Ciudades de cine, II
Ciudades escenario por su propia belleza, por su personalidad definida, por su historia y por su gente. Ciudades de cine, que han sido parte vital de algunas de las películas más interesantes que puedan verse. Tras el primer listado, voy a por una segunda sesión...
Lisboa. Sostiene Pereira. La novela de Antonio Tabucchi hecha film con la huella eterna de un Marcelo Mastroianni en fase ya de despedirse del mundo. Y lo hace en una película sencilla, impregnada de la luz blanca de Lisboa, su río hecho mar y sus aceras de caliza recortada en rectángulos perfectos. El caballero Mastroianni inmerso en la duda de arriesgar o dejarse llevar por la oscuridad fascista que ha sumido la ciudad de la luz atlántica en un rincón gris y aplastado. Leído el libro y vista la película nunca se verá igual a la maravillosa Lisboa. Aconsejo el tranvía 28, desde el castillo de San Jorge hasta el Bairro Alto para repisar los pasos dados por nuestro Pereira.
Milán. Yo soy el amor. Ciudad famosa por su frialdad y su perfil industrial, también por su boscosa catedral gótica y la bella galería comercial de Vittorio Emanuele. Milán en esta película milagro de las que vienen alguna vez desde Italia, repasa sus cuatro estaciones y se recrea. Desde el invierno gélido al verano brillante y fresco. Estaciones vividas por los Recchi, una familia bien venida a menos, perfecta por fuera y podrida por dentro. Película brutal que se para en el momento justo en el que todo explota, cual ópera italiana en todo su esplendor.
Una Tilda Swinton impresionante pone la guinda a un lujo milanés al alcance.
San Francisco. Adivina quién viene a cenar esta noche. La capital “nórdica” de California. Bestial en Vértigo de Hitchcock, con sus nieblas, su puerto y el Golden Gate, el puente más rodado del mundo con permiso del de Brooklyn. Su paso por el cine es continuo desde la era de los films mudos. El terremoto de 1906 la marca como set perfecto para pelis de catástrofes. Es la capital más europea de Estados Unidos junto con Nueva York. Liberal, hippy y de una asombrosa calidad de vida. Es escenario de Harry el Sucio y sus magníficos trailers violentos con un Eastwood espléndido... pero en esta sencilla película de un Stanley Kramer crespuscular se hace prota en momentos como un atardecer en el que Hepburn siente cómo una hija que decide casarse con un negro pone a prueba las soflamas liberales de las que siempre habían presumido ella y su marido, integrantes de la “gauche divine”.
San Petersburgo. Ana Karenina. Difícil también elegir con esta ciudad inventada en el siglo de las luces. Fue el guiño de un Zar déspota y culto para con Occidente. Se inventó esta ciudad sobre unas marismas semi polares del Báltico a inicios del XVIII. De ahí nace una de las capitales espirituales de Europa. Radiante, majestuosa pero gélida, casi tanto como el marido de Ana Karenina, impasible ante los devaneos de su atormentada esposa. A pesar de la nueva versión y de las anteriores, me quedo con la Ana de Greta, la Garbo en un precioso blanco y negro que casa a la perfección con esta historia de luz y profunda, muy profunda oscuridad.
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