Gloria
Hace cien años nació la niña Gloria Fuertes y lloró. Y luego escribió versos. Y lloró.
Luego creció y creció y escribió y escribió y montó en bicicleta y se vistió con corbata y se puso una boina y amó a otras mujeres y a algunos hombres y fue feliz y triste porque la vida es así. Y lloró.
Yo la veía en la tele –cuando la tele era guay- y su voz era de arena y la arena era un juego donde los niños hundíamos las manos y sacábamos puñados de tierra y nos los llevábamos a la boca.
Gloria decía, con su voz de arena, “aquí te espero/poniendo un huevo/me entró la tos/y puse dos”. Y esa gallina tonta era verdad y no me abandona.
“En un mismo lugar, y bajo una misma piel,
y en la misma ceremonia
yo te pido un favor,
que no me dejes caer
en las tumbas de la gloria,
gloria, gloria, gloria“
Esta canción de Fito Páez suena en youtube mientras escribo esto. Y es justo que sea así.
Salgo del sueño al amanecer y creo que es un puto martes; pero es domingo y eso está bien (¿por qué has escrito eso? Yo que sé, tendría que hacerlo, supongo)
Me acuerdo de Andrés, que también tenía voz de arena, y de Gloria y de los alumnos y de las alumnas y de los profes y las profas y de la infancia abandonada y del futuro y de los hijos que no voy a tener. Y de una ciudad.
Me acuerdo de cosas como George Perec decía que se acordaba de cosas.
¿Cómo te vas a acordar del futuro?
Pues sí; me acuerdo del futuro. Es una cuestión de memoria.
Vale. Gloria eterna, lo que tú digas.
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