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El valor del centro

Urna electoral | MADERO CUBERO

Redacción Cordópolis

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Antonio López Serrano

Ex concejal Ayuntamiento de Córdoba

Funcionario de carrera

Doctor en Derecho

Afirmaba Abraham Lincoln que se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo. Contemplo la coyuntura española y no puedo evitar preguntarme si es cierta esta máxima, pues las soflamas populistas que han arreciado desde distintos sectores de la clase política en este último período electoral han encontrado acomodo en gran parte de la sociedad que, irremediablemente, se fragmenta y aleja cada día más de valores básicos democráticos como el respeto y la tolerancia.

Ciertamente, los sentimientos encontrados que hoy nos inundan llevan soterrados desde que cerramos el último y triste capítulo de nuestra reciente historia. Puedo compartir que hubo cuestiones que deberían haberse solventado de forma más satisfactoria, pero rechazo de plano la crítica al éxito colectivo que supuso dicho reto. Si la bilis y virulencia dialéctica que hoy impregnan el comportamiento y mensaje de parte del espectro político hubieran estado presente en aquella cita, otro gallo cantaría hoy en nuestro país. Afortunadamente no fue así.

En cualquier caso, si bien dichos sentimientos no son nuevos, nunca habían encontrado tantos adeptos, especialmente, entre nuestra juventud. Escuchar las benevolencias del régimen chavista o las excelencias de la dictadura franquista en boca de una generación que ha nacido y crecido en Democracia me preocupa sobremanera, resultando todo ello producto de la supina irresponsabilidad de nuestros actores políticos que, por un puñado de votos, han incluido en el primer plano de la agenda pública debates que, lejos de aunarnos en un proyecto común, sólo sirven para remover nuestras entrañas y dividirnos.

En este contexto, hago un llamamiento a nuestros responsables institucionales para que no reincidan en los mismos errores y recuperen el centro como valor político. Primero, lo perdió Pedro Sánchez cuando cambió de estrategia y radicalizó su mensaje para fagocitar a Podemos. Este erróneo movimiento lo repitió Pablo Casado pero en sentido opuesto, siendo Vox el objetivo y con los mismos paupérrimos resultados. Finalmente, como no hay dos sin tres, la vida política de Albert Rivera llegó a su fin por querer usurpar sin éxito el espacio político de un Partido Popular abrazado a la formación de Santiago Abascal. A pesar de los distintos varapalos electorales, el sanchismo (que no el PSOE) sigue empeñado en renunciar al centro político dando alas al independentismo y a la izquierda radical, la formación de Pablo Casado (que no el PP) no quiere marcar la suficiente distancia con la derecha reaccionaria y Ciudadanos, que se haya en un proceso de recomposición interna con, presuntamente, Inés Arrimadas a la cabeza, comienza una nueva andadura que habrá que comprobar cómo se articula.

Ante este complejo panorama, el centro político se erige como el espacio idóneo para, desde el respeto a la diversidad y sin trasgredir la legalidad vigente, encontrar puntos de encuentro que nos permitan construir un futuro común, el cual habrá de fundamentarse en todo lo que nos une, a la vez que debe minimizar, corregir y reparar todo aquello que nos separa. Son estos principios los que hay que difundir entre nuestros jóvenes en lugar de vetustos rencores que no conducen a ningún sitio. Ubicar los valores del centro en el eje de la negociación política no comporta debilidad en las posturas esgrimidas, sino firmeza en la defensa de un marco constitucional amplio, que nos da cobijo a todos y que fomenta el diálogo y debate dentro del mismo a la par que, al amparo de la Ley, actúa con contundencia contra cualquier actuación que pretende imponerse y desarrollarse fuera de él.

En definitiva, ha llegado el momento de la responsabilidad, de la altura de miras y del sentido de Estado por más que algunos de nuestros rectores públicos sigan empecinados en el maquiavelismo más rancio y mundano, según el cual, “el fin justifica los medios”. Para aquellos analistas de cortas miras que aún defiendan este argumento con el simple pretexto de una pírrica victoria electoral, permítanme recordarles que “quien siembra vientos, recoge tempestades” y, desgraciadamente, como ya ha vaticinado el propio Felipe González, estamos cursando méritos propios para dirigirnos de cabeza y sin frenos hacia un buen vendaval.

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