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Rastreadores en la tercera ola: de negacionistas a familias enteras contagiadas al otro lado del teléfono

Pilar Conde, rastreadora Covid en el centro Carlos Castilla del Pino.

Carmen Reina

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La tercera ola del Covid-19 ha puesto sobre la mesa una nueva vuelta de tuerca en la carga de trabajo de los rastreadores que siguen la pista de los contagios. Las jornadas en que los casos positivos se han multiplicado en los registros diarios hasta poner contra las cuerdas a los hospitales y sus UCI, llevan asociado un trabajo paralelo y a contrarreloj de quienes contactan con las personas con coronavirus para tratar de cercar lo antes posible la expansión de la enfermedad. Y, al otro lado del teléfono, después de meses de trabajo y aún con la resaca de los encuentros de las fiestas navideñas, los rastreadores se encuentran desde negacionistas del Covid a familias enteras contagiadas, desde personas mayores con mucho miedo a asintomáticos a los que, en una llamada telefónica, le da un vuelco el corazón.

“Muchos se nos echan a llorar”, explica a Cordópolis sobre su día a día Pilar Conde, una de las rastreadoras del distrito sanitario de Córdoba. Enfermera en un centro de salud de la capital, forma parte desde hace unos meses del equipo de rastreo de Córdoba en el centro Carlos Castilla del Pino y relata su labor diaria llena de las historias personales que deja la enfermedad. Hace pocos días le anunciaba que era positivo a una mujer joven que, a punto de someterse a un parto inducido, se había hecho la prueba antes de ingresar en el hospital, como marca el protocolo sanitario. “Era asintomática y tenía Covid. Tuve que llamarla para decírselo”, justo antes de ser mamá. En esos casos, “la labor de enfermería se mezcla con la de psicóloga. Tienes que informar, que calmar y tranquilizar a la vez, tratar la ansiedad que produce la noticia”, en muchas personas. Ansiedad y miedo. “Sobre todo, si son personas mayores”, que desde el inicio han estado en el punto de mira como población de riesgo ante el Covid.

“Nos encontramos de todo”

Porque en el trabajo diario de los rastreadores, como señala Conde, “nos encontramos de todo” al otro lado del teléfono. Ella forma parte del equipo que tiene el primer contacto con los casos positivos. Cada día, en el programa informático con el que trabajan se vuelcan los datos de los nuevos contagios y ahí empieza la labor para llamar a cada una de las personas, informarles del resultado positivo de su prueba y pedir los datos relativos a los contactos estrechos que hayan podido tener en las 48 horas anteriores. Con ellos sigue el rastreo, para citarlos a una prueba que detecte si se han contagiado y, sobre todo, pedir que se aíslen para frenar los posibles contagios.

“La rapidez de la prueba no es lo más importante, sino tomar bien medidas de aislamiento”. Porque, de hecho, una prueba realizada en los primeros días del contacto puede dar negativo si el virus aún no se ha incubado y, poco después, dar la cara y dar positivo. Y, mientras, todos esos días, ha de guardarse el aislamiento por precaución, para evitar nuevos contagios. “En eso insistimos mucho, en que hagan autoaislamiento siempre, porque hasta diez días se puede estar incubando el virus” hasta que da la cara, explica esta rastreadora.

Negacionistas: “Bulos, mentiras y PCR no fiables”

“Necesitamos que la población se conciencie, que hagan bien el aislamiento”, incide como la manera más eficaz de evitar que el virus siga propagándose. Y ahí, los rastreadores chocan de frente cuando al otro lado del teléfono se encuentran con un negacionista.“Son personas que te dicen que no creen en el Covid, que es un bulo, que son mentiras, cuestionan la fiabilidad de las pruebas PCR y ponen en duda los protocolos y todo”.

En esos casos, los rastreadores ponen una marca en el programa informático a las personas que van a incumplir el aislamiento, de manera que los profesionales encargados de realizar su seguimiento desde los centros de salud, conozcan esta circunstancia. Pero, además, actúa también el factor psicológico de los rastreadores y, ante la falta de atención a razones objetivas y de la ciencia, les queda incidir en la parte emocional. “Les hacemos ver que, si no siguen el aislamiento, pueden contagiar a quienes tienen al lado, a su familia y amigos”, a las personas que les importa y que pueden tener un desarrollo con síntomas e incluso grave de la enfermedad. “El riesgo existe y está ahí. Y si no guardan las medidas oportunas, van a exponerlos”.

Porque ese, el del círculo familiar y de amigos más cercano es el gran motor de los contagios y, en esta tercera ola, arrastra la resaca de las reuniones familiares a cuenta de las celebraciones navideñas. “Tenemos a familias enteras que son positivo. Todos se han contagiado”. Además de la relajación de las medidas preventivas, los núcleos familiares se encuentran con las dificultades de guardar un aislamiento en una misma vivienda, entre convivientes. “En un piso es difícil hacer el aislamiento. Y tenemos mucha incidencia en familias al completo”.

Refuerzo en el rastreo para los siete días de la semana

Esa multiplicación de casos hace que, actualmente, los rastreadores trabajen tanto en turno de mañana como de tarde y también los fines de semana y festivos. Con la tercera ola, además del equipo del distrito sanitario conformado por una docena de profesionales, en cada centro de salud se han liberado a una o dos personas -en función del tamaño de la población a la que atienden-, para realizar labores de seguimiento a los casos positivos. Los refuerzos se reparten para que la labor de rastreo continúe los siete días de la semana.

“Miedo, ansiedad, intranquilidad”. Son sentimientos que desgrana Conde sobre los rostros del temor que genera la noticia de un positivo. “Concienciación”, repite ella una y otra vez sobre la fórmula más eficaz para frenar la expansión del virus. Y mientras, augura “aún meses de trabajo por delante”, de contagios y de rastreo, mientras todos ponen “la esperanza, en las vacunas”.

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