Martínez Rücker, 1: reposo último de Pablo de Céspedes
Esta casa, cerca de la Mezquita-Catedral, se edificó en torno al siglo XV, si bien elementos hablan de una etapa anterior | En el inmueble vivió sus años finales y murió el famoso artista
No existe certeza acerca de su lugar de nacimiento. Uno de sus biógrafos, Antonio Palomino, dejó escrito que lo hizo en Córdoba allá por 1548. Sin embargo, la profesora María Ángeles Raya, transcurridos los siglos, apuntó que vio la luz en Alcolea de Torote, un despoblado de Guadalajara, en una fecha anterior. Sea como fuere, lo cierto es que mantuvo una importante ligazón con la ciudad, sobre todo en sus últimos días. En una de esas estrechas calles que conforman el trazado irregular de la Judería vivió y murió Pablo de Céspedes. El insigne artista, que cultivó disciplinas como la pintura, la escultura o la literatura, obtuvo en Martínez Rúcker, 1, en torno a un patio clásico andaluz. Por su antigüedad y por sus condiciones. Fue ahí donde el humanista cruzó la puerta final.
Es sencillo, cuando uno pregunta a una de las propietarias del inmueble, encontrar un dato que aporte la historia propia del mismo. “Pablo de Céspedes murió aquí en 1608. Y vivió aquí”, señala Ana Gutiérrez. Esa fecha, tanto como el lugar, sí se conoce a la perfección. Una placa en la vivienda lo recuerda. “Pablo de Céspedes, insigne literato, poeta, pintor, escultor y arquitecto, murió en esta casa el 26 de julio de 1608. El Ayuntamiento de Córdoba, su patria, le dedica esta memoria. 1902”, expresa la losa. De esta forma, indiscutible es su pertenencia, en modo alguno, a esta ciudad. Tras años en otras como Sevilla. Los problemas físicos impidieron que en sus últimos años pudiera pintar o utilizar el cincel. Dado a la lectura, quizá buscó la calma más allá de la ventana en el patio que riega de vida a la casa.
La construcción de la vivienda está fechada a finales del siglo XV o comienzos del XVI, aunque algunas piezas invitan a pensar que, quizá de forma primitiva, tuviera lugar alguna centuria antes. “El patio lo han datado, en algunos elementos, en 1300 más o menos”, indica Ana Gutiérrez. La que es una de las propietarias el inmueble, en el que actualmente residen siete familias, muchas siéndolo entre sí, explica al respecto que una de las columnas de la arcada, la primera que abre el camino a un pasillo que rodea el patio, está al descubierto gracias a una reforma: “Antes se veía solamente la mitad”. “Los arcos no estaban de ladrillo visto, sino con manos y más manos de cal. Ahora el pozo es nuestra tarea pendiente, porque aquí hay vecinos antiguos que lo han conocido con agua. Lo que sucede es que nadie nos da un presupuesto cerrado”, añade Gutiérrez. Sobre el pozo, su cuñada, Noelia Cabrera, destaca “el brocal árabe”, próximo a la escalera en forma de L. Estos “son los elementos más característicos” de la casa.
El inmueble mantiene su estética, recuperada tras el paso de los siglos y la falta de cuidado a la que fue sometido en algunas etapas. “Estuvimos 15 años de alquiler y luego lo compramos hace 11 años y lo reformamos, porque cuando llegamos nadie puede imaginar cómo estaba. Cuando llegó aquí mi madre hace 26 años dijo ”mira la casa“ y se fue llorando”, expone Ana Gutiérrez. La tarea pendiente, como comenta, es la reapertura del pozo, pero se trata, no sólo por la falta de un presupuesto, por la delicada operación que supondría. “En una época se cerró, se condenó, y hay agua. El brocal es lo más valioso, como para que te lo rompan”, apunta Noelia Cabrera. Con todo, el patio mantiene su más rica esencia. Al fin y al cabo, “sigue siendo un patio de vecinos” en torno a un recinto cuya característica más importante “es el frescor, la sensación de patio andaluz en el que te da frescor”, resalta Cabrera. “Nada más entrar en la calleja ya bajan los grados. De hecho, yo no tengo ventilador en verano”, añade Gutiérrez.
¿Calleja? Correcto, porque para acceder a la vivienda número uno de la calle Martínez Rücker hay hacerlo antes al estrello callejón de los Ahumada. Una cancela de hierro abre el camino a un primer pasillo abierto, una especie de pequeño patio. “A mucha gente le tienes que decir incluso que ése no es el patio. Nosotros le llamamos el primero o el de afuera”, bromea Noelia Cabrera. Sentada en el banco de un pequeño pasillo de entrada, frente al patio, que se divisa tras un arco, Ana Gutiérrez ofrece algunos detalles de las flores que muestra: un rosal de pitiminí que está a punto de lucir en su máximo esplendor -unos días le restan-, la parra virgen que posee o los helechos. La casa actúa en el Festival desde mediados de los noventa, de manera interrumpida. Este año regresa al Concurso después de dos de ausencia. Por el momento, pocos premios y algún que otro accésit, “porque piensan que hay pocas flores”. Los propietarios no desean recargar un espacio en el que, ciertamente, la frescura aparece de manera notable. Una frescura que ofreció a Pablo de Céspedes su último remanso de paz. Junto a la calle en la que siglos después nació otro ilustre artista, y que da nombre a esta calle, como fuera el músico y compositor Cipriano Martínez Rücker.
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