Malos
Reflexionando (es un decir) sobre el nivel de los malnacidos que rigen el destino del común de los mortales, me encuentro con una selecta colección de seres depravados, cínicos, psicóticos, diabólicos, despiadados y enloquecidos que me hacer pensar en la apasionante galería de malos que el cine nos ha dado. Éstos nos han generado a lo largo de los años sentimientos de inquietud, desasosiego y hasta pánico, pero también, y al contrario que nuestros gobernantes y demás gánsters con corbata que respetuosamente esquilman nuestros bolsillos, admiración, e incluso una tácita simpatía que nos apresuramos a disimular. Estos sujetos son capaces de cometer los crímenes más horripilantes, de tener los comportamientos más viles y nauseabundos, de desarrollar las pasiones más mezquinas y las traiciones más ruines. En definitiva, constituyen las versión filmada de las cloacas del género humano.
Escuchando las palabras de nuestro amado líder gubernamental, las de su homónimo rojo, las del supervisor bancario y las de la madre que los parió, me encuentro con que los “amantes del mal” encuentran en el cinismo su principal arma defensiva. Siguiendo esta línea de desenvolvimiento amoral es imposible no recordar la maravillosa composición de Charles Chaplin en la opresiva Monsieur Verdoux , en la que plantea el desarrollo de un negocio personal dedicado al crimen. Cuando en el juicio el fiscal se dirige al jurado, afirmando: “Señores del jurado. Tienen ante ustedes a un monstruo de crueldad y cinismo”, Verdoux, apaciblemente, mira hacia atrás (donde está el público), y con absoluta serenidad se vuelve al abogado para contestar: “Por un asesinato, se es un villano; por miles, un héroe. Los números certifican. ¿No es la misma sociedad la que construye las armas con el único propósito de matar? ¿No se han utilizado estas para matar mujeres, incluso niños, de una forma en verdad científica? Como asesino de masas, soy un simple aficionado”.
Esta visión tranquila e ignominiosa de la condición humana y del crimen resulta lacerante para cualquier espíritu razonablemente sensible y acerca al ser humano a las alcantarillas de la mayor vileza. Hay que ser conscientes, sin embargo, de que en la historia de la humanidad siempre han existido personas que se han comportado con extrema crueldad hacia sus congéneres, mucho antes de la existencia de los partidos políticos, los bancos centrales, el FMI o las agencias de calificación de riesgo.
Termino esta melancólica entrada recordando las palabras de Edward G. Robinson en el escueto final de La mágica bola del Doctor Ehrlich, donde sentencia: “No puede haber victoria sobre las enfermedades del cuerpo si no se vence a las del alma. El porvenir nos reserva epidemias de rapacidad, odio e ignorancia. Debemos combatirlas, combatirlas, combatirlas sin cesar...”.
He dicho.
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