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Telesketch

José María Martín

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La vida parece un incesante acumular de cosas. Algunas de ellas nos acompañan desde la niñez hasta el final y otras, la mayoría, van quedando en el camino. Uno orquesta una especie de caravana de la muerte cada vez que limpia una habitación, o cuando hace una mudanza. Es entonces cuando algunas cosas se pierden voluntariamente y otras son empujadas al olvido. Ese momento me parece fascinante. Los que han hecho varias mudanzas saben bien a lo que me refiero. Es en un instante en el que decidimos dar muerte o no a un objeto y con él matamos la potencialidad de la supervivencia de su recuerdo. Limpiando las estanterías de esa especie de cuartito que todos tenemos y al que llamamos despacho, estudio, elcuartopequeño, me he desecho de algunas cosas, también he salvado otras.

He tirado a la basura varios ejemplares de anuarios de noticias de Córdoba, despechado, mirando sus portadas, como quien añora que el paso de tiempo lo cambie todo. Me ha sacado una sonrisa un titular cómico de un semanario que decía “Encuentran el libro de Saramago y Rosa Aguilar en el sótano del Moma”; he salvado el cuaderno de mis primeras prácticas, de 2001,  (comencé un 4 de julio, el 5 hubo un incendio en la Mezquita del que informó el gran Jesús Cabrera ante la mirada atónita de los becarios de la radio, pensé que así era la actualidad, un ir y venir de acontecimientos; en ese cuaderno aparecen nombres como Salvador Fuentes, Maria Luisa Ceballos, Rosa Aguilar, Matías González, Luis Martín, Antonio Hurtado, Luis Carreto o Maria Jesús Botella. Todos siguen viviendo de lo mismo). He conservado el Telesketch, por mi dependencia emocional de la infancia (Baudelaire, Delibes, Saint Exupery, Borges, Rilke, Charly García), también porque el pequeño Marco, cuando viene a casa, se lanza a pintar con él y a mi eso –en la época de las consolas y los ordenadores- me parece entrañable.

He tirado los apuntes de la facultad. Otros los tengo en el trastero, que es aquel lugar donde van las cosas que ni mueren ni están vivas, algo así como el limbo. He tirado los apuntes que tenía en casa porque hablaban de Estructura de la Información, y las estructuras de la información -citaban incluso a Rupert Murdorch- han cambiado totalmente desde que salí de la universidad; he tirado los apuntes de Nuevas Tecnologías de la Información y no hace falta que les diga por qué pero diré que no hablaban nada de  redes sociales ni de que pudieran ocurrir cosas como ésta; he tirado también los de Géneros Periodísticos y ahora me arrepiento un poco.

He salvado de la quema un horrible mate con su bombilla que compré a unos artesanos en San Telmo, Buenos Aires, y una bandera argentina que nos regaló Luis porque ahora me siento muy argentino. Cuando viajamos allí era 2005 y cada día había una manifestación en las calles, como aquí ahora. También vi allí lo que ocurre ahora aquí. Recuerdo un tipo que con un resistente arnés bien amarrado a su torso paseaba a la vez cinco o seis perros del vecindario en Recoleta, cobrando algo a sus dueños. Apúntenselo, hagan su plan de empresa, su DAFO y pidan una subvención.

Como otras veces, he dudado al guardar algunas cosas. Estaban en ese punto intermedio entre la vida y la muerte y seguirán con nosotros un tiempo, quizá hasta una nueva criba. Quizá se ganen el derecho a seguir hasta el final, o hasta un poco antes.

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