Gaspar, el capitán que quiere morir de pie
“Si puede ser me gustaría disfrutar de algún partido antes del final de la temporada”. Una aspiración modesta para un final ya escrito. Gaspar Gálvez (Córdoba, 1979) no se enfundará la camiseta blanquiverde después de que se cierre este extraño, irritante y decepcionante curso 12/13. El capitán no quiere que su última imagen en El Arcángel sea la de un hombre herido, que se marcha con la cabeza baja y el gesto contraído mientras dos compañeros le ayudan a colocarse a lado del médico. Ocurrió ante la Ponferradina, el día que Esnáider debutaba y se acordó de un futbolista que no había estado un solo minuto sobre el verde en 2013. Gaspar volvió, se lesionó y su equipo perdió. No. Así, no. Él quiere volver al estadio, a su casa, pelear hasta que termine todo, levantar la mano y mirar con la frente alzada hacia la grada para cerrar un ciclo personal y profesional. Da igual que los asientos estén vacíos o atestados de seguidores, que el Córdoba juegue por ascender después de un final mágico o que de fondo suene la música de la Feria y el personal esté más pendiente de las vueltas que da la noria que de las últimas carreras de un equipo en descomposición.
Gaspar pretende acabar como un futbolista una etapa de cinco años en el Córdoba, club que no cuenta con él para el futuro y así se lo ha transmitido con el mensaje más esclarecedor: el silencio desde que a partir del 1 de enero se abriera el periodo para renovar. Termina el 30 de junio y no se le ha hecho ninguna oferta. En julio cumple 34 y es probable que el cordobés decida poner el punto y final a una carrera repleta de vivencias al límite. De poco se va a asustar un jugador que ha tenido como presidentes a Jesús Gil o a Dimitri Piterman, que debutó en Primera División a las órdenes de Arrigo Sacchi y que formó parte de último equipo del Atlético de Madrid que fue capaz de doblegar en el Bernabéu al Real Madrid. Fue un 30 de octubre de 1999 y los rojiblancos vencieron por un rotundo 1-3. Marcaron José Mari y Hasselbaink (2) y el tanto blanco lo firmó Morientes. Ese momento de éxtasis colchonero contrastó con la hecatombe final: el equipo terminó descendiendo a Segunda. Un drama atlético. Allí estaba el joven Gaspar, que había completado su formacion en el filial, el Atlético Madrileño, al que había salido proyectado desde el Séneca CF siendo juvenil. Lo de vivir el desplome a Segunda es una experiencia que marca. El central cordobés también la volvió a padecer en el Oviedo, el Albacete y el Alavés antes de cumplir los 26 años. Un verdadero máster en sufrimiento que le resultó fundamental para relativizar todo lo que le vino después. Tras completar tres cursos kafkianos en el enloquecido Alavés (2005-08), fue reclutado por el club de su tierra, el Córdoba CF, en el que nunca antes había jugado.
Se encontró en el banquillo al gaditano José González, el mismo entrenador que le había adiestrado en el Albacete en un curso que se salvó con descenso a Segunda. Los blanquiverdes se habían salvado unos meses antes gracias a un penalti fallado por el Cádiz en el tiempo de descuento ante un rival que no se jugaba nada, en un episodio que figura en la historia del fútbol español como una de las salvaciones más dramáticas y barrocas de todos los tiempos. Por aquel entonces, Gaspar ya tenía claro que su destino en el fútbol era coleccionar instantes de alto voltaje emotivo. Venía al sitio ideal. El cordobés ha asistido en directo a una transformación radical en el club de El Arcángel, que ha cubierto del mejor modo que ha podido una transición obligada: de nuevo rico a pobre honrado.
A Gaspar le incluyeron, como a otros compañeros, en un ERE que le dio un bocado considerable a su nómina y le tuvo en la puerta de salida durante un tenso verano. Él se quedó y fue uno de los fijos en la primera campaña de Lucas Alcaraz, la 2009-10, un tiempo en el que las permanencias aún se festejaban como si fueran Champions. Luego sufrió una grave lesión, otra más, que le dejó una temporada completa alejado de la competición. Sólo intervino en un encuentro, el último, de la campaña 10-11. Todo parecía haber terminado... hasta que llegó Paco Jémez. Con el vehemente entrenador del Zumbacón jugó 33 partidos de Liga en el mejor curso de los últimos cuatro decenios, una aventura que encontró su final en el José Zorrilla de Valladolid, el único equipo de Primera División en el que Gaspar militó sin sufrir la amargura de un descenso. Ahora pondrá el broche a su etapa en el Córdoba con un deseo final: jugar al menos una última vez, con el brazalete de capitán y el aplauso del público mientras cruza la línea que separa un rectángulo verde de la vida real.
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