San Basilio, 22: esencia con sello de los Austria
Esta casa mantiene un sello de autenticidad en sus plantas, que lo son de carácter antiguo y tradicional | El patio muestra el blasón de la dinastía Habsburgo, a la que está ligada su propietaria
Si existe un barrio diferente en Córdoba, ése es el Alcázar Viejo. Una muralla lo rodea por buena parte de su extensión. Tras dejar atrás el Alcázar de los Reyes Católicos y superado el Arco de Caballerizas, junto a las reales que en su día fueran construidas por decreto de Felipe II, el blanco encalado asalta la vista del visitante. Su identidad es tan propia como atractiva, sobre todo cuando llega mayo. Cada año, la tranquilidad de sus calles queda rota por todos aquellos, de aquí y de allá, desean conocer de primera mano sus encantos. Las flores aportan la vida y el color a lo largo de los doce meses, pero es en éste, el que por excelencia pertenece a la ciudad, lo hacen de manera más especial si cabe. En San Basilio son diversos los ejemplos de una notable tradición. Los patios lucen, como lo hace el de una vivienda cercana ya la parroquia de Nuestra Señora de la Paz. Un inmueble donde la esencia permanece intacta con sello noble.
Tras el zaguán, una cancela de hierro. Pudiera parecer una más de cualquier casa, pero no lo es. Data de 1898, tal y como aparece en la propia verja. Tiene historia, al igual que el recinto que se alcanza después de superar una porticada. “Está todo cómo estaba, porque aquí no se pudo tocar nada. Sólo reformamos un poco lo que estaba caído”, explica la propietaria de la vivienda, Ana de Austria. El apellido también tiene historia… “Llaman mucho la atención los arcos, el pozo, que es moruno, las piedras del suelo. Y el pilón, que es el sello de la casa. Aquí están bautizadas mis hijas, junto a él han hecho la Comunión. La cancela es muy antigua”, señala en un breve y sencillo pero a la vez necesario repaso por los elementos que dan un carácter diferencial al inmueble.
Las plantas, por supuesto, también gozan de una gran importancia en un recinto que lleva dentro del Festival desde finales de los setenta. Aunque muy posiblemente ya tuviera presencia en el Concurso en sus inicios -cabe recordar que éste vivió diversas etapas-. “Antiguamente daban bailes aquí y ponían la Cruz de Mayo. Adornaban los patios desde 1921”, rememora con acierto Ana de Austria, que ahora es la propietaria única del edificio, en el que vive junto a dos hijas y sus familias. Antes, llegaron a ser hasta nueve las que habitaron el número 22 de la calle San Basilio. “Yo llevo entrando a la casa desde 1952”, recuerda la amable dueña de la vivienda, que adquirió junto a su marido, Francisco Leiva -ya fallecido-, en 1990. Fue dos años después cuando tuvo lugar la reforma que necesitaba la casa.
Muy significativa es la variedad floral del patio, que mantiene el aspecto más auténtico. Azucena, flor de Lis, rosa, jazmín, dama de noche -como se conoce en Córdoba-, celinda… “Son plantas antiguas, conserva el carácter de la antigüedad. No son plantas de vivero”, resalta sobre sus plantas la propietaria de la vivienda. Las macetas decoran un recinto en el que el empedrado suelo descubre un más que interesante pasado de la familia. Con piedras pequeñas de color más oscuro, se dibujan dos escudos de armas. Uno pertenece al apellido Leiva, del marido de Ana. El otro, a la Casa de Austria. Quien al observarlo no se haya preguntado, probablemente habrá pecado de falta de curiosidad. Porque ese blasón no aparece en el patio por gusto o casualidad. Ana de Austria es descendiente de Felipe I de Castilla, el Hermoso. Es decir, es parte, ya muy lejana por el paso de los siglos, como es lógico, de la dinastía que ocupara la Monarquía española durante los siglos XVI y XVII. Entre ellos, Felipe II, quien mandara construir, como quedó dicho, las Caballerizas Reales de Córdoba.
Los escudos de armas en el suelo del patio aportan a éste un especial carácter. Su cuidado y ubicación resultan atrayentes para cualquiera que camine por el corazón del Alcázar Viejo. También para personajes famosos y reconocidos, como políticos o artistas. Carmen Sevilla es un ejemplo. “Estaba regando y cogió la lata y se puso a regar. Se mojó entera mientras decía que no importaba. En aquella habitación (señala a una estancia junto al pilón) se cambió”, cuenta Ana de Austria, quien a lo largo de los años, gran parte junto a su marido, Francisco Leiva, obtuvo diversos reconocimientos en el Festival. “Desde que empecé me han dado siempre algún accésit al menos”, apunta al tiempo que recuerda otros galardones, como el dado por la iluminación. Es el sello de la más pura esencia de la tradición de quien luce con orgullo su identidad.
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