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De proveedor de refrescos a vender pañuelos en un semáforo tras contraer toxoplasmosis

Antonio 'El Pañuelos' | TONI BLANCO

Alejandra Luque

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“Desde que me detectaron la enfermedad soy plantilla fija en el semáforo”, dice con sorna Antonio. Él mismo se ha apodado El Pañuelos y así lo expone en la cartelería que ha dispuesto por los alrededores del semáforo en el que se pasa buena parte del día. Tanto por la mañana como por la tarde, Antonio está en la calle Escultor Fernández Márquez con esquina Avenida del Brillante como tantas otras personas a las que la falta de recursos económicos les lleva a optar por esta vía.

Hace 16 años, Antonio lo tenía todo. Él, su mujer y su hija de apenas un año vivían de alquiler en un piso en Valdeolleros, en el que continúan actualmente. Trabajaba como distribuidor de refrescos para unos grandes almacenes y, junto a su mujer, echaban números para poder comprarse una vivienda. Sin embargo, Antonio contrajo toxoplasmosis cerebral, una enfermedad que puede transmitirse a través de diferentes vías. Aunque al principio no presentó síntomas llamativos, el hombre cuenta que empezó a llamar a sus familiares por otros nombres. Días después acudió con su mujer al hospital y le detectaron la enfermedad, “posiblemente contraída por el contacto con un gato que estuviera infectado”, explica Antonio.

La única solución que le presentaron los médicos fue operar, aunque las expectativas tampoco eran halagüeñas. “Se quedaría en estado vegetal o podría, incluso, morirse”, cuenta el segundo de los hijos de la pareja. Antonio decidió no operarse y, bajo la incredulidad de los médicos, sobrevivió aunque con algunas secuelas cerebrales. Del 100% de las personas afectadas por esta enfermedad, el vendedor de pañuelos afirma que “un 50% muere, el 45% sufre ceguera o discapacidades cerebrales y sólo un 5% consigue avanzar un poco”.

Según estima, ha conseguido recuperarse aunque ya no pudo volver a su trabajo. Es pensionista y en su casa sólo cuentan con poco más de 600 euros. Por el piso en el que vive con su familia paga 400 euros de alquiler pero debe ocho mensualidades. Los impagos les han llevado al límite y el dueño de la vivienda “ha estado a punto de firmar la documentación para una orden de desahucio”, pero un compromiso por parte de Antonio ha retrasado el desalojo. “Nos gustaría mudarnos a otro piso porque éste está muy mal”, cuenta desde el salón de la vivienda, pequeña y con todas las habitaciones afectadas por fuertes humedades.

Además de haber superado la toxoplasmosis, Antonio padece diabetes, una enfermedad que le repercute algunos días durante la venta de los pañuelos. “Hay veces que estoy peor y me tomo un azucarillo o un café. Esta enfermedad tiene sus complicaciones y cuando estoy en el semáforo, en ocasiones me mareo y me muevo para los lados y la gente se queda mirando diciendo: ¿Qué le pasa a este hombre?”. No es el único que sufre esta enfermedad: hace cinco años se la detectaron también a su hija.

Es por ella por la que también pide comida a todo aquel que pasa delante de su semáforo. En los carteles que lo rodean consta su teléfono. “Sólo me han llamado dos personas: tú y un hombre que me decía que dónde iba a estar para poder darme comida, pero nunca lo vi”. Pasta es lo que más abunda en las estanterías de su cocina. “Cuando comemos eso, nos hinchamos”, ríe el hijo menor, que la pasada semana pudo comprarse una sudadera con lo que recaudó su padre en todo un día. Para Antonio, la Navidad es la mejor época del año y puede conseguir entre 20 y 40 euros. “La gente dice que vender pañuelos da mucho dinero. Que vengan a mi casa y verán si da para mucho”. ¿El peor mes? La llamada cuesta de enero, que también la sufren los vendedores de pañuelos

Su duro testimonio no le impide pensar en los Reyes. Pero no para él. “Mi ilusión sería que cada uno de mis niños tuviera un móvil, pero con lo que tenemos no se los puedo comprar. A ver qué nos trae 2019”. Son ya las 17:00 y Antonio acaba de almorzar.  “¿Se va ya para el semáforo?”. “Todavía no, voy a ir para las 18:30 o así. Me tomo un café y espero a que haya más gente”.

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