“No hay que ser perfeccionista, pero sí obsesivo”, ha concretado el maestro antes de entrar en la Sala Orive a hablar con el público de literatura mientras que a 900 kilómetros la Barcelona que tantas veces le ha inspirado grita tan alto que ya no se escuchan las palabras.

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