Vivir el confinamiento en una casa de acogida: la historia de Marta, víctima de violencia de género
Cuando Marta (nombre ficticio) entró en la casa de acogida que el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) tiene en Córdoba, jamás pensó que viviría un confinamiento. Ingresó en este servicio de la Junta de Andalucía para huir de su maltratador, con el que convivía junto con su hija mayor. Durante el estado de alarma, la joven ha dado a luz a su segunda hija. Estos meses de tranquilidad y sosiego le han permitido organizar su vida y en unas semanas abandonará la casa tras haber recibido apoyo social, psicológico, jurídico y socioeducativo.
Marta es una de las 52 mujeres víctimas de violencia de género que han necesitado ser acogidas por el Servicio Integral de Atención y Acogida a Mujeres Víctimas de Violencia de Género del IAM durante el primer semestre de 2020, al igual que otros 52 menores. De esta cifra total, 104 personas, 11 mujeres y dos menores recibieron ayuda del IAM durante el confinamiento.
Una de las trabajadoras de Andaluza de Gestión de Servicios Especializados, la empresa que gestiona estos recursos, cuenta a CORDÓPOLIS que durante el estado de alarma se ha vivido “una situación incierta” ya que los casos por violencia de género se sucedían por semanas. Por increíble que parezca, a muchas de estas mujeres, el confinamiento no les supuso una sensación extraña. “Ya vivían confinadas en sus casas porque sus parejas le reducían sus movimientos y les limitaban las salidas, incluso con las familias”, explica la trabajadora social.
Marta es un ejemplo de ello. El maltrato que ha sufrido nunca ha sido físico, sino psicológico, el que más tarda en curar. Sin nadie en Córdoba que pudiera ayudarle dado que es de otro país, y embarazada, tuvo que huir de la vivienda familiar junto a su hija mayor. Se armó de valor y decidió denunciar a su pareja, rodeada de miedos. “Nunca me había pasado nada con él. Llevábamos muchos años juntos. Me encontré con algo que no me esperaba”. Después de los episodios de maltrato, que se fueron incrementando poco a poco, Marta los justificaba y llegaba, incluso, a afirma que su expareja “tampoco era tan malo”. “Cuando caía en la cuenta, reflexionaba y sí que era muy fuerte lo que estaba pasando”.
Tras pasar por el centro de emergencia del IAM -primer recurso al que se accede tras interponer la denuncia-, Marta y su hija pasaron a la casa de acogida, un centro residencial configurado por unidades independientes de alojamiento y espacios de uso común, permitiendo una atención integral con la suficiente autonomía para las madres y su hijos. Uno de los temores que acecharon a la joven durante el confinamiento era infectarse y pasar el virus al bebé. Afortunadamente, los protocolos de higiene y seguridad impuestos han evitado los contagios; una coyuntura que también ha puesto en jaque a los menores que han vivido el estado de alarma en esta casa. Por ello, para hacer más llevaderos sus vivencias personales y el confinamiento, las trabajadoras sociales crearon el Covid Warrior, un concurso a base de retos y juegos que ha permitido a los menores sacarlos de la realidad que estaban viviendo.
Si este apoyo para los niños ha sido fundamental, no ha sido menor el que las mujeres han recibido entre todas. Para Marta, haber compartido piso con otra mujer -también víctima de la violencia de género- ha sido un liberador de estrés y experiencias, sobre todo durante el confinamiento. Juntas se han dado “ese sentimiento de fuerza para pensar en el futuro”. El de Marta y sus dos hijas está fuera de Córdoba. En un mes abandonará la casa y viajará hacia otro punto de España. Poner en marcha un restaurante está entre sus principales objetivos para comenzar su nueva vida.
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