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Elena Lázaro

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No lo he podido evitar. Ha sido escuchar los primeros acordes y frenar en seco ¿estoy oyendo Gaudeamus Igitur en mitad de la Colonia de la Paz?

Como si estuvieses en el mismísimo Hamelín he seguido la música montada en la bici hasta llegar a la puerta de la Escuela Infantil Las Margaritas. Por las rejas del patio veo la escena que lo explica todo. Tres maestras preparan a un grupo de criaturas para la actuación final de la Fiesta de Fin de Curso. Es jueves, deben ser los ensayos finales. La versión infantil de la letra resulta bastante más comprensible y si me apuran humana. Al verme, una de las maestras detiene la música. No me extraña ¿A quién se le ocurre ponerse a mirar niños desde la calle ocultándose tras una reja?

Salgo por la esquina hasta la carretera de Trasierra, la calle que separa la Colonia de la Paz del barrio de Las Margaritas. O eso creía. Después de leer el nombre de la Escuela Infantil prefiero asegurarme y pregunto a una vecina.

- Disculpa ¿esto es Margaritas o La Paz?

- ¡Esto es la Colonia de la Paz!- responde sorprendida ante semejante duda.

Resulta curioso cómo los barrios marcan nuestras identidades. El gesto de la vecina guardaba algo de ofensa ¿A quién se le ocurre confundir la Colonia de la Paz con las Margaritas?

Cuando salgo a la carretera deja de ser una calle. Ahora, el camino a Trasierra me parece una frontera entre un barrio y otro. Siempre he pensado que Las Margaritas ha pasado demasiado tiempo encerrada entre fronteras y que el soterramiento de las vías, la reurbanización del Vial y la ampliación del Distrito Norte fueron la mejor política social para el barrio y, sin embargo, esa respuesta me hace dudar. Miro hacia el norte e intuyo los nuevos edificios construidos junto a la Ronda. Sólo hay que girar la cabeza para ver los áticos del Vial y pienso que las fronteras siguen ahí, manteniendo a Las Margaritas como una isla de puro cordobesismo identitario. La imagen mental no es gratis. Me ha ayudado una mujer que tararea algo como “Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena, con los ojos de misterio y el alma llena de pena…”.

Ella también ensaya para una Fiesta de Fin de Curso, la que la Asociación de Mujeres Talita Kum celebra esa misma tarde en el salón de usos múltiples de la Parroquia de las Margaritas. Herminia, Pili, Pepi, Ángela, Joaqui, Ana, Filo, Lucía, May, Mary, Carmen y Rafi saldrán a escena para interpretar “Amor”, la obra que han estado preparando todo el año en sus clases de teatro bajo la dirección de Irene. Doce actrices con tanta vida dentro que se le sale en cada gesto y en cada palabra de su interpretación. Son vecinas de este barrio, las mismas que a estas horas de la mañana cruzan los emblemáticos patios del barrio con la compra del día; las que regresan del trabajo al que salieron cuando aún no había amanecido; las que interrumpen la jornada para desayunar en la plaza; las que se detienen a charlar con el joven senegalés que despacha en el supermercado; las que acompañan a sus hijas al médico mientras explican por teléfono el motivo de la ausencia escolar; las que habitan la isla; las que cuidan. Y son sus caras y su manera de moverse en el barrio lo que me han hecho reconocer algo familiar en este barrio de frontera. 

Salud no está en el grupo de Talita Kum, pero también ha empezado a cogerle el gustillo a esto de la interpretación. Lo suyo es la cámara y tiktok. Me ha estado enseñando los vídeos que ha hecho para enviárselos a su nieta mientras espera que el juez dicte sentencia y pueda verla en semanas alternas. Nos hemos estado poniendo al día. Han pasado muchos años desde la última fiesta de fin de curso en la que nuestras criaturas actuaron juntas por última vez. Hemos recordado el tiempo en el que ambas cruzamos las fronteras.

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